viernes, 16 de julio de 2010

Frente a nuestra cultura de la violencia

Frente a nuestra cultura de la violencia: un desafío ético inaplazable
Carlos Zorro Sánchez*
El enemigo no es el guerrillero, ni el paramililitar, ni el narcotraficante. El enemigo es la violencia. Mas Convivir no significan más convivencia, más armas no significan más seguridad, más represión no significa más orden.
Un testimonio demoledor
No ha debido pasar desapercibida la entrevista al ex paramilitar Luis Adrián Palacio en El Espectador, donde reconoce que matar se convierte en un vicio como cualquier otro, donde confiesa que “…si pasaban varios días sin asesinar a alguien a uno como que le hacía falta“[1].
Esas palabras no pueden tomarse como una noticia más entre tantas que apenas suscitan un movimiento de cabeza y un suspiro de desaprobación que se transforma en gesto de complacencia ante la fotografía de la nueva “vedette” del espectáculo, cuya sonrisa impresa al respaldo de una confesión de esa naturaleza basta para tranquilizarnos. Tal como vamos, en muy poco tiempo ni las “divas” ni los millones de la “Seguridad Democrática” bastarán para protegernos de alguien que no ha satisfecho su dosis personal de violencia.
Nuestra historia violenta
Lo dicho por el señor Palacio exige una nueva reflexión sobre este impulso hacia la destrucción de vidas humanas que, presente a todo lo largo de nuestra historia, lejos de debilitarse creció de manera incesante o casi a todo lo largo de la segunda mitad del siglo XX. No se trata de desconocer aquí la declinación de las tasas de homicidios que con altibajos se observa a partir de 1992 y que sin embargo muestran hoy niveles que duplican los que se registraban hacia mediados del siglo pasado, en uno de los períodos álgidos de “La Violencia”[2] - ver el Cuadro 1-. Tampoco se trata de afirmar que todos los colombianos somos violentos, ni de desconocer que los altos niveles de homicidio se deben principalmente a la acción de grupos reducidos, casi siempre vinculados directa o indirectamente con las mafias del narcotráfico.
La banalización de la muerte
Se trata de insistir sobre un hecho subrayado ya en diferentes estudios: décadas marcadas por altos índices de violencia poco a poco nos han inoculado una cultura donde la vida humana resulta un bien “desechable“. Matar a otro -y ya no sólo porque nos perjudique, nos incomode o piense distinto de nosotros- sino, cosa aterradora, porque ha adquirido en nuestro medio un nuevo “estatus” como oportunidad de negocios, servicio mercadeable o peldaño para obtener reconocimientos, recompensas y ascensos, se ha venido convirtiendo -por cotidiano, por repetitivo- en algo banal, en un hecho más que poco interesa al ciudadano del común. En algo que en las páginas de los periódicos es relegado a un plano secundario por el resultado del último partido de fútbol, las declaraciones sobre los gustos poéticos de la reina de belleza del momento o la pataleta del político de turno que olvidó tomar sus gotitas homeopáticas. Más aún, se llega a lo inconcebible: premiar oficialmente el asesinato por fuera de la ley, como en ese canje inaudito donde la mano de “Ríos“, prueba de su asesinato, es lo que asegura la recompensa para “Rojas“.
No obstante, en ocasiones pretendemos recuperar nuestra capacidad de reacción y simulamos, con gran despliegue, indignarnos por los asesinatos múltiples en los Estados Unidos o en Alemania, mientras ignoramos o, si la audacia nos invade, susurramos de paso y como una entre tantas otras, la noticia de la masacre de la semana en alguna apartada región de la geografía colombiana, como si las matanzas en otras latitudes fueran excusa para las que toleramos en la nuestra.
“¡Qué horror! Diez y siete personas asesinadas cerca al puerto y la semana pasada habían sido otras doce.
“Sí, lo vi en la prensa; menos mal que estamos lejos. Pero en todas partes se cuecen habas ¿leíste lo de la masacre en Alemania? Aunque, de paso, aquí deberían callar esa prensa amarillista que azuza la violencia. Bueno, pero afortunadamente no todo es malo: ¿viste que nos van a dar la sede del mundial sub-20 en 2011?
Los violentólogos
Pero la reflexión que se propone no puede ser apenas una ocasión más para que investigadores, moralistas y políticos consignen su pensamiento en densos volúmenes, por lo demás bienvenidos, valiosos e indispensables, que son adquiridos cuatro años después de su publicación, a la décima parte de su precio original en la Feria del Libro, por otros investigadores, moralistas y políticos que los citarán en sus propias investigaciones, llamadas a correr la misma suerte cuatro años más tarde.
No podemos aceptar que mientras algunos pocos se esfuerzan por indagar acerca del porqué del problema y por buscarle soluciones, la indiferencia general crezca a su alrededor, al mismo tiempo que las pirámides de cadáveres dispersas a lo largo y ancho del territorio colombiano. Ha llegado el momento en que esa reflexión sobre la violencia, sobre las causas que la desencadenan y las soluciones que se ofrecen para darle fin deje de ser monopolio de un desinteresado y brillante grupo de “violentólogos” y se convierta en preocupación acuciante del ciudadano del común.
Escarbar en las conciencias de todos
Aunque el aporte de los llamados “intelectuales” sigue siendo indispensable y probablemente lo seguirá siendo cada día más durante largo tiempo, tenemos que convencernos de que no son ellos los únicos responsables de explorar y proponer soluciones. Se necesita hoy, y esto es absolutamente esencial, que cada muerte, que cada asesinato, que cada secuestro, que cada acto de violencia sea para cada uno de nosotros el detonante de una reflexión y de una acción individual y social. Se necesita que individual y colectivamente nos interroguemos acerca del porqué de ese desprecio por la vida, de ese desangre sin sentido, de ese atropello inaceptable contra la dignidad de los seres humanos.
Pero eso no basta; es preciso que pensemos de qué manera nuestras ideas, nuestras actitudes y nuestra acción pueden contribuir a cambiar ese estado de cosas y, sobre todo, que lleguemos al convencimiento de que esa contribución hace parte de nuestra responsabilidad como colombianos y como seres humanos.
Que esa reflexión se extienda tanto a los niños que empiezan a descubrir lo difícil pero lo indispensable y lo gratificante que es compartir la ruta de la vida con nuestros semejantes, como a los ancianos que pretenden enseñarles cómo recorrer ese camino.
Que llegue tanto a la directora del colegio para que vea en la alumna rebelde no a un objeto de escarnio sino a una persona que requiere una mayor cantidad de afecto, como al guerrillero que supone que la justicia germinará sobre la descomposición de los cadáveres que riega a su paso y al paramilitar que decide que la armonía se logra mediante el aniquilamiento de quienes no estén dispuestos a compartir su visión del mundo y sus intereses o los de aquellos a cuyo servicio se encuentra.
Que llegue a quienes han decidido compartir sus vidas para que sean conscientes de que esa decisión no es el comienzo de una batalla para aplastar al otro, sino de una cooperación que les permita realzarse mutuamente.
Pero no se trata de una reflexión que nos lleve a auto-estigmatizarnos o, por el contrario, a tratar de justificar nuestros actos violentos, sino de una reflexión tan poderosa que nos haga cambiar muchos de nuestros valores, de nuestras actitudes, de nuestros comportamientos y que nos conduzca a una movilización individual y colectiva para hacer frente a esas corrientes de odio envenenado por décadas de creciente podredumbre, que ante una sociedad cada vez más inconsciente, permisiva y débil, amenazan con transformarse en avalancha irresistible, capaz de sepultarnos, con o sin “Seguridad Democrática“.
La verdadera guerra
La verdadera guerra que tenemos que librar es paradójicamente la guerra por la paz; enfrentar a la guerrilla, a los paramilitares, al crimen organizado es necesario para lograr ese propósito; pero el combate contra esos grupos da lugar a simples batallas que inclusive si se ganan, no garantizan que se haya ganado la guerra contra la violencia. “Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” serán sustituidas por el “Ejército de los Desplazados de Colombia“, los grupos paramilitares ya lo están siendo por las “Águilas Negras“, los carteles de Medellín y Cali por los que insultan con su nombre los nombres de las distintas regiones y municipios colombianos y las “barras bravas” que invaden nuestros estadios por los “hinchas furiosos” que ocuparán las sillas de aquellas.
La guerra que tenemos que librar, la verdadera guerra, exige mucho más. Exige ante todo un combate en el plano de las ideas; un combate donde cada uno de los colombianos tiene que derrotar dentro de sí la idea de que en la violencia encontrará solución a sus problemas, a sus conflictos, a sus demandas de justicia. No tiene sentido seguir pensado que sólo aplastando al otro con la fuerza de las armas lograremos ganar la paz.
Debemos comprender que cada colombiano que se destruya en la lucha contra esos grupos irregulares, aún si hiciera parte de éstos, lejos de dar lugar a un parte de victoria, a un nuevo “positivo”, así sea verdadero, es una frustración más para Colombia, una pérdida de alguien que hubiera podido ser un elemento valioso para la sociedad, para cada uno de nosotros. Más aún, en cada muerte está el germen potencial de una nueva cosecha de violencia que puede agigantarse en cualquier momento e incendiar completamente el país. Revisemos la historia colombiana reciente y no podremos ser desmentidos en esta afirmación.
La paz es una cultura
Por estas razones nos vemos forzados a admitir que el logro de la paz es, ante todo, una cuestión de cultura, una cuestión de percepción del mundo y de la manera como hemos de relacionarnos con los demás, y que en tal virtud no podemos lavarnos las manos y descargar en el Ejército la enorme responsabilidad de convertirlo en realidad.
Debemos aceptar que cada uno de nosotros está llamado a sumarse a la búsqueda de este logro, con los medios de que disponga en función de sus capacidades y relaciones. Hemos de admitir que todos, incluyendo en primer lugar al Gobierno, tenemos que dejar de ver en la persona del violento al enemigo que hay que destruir, y comenzar a entender que es la violencia, encarnada en ese individuo -y en cada uno de nosotros-, lo que debe perseguirse con todo el ahínco y la fuerza de que dispongamos. Que en esta lucha, las armas de destrucción, aunque infortunadamente pueden ser un instrumento, están lejos de ser el único y aún el más importante, al contrario de lo que suponen todavía, quizás de manera inconsciente, muchos de los que se dicen defensores de la paz.
Corregir las raíces
Pero tenemos que ir aún más lejos: No basta con atacar las manifestaciones actuales de la violencia; tenemos que enfrentar sus causas; de lo contrario, como lo enseña nuestra experiencia histórica, por cada cabeza que cortemos a la hidra surgirán muchas más que acabarán por devorarnos. Y seguramente, en gran proporción estas causas han sido identificadas aunque queramos cerrar los ojos frente a ellas porque afectan nuestro ego, nuestro poder o nuestro bolsillo o, porque, simplemente, nos intranquilizan. Y siempre encontraremos hacedores de regresiones tranquilizadoras que busquen convencernos de que la evidencia vital es ilusión y la curva geométrica realidad incontrovertible; que mayor desigualdad significa desarrollo, menor salario mínimo más equidad, más muertes de guerrilleros en combate más armonía y hallaremos también más hacedores de discursos elocuentes que traten de calmarnos con la pretensión de que más Convivir significan más convivencia, más armas de destrucción más seguridad y más represión más orden.
Es entonces cuando debemos volver a quienes han dejado consignadas por escrito reflexiones valiosas en la búsqueda de caminos alternativos hacia la paz y buscar, y ojalá encontrar en sus obras no sólo respuestas a muchos de los interrogantes planteados, sino estímulos para lanzarnos a una resistencia contra esas formas agobiantes de violencia que amenazan no sólo con destruirnos como personas sino de producir una hecatombe (esa sí verdadera y no producto de una elaboración de filigrana) para la sociedad colombiana.
Si no damos pasos decisivos por esta vía, la adicción a matar a que se refería el entrevistado de El Espectador, se convertirá en epidemia letal, susceptible de dar el golpe final a las bases de nuestra sociedad. De una sociedad que si sigue dejando que sus miembros se asesinen entre sí, es una sociedad que definitivamente ha optado por su propio suicidio.
* Doctor de la Escuela de Altos Estudios y de la Universidad de París, abogado economista de la Universidad Javeriana, Profesor e Investigador de la Universidad de los Andes y consultor internacional

Un cuartel y un convento

Un cuartel y un convento
Por: Mauricio García Villegas
A SIMÓN BOLÍVAR LE ATRIBUYEN LA siguiente frase: “Ecuador es un convento, Colombia es una universidad y Venezuela es un cuartel”. Ahora que estamos en plena celebración del Bicentenario y en vísperas de la elección de un nuevo presidente, quizás valga la pena preguntarse qué tanto vale hoy esa frase del Libertador.
Lo primero que hay que decir es que si bien Bolívar creía que Colombia era una universidad, no por ello pensaba que este país fuera algo así como la encarnación tropical de la Ilustración francesa, es decir, de la libre discusión de ideas y opiniones. Algo va de la ciudad de París a mediados del siglo XVIII a la ciudad de Bogotá a principios del XIX. Las universidades colombianas eran ante todo facultades de Teología y de Derecho regidas por la Iglesia católica. Por eso Bolívar pensaba que la libertad y el progreso estaban más del lado de los cuarteles que de las universidades (eso explica que Chávez cite con frecuencia la frase del Libertador).
Hecha esta aclaración, creo que si Bolívar viviera hoy, pensaría algo muy distinto de nosotros. Digo esto al ver la fuerza que ha tomado en Colombia ese sentimiento popular que asocia el heroísmo militar con la voluntad divina. Para no ir más lejos, me limito a hechos recientes. La liberación de los secuestrados de las Farc ha dado lugar, como siempre sucede, a un sinnúmero de manifestaciones exaltadas de fe y heroísmo, no sólo por parte de los secuestrados —lo cual me parece tan entendible como irrazonable— sino también del Gobierno. “Dios siempre está con nosotros”, dijo el general Freddy Padilla de León, y contó que el día domingo estuvo con César Mauricio Velásquez “en una capilla muy especial, recomendando nuestros hombres a Dios”. Por su parte, el Presidente felicitó al Ejército y dijo que así premiaba Dios la buena fe y la constancia.
Es natural que un evento extraordinario y exitoso como éste de la liberación de los secuestrados produzca este tipo de reacciones. Pero incluso antes de que esto sucediera, el país vivía en un espíritu de exaltación católico-militar, el mismo que ha marcado la era del presidente Uribe. Cuando le preguntaron al candidato Santos cuál era la principal diferencia entre él y Antanas Mockus dijo que, a diferencia de su contrincante, él creía en Dios y en el Ejército. Angelino Garzón, por su lado, aseguró alguna vez que su alianza con Santos era algo que sólo Dios podía romper y le pidió al Señor de los Milagros de Buga que protegiera la vida de Juan Manuel.
Colombia es el país más conservador de la región andina y por eso el militarismo y la religiosidad encuentran aquí un terreno abonado. Ese conservadurismo pudo haber ayudado al surgimiento de las guerrillas; pero esas guerrillas, a su turno, con su crueldad y su estupidez, han ayudado a exacerbar, de la mano de los secuestrados liberados, la creencia de que nuestro destino depende de Dios y del comandante de las Fuerzas Armadas. No es sólo Uribe con su séquito de rezanderos el que nos tiene así, es también la guerrilla —que a su manera y con sus dioses, es tan religiosa como Uribe— la que alimenta el espíritu místico-guerrero que nos gobierna.
El hecho es que Colombia ha terminado siendo lo que, según Bolívar, eran sus dos países vecinos: un cuartel y un convento.
Esperemos que no esté muy lejos el día en que alguien tenga buenas razones para decir que Colombia es una universidad.
* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de Dejusticia

Colombia: contradicción irresoluble

Colombia, contradicción irresoluble
Por Carlos Fajardo Fajardo

¿Acaso Colombia es hoy una contradicción irresoluble?
Jorge Gaitán Durán

“¡Pobre país, país de miseria, país del Diablo, país negroide, indio, español, sin rumbo y sin conciencia aún! ¡Pobre país en que son condóminos el Cura, el Bachiller y el Diablo!”. Esto escribía, hacia 1928, en su libro Viaje a pie, Fernando González, el filósofo de Otraparte, quien retrataba una Colombia bajo el dominio de la hegemonía conservadora, de ideología hispano-católica, moralista y tradicional. País de gramáticos y de abogados, de intelectuales leguleyos, defensores de la raza, la religión y el idioma; país de censores, encerrado en su cápsula de tiempo, ignorando los ruidos y sonidos que producía la modernidad en sus fronteras. “El Diablo, el Cura, el Bachiller, el Míster, el Arriero y el Mendigo. Ahí está nuestro país” insiste González. Un país decimonónico con mentalidad de peón y de mayordomo, de hacendado y de siervo.
Lo paradójico de esto es que, entre clericales sectarios y heréticos malditos, el país de finales del siglo XIX y principios del XX se asemeja al que se nos ha montado política y culturalmente esta primera década del XXI; es decir, se ha perpetuado al país del voraz centralismo cultural y político, al de la eterna discriminación excluyente; al país de burócratas y oportunistas, al país tradicionalista, levantado a punta de engaños nacionales; al país terrateniente que admira y entroniza la imagen de un padre fuerte y protector; la nación súper-clasista e intolerante, del cinismo amoral.
Así, Colombia a lo largo de más de un siglo, en vez de unificarse a través de un sistema de símbolos acordes a la moderna idea de nación, fue fragmentada y resquebrajada hasta deshacer cualquier posibilidad de organización participativa democrática. La involución del país es evidente: los imaginarios retardatarios de una política corrupta son, hoy en día, tan agresivos como lo fueron hace sesenta años. Los mismos métodos paranoicos y de censura mediática a cualquier síntoma de oposición al establecimiento; la misma prensa patriarcal gobiernista, el destierro de toda independencia informativa. No hay aquí espacios para la disidencia, no hay ambiente para la controversia, como tampoco lo hubo en la Regeneración hispano-católica de 1880, ni en la República Conservadora, mucho menos en La Violencia partidista del cincuenta, ni en el Frente Nacional y en la neo-Regeneración actual.
La Colombia que vivimos, dominada por una iconografía de finqueros y caballistas, de hacendados y narcotraficantes, es la Colombia que entroniza la figura del patriarca guerrero, vivaracho, audaz, pragmático, de mano fuerte y corazón blando; la que promociona la cultura de la idiocia mediática, de la ridiculez y del espectáculo masivo de la muerte, pero ignora la cultura viva popular, a sus más importantes artistas, escritores, intelectuales, y desprecia la importancia de una educación con pedagogía crítica y creativa. Bajo el peso atmosférico de una Colombia antimoderna, que ha vuelto fetiche de culto la figura del jefe de gobierno, la idea de construir escenarios de inclusión democrática se revierte en pesadilla. Involución de involuciones. Declarada la guerra a todo proyecto de pensamiento innovador, se destierra de los puestos del Estado, y del sector privado, a los artistas, comunicadores e intelectuales contradictores; se instauran, tanto en el gobierno como en la cotidianidad nacional, un repudio a cualquier manifestación de inconformidad. Se proclama así, un no a los pensadores, un sí a los colaboradores; un no a la autonomía del pensamiento.
Estos hechos autoritarios y paradójicos también los pensaba y registraba el poeta Jorge Gaitán quien, el 14 de Septiembre de 1958, lanzaba esta aguda tesis: “El ciudadano eminente es el hombre orquesta, que sirve para todo. El deleznable edificio de la simulación colombiana. Chisme, chiste y trago, deportes nacionales”. Hace cincuenta años para Gaitán Durán transitaban por el país “hombres sin proyecto”. Mitómanos, simuladores, con una “imaginería gris y enfermiza”. El poeta se quejaba de una falta de perspectiva histórica. Cincuenta años más tarde, como consecuencia de una prolongada Regeneración Conservadora, hemos asumido la mentira, la trampa, el cinismo y el tiro el blanco como deportes nacionales. Estos son algunos de nuestros actuales imaginarios. He aquí la vulgarización de nuestra cultura.
La mentira, la trampa, el cinismo y el tiro al blanco fueron progresivamente impuestos por un país que obstaculizó la entrada de la democracia moderna e impidió la instalación de un verdadero Estado de Derecho participativo. Se ignoró a un sistema democrático donde no existiera paranoia ante la diferencia, ni peligro alguno para el opositor y el disidente. Cuando, desde el siglo XIX, se cerraron las posibilidades a los proyectos liberadores, expansivos, de emancipación, renovación e inclusión, una buena parte de la población quedó en el vacío. Sólo a través de la búsqueda de otras oportunidades-nada legales- esa buena parte logró ser escuchada. Entonces, la trampa, la simulación, la mentira, el cinismo y el asesinato ocuparon el podium de nuestra historia. El naufragio cultural se hizo inminente. Ahora, entre el sectarismo guerrerista -de izquierda y de derecha-; entre la legitimidad del astuto y del tramposo; bajo la presión del autoritarismo supremo del ejecutivo; inundados de un lenguaje militarista, policivo y de batalla; víctimas del miedo ante cualquier manifestación de libre pensamiento, y sobre los restos de cadáveres y mutilados, no hemos podido superar al país clerical, intolerante, leguleyo, fanático y presidencialista. Fracaso de fracasos.
De este modo, dialogando con Jorge Gaitán Durán, la mitad de la cultura ha quedado convertida en acto subversivo y la otra mitad en banalidad (o en pecado). “Desaparecieron así, entre la turbulencia y la farsa, las precarias meditaciones culturales que teníamos para que las élites, políticas y económicas e intelectuales, operaran sobre el país. Colombia es hoy una cosa impenetrable” . ¡Y esto lo escribía el poeta en el 58!
Por falta de un proyecto nacional no excluyente ni caudillista, no militarista ni neo-patriarcal hacendario; de un proyecto que se proponga superar la cultura de la mentira, de lo trivial, del sicariato cultural, como también la mentalidad de la trampa, del cinismo y de lo fácil; por falta de ese soñado proyecto, no superaremos de una vez por todas aquella megalomanía nacional que, al decir de García Márquez, “es la forma más estéril del conformismo, que nos ha echado a dormir sobre un colchón de laureles que nosotros mismos nos encargamos de inventar” . Estructuración de un proyecto para no vivir más de engaños nacionales, de milagros económicos, políticos, deportivos, culturales; para no seguir muriendo de frustración histórica y generacional. Un proyecto a través del cual podamos ir dejando atrás al país presidencialista que aún, como en tiempos de nuestro Fernando González, le tiene miedo al diablo.

Fundamentalismos

Fundamentalismos
Por: José Fernando Isaza
AMOS OZ, ESCRITOR ISRAELÍ, PROpugna por una solución negociada entre palestinos y judíos reconociendo los derechos ancestrales de ambos pueblos sobre el territorio.
Por supuesto, no es muy apreciado entre los fundamentalistas sionistas ni entre los que no reconocen el derecho de existir al Estado de Israel. En uno de sus ensayos, Contra el Fundamentalismo, señala una característica de los fanáticos: no se ríen. Esto puede explicar por qué fue posible un acuerdo de paz con el M-19: su fundador, Báteman, tenía sentido del humor, del cual carecen el Mono Jojoy o Alfonso Cano y esta es una de las dificultades de llegar a un acuerdo negociado con las Farc.
Los fundamentalistas religiosos, políticos, étnicos y regionales le han hecho un profundo mal a la humanidad. Buena parte de las guerras y los genocidios se han dado para eliminar a quienes no comparten la misma idea de un Dios o no pertenecen a la misma etnia o difieren del concepto del Estado. Aun hoy la religión es motivo de enfrentamientos y guerras, no sólo entre sionistas y fundamentalistas islámicos. El conflicto entre el Ira y el Reino Unido, por ejemplo, tuvo un trasfondo religioso entre católicos y protestantes.
En épocas recientes, en Colombia el fundamentalismo de Estado se expresa en expresiones como “Quien no apoye la política del gobierno es un guerrillero o un terrorista”; esto sirvió de excusa para que los organismos de seguridad e información del Estado violaran la privacidad de los magistrados de la Corte, de los opositores y de periodistas no afectos al Ejecutivo.
Otros fundamentalismos se han desarrollado en períodos recientes y uno de ellos es el ecológico. Es claro que la preservación del medio ambiente es una necesidad para garantizar el bienestar de los habitantes y también para que las futuras generaciones dispongan de un planeta habitable. Pero los fundamentalistas ecológicos manifiestan que la sola existencia del hombre es causa del deterioro ambiental. Comparan la humanidad con una plaga que hay que exterminar para garantizar el futuro de los ecosistemas. Olvidan que en ocasiones la tecnología ayuda a mejorar el ambiente y la calidad de vida. Pregonan que sólo volviendo a la era de las cavernas podría la humanidad tener derecho a existir.
Una nueva doctrina fanática está recorriendo la faz de la tierra, es el fundamentalismo alimenticio. Hasta ahora no ha desencadenado guerras ni desplazamientos masivos, pero sí ha logrado amargar la vida de miles de millones de personas. El dogma más arraigado puede enunciarse así: “Todo lo que sea agradable al olfato y gusto debe ser prohibido, pues es dañino para la salud”. Para la propagación de esta pesimista doctrina se ha contado con el apoyo de una parte del cuerpo médico. En la próxima columna voy a desarrollar ideas contra esta ideología.
Algunos médicos consideran un deber prohibir el consumo del café. En épocas pasadas esto se debía a motivos políticos. Las cafeterías eran sitios de reunión de opositores y conspiradores. Hoy le atribuyen ser el causante de miles de enfermedades, entre las cuales las agrieras y los fibromas son las más usuales. Se olvida que la cafeína es un buen regulador del ritmo cardíaco, que puede proteger contra el Alzheimer y es catalizador de la creatividad literaria y matemática. Como bien lo define Paul Erdös: “Un matemático es un objeto que transforma cafeína en teoremas”. Por supuesto, para lograr estos beneficios el café debe ser excitante, amargo y negro, como la mujer, la vida y la noche.
*Rector Universidad Jorge Tadeo Lozano.

El velo islámico ¿un derecho o una amenaza?

El velo islámico ¿un derecho o una amenaza?
Por Beatriz Eugenia Vallejo
El caso de Najwa, la niña española de religión musulmana que fue obligada a quitarse el velo para poder ingresar a su colegio, pone sobre la mesa el peso que tienen los símbolos para la identidad de las personas. El padre de Najwa dice que ella presenta una profunda depresión por la medida, porque llevar el velo cuando cumpliera la edad requerida era un sueño para ella. Tres de sus amigas se pusieron también la hiyab para solidarizarse con Najwa y las tres fueron expulsadas, pues la escuela hace parte del 40% de los establecimientos educativos de la Comunidad de Madrid que impide a sus alumnos ingresar a clase con la cabeza cubierta. Pero ¿es el velo islámico equivalente a una gorra de beisbol?
La hiyab no es una burka, esos espantosos atuendos de las afganas que parecen cárceles ambulantes pues solo dejan ver los ojos a través de un enrejado de tela. Es un velo con el que se cubren el pelo, siguiendo una tradición milenaria. Las mujeres europeas musulmanas van con él a su lugar de estudio y trabajo, al mercado y a los restaurantes, sin que por eso se sientan inferiores. Es una prenda que tiene un sentido interior, religioso, por una parte, pero como yo lo veo también constituye una forma de mostrar que se hace parte, orgullosamente, de una minoría.

Vale la pena decir que muchos colegios españoles tienen una cruz en la pared del salón de clases como un símbolo institucional. ¿Por qué no tiene el mismo peso si es de carácter individual? ¿Tiene que ver con el hecho – en estos tiempos de estigmatización a la cultura árabe – de que el velo lo haya portado una niña musulmana? ¿Hubiera pasado lo mismo si en su lugar hubiera asistido a una clase universitaria, en un establecimiento con las mismas normas, una monja católica con su hábito o un joven judío con su kipá? ¿Los expulsarían por eso?

El gobierno de España ha manifestado, a través del Ministerio de Justicia, que la libertad religiosa ampara la forma de vestir de la adolescente, en razón del artículo 16 de la Constitución y de la Ley de Libertad Religiosa. Pero el Ministerio de Educación se ha mostrado a favor de la necesidad de obedecer las normas del colegio. Una y otra postura han despertado polémica, no solo entre los españoles sino entre europeos de distintos países como Francia e Italia, que tramitan proyectos de ley relacionados con el tema, a pesar de que el artículo 18 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos afirme que la manifestación de la propia religión comprende el derecho a llevar en público un atuendo que esté en consonancia con la fe de una persona.

Pienso que es diferente portar una cruz, como símbolo del cristianismo, que portar una esvástica, por ejemplo. Lo primero es una señal de comunión con una religión personal, lo segundo implica la presunción de que existen unos seres humanos superiores y otros inferiores, a los que hay que atacar. Un velo o un hábito no representan en sí mismos una amenaza para ni para sus portadores ni para la sociedad.

Es hora de que Europa se haga cargo de que su composición étnica y religiosa no es únicamente blanca y cristiana, de que millones de musulmanes son también europeos desde hace muchos siglos y de que, desde luego, también pagan impuestos.

Para entender el concepto cultura

Para entender el concepto cultura
Alfredo Ramos

Introducción
Los cerca de seis mil millones de personas que habitan la Tierra son miembros de una misma especie biológica: el homo sapiens. Aún así las diferencias entre ellas en términos de cultura y costumbres son extraordinarias. Muchas diferencias son puramente una cuestión de convenciones sociales. El blanco, por ejemplo, es el color de luto para los chinos, mientras que los europeos utilizan el negro. El número de la mala suerte para los chinos es el cuatro, mientras que en la cultura occidental es el trece. En Europa la gente se besa en público, pero en China solo en privado. En las bodas europeas los novios se besan, en las coreanas hacen una pequeña reverencia, y en Camboya el novio toca la mejilla de la novia.
Pero hay otras diferencias más profundas y más importantes que las que se refieren a las convenciones sociales. Hay sociedades prolíficas y otras en que se considera que no es bueno tener tantos hijos. Hay sociedades que veneran los ancianos y otras que los relegan a un segundo plano. Hay sociedades pacíficas y otras que están orientadas a la guerra. Todas estas diferencias se denominan diferencias culturales.

1. La naturaleza inacabada: F.J. Ayala
“La evolución del ser humano, a diferencia de las demás organismos, tiene dos dimensiones: una, biológica; la otra, cultural. La evolución cultural es específicamente humana; no se da, al menos en sentido propio, en ningún otro organismo. En el ser humano, la evolución biológica y la evolución cultural se entrañan mutuamente como las dos vertientes de una cordillera. Las dos vertientes pueden ser muy diferentes en topografía, incluso en flora y fauna, pero están mutuamente relacionadas de múltiples formas y conducen a las mismas cimas. De manera análoga, la evolución biológica y la cultural dependen una de la otra. La cultura sólo pude existir sobre una base biológica apropiada y depende enteramente de la naturaleza y las cualidades de tal base. Al mismo tiempo, la cultura extiende sobremanera el poder adaptativo de la naturaleza biológica y constituye la fuente más importante de los cambios ambientales que determinan la evolución biológica humana…
En este sentido, la cultura incluye todos los hábitos adquiridos y maneras de vivir del ser humano, las artes y las técnicas del hacer y usar objetos materiales, el lenguaje, las instituciones sociales y políticas, las tradiciones éticas y religiosas, los conocimientos científicos y humanísticos. Es decir, la cultura significa, en este caso, todo lo que la humanidad conoce o hace como resultado de haberlo aprendido de otros seres humanos. La cultura se adquiere no sólo por los padres, sino de todos los seres humanos con los que se entra en contacto directa o indirectamente. El mecanismo de transmisión no son las células sexuales, sino la comunicación directa, oral o gesticular. Los libros, la prensa, la radio y la televisión, el cine y el teatro, y, en general, cualesquiera medios de comunicación.
2 Naturaleza y cultura. Paradigma 1. Martínez Martínez y otros. Vincens Vives.
El término naturaleza tiene su etimología en la palabra latina natura, que… significa nacer. Por tanto, el significado del término naturaleza se identifica con todo aquello que se posee por nacimiento, lo que cada individuo es de por sí una vez que ha sido programado genéticamente en su ser biológico.
El término cultura tiene su origen en la palabra griega cultus que significa cultivar. Por tanto, el significado del término cultura se identifica con cuidar algo, con el conjunto de técnicas productivas, con todo aquello que cada individuo adquiere como ser social que es.
Por tanto naturaleza equivale a herencia biológica, mientras que cultura equivale a herencia social. El ser humano es un ser natural que tiene por nacimiento unas características que le pertenecen como propias, es un organismo que cuenta con unas disposiciones concretas que posibilitan su desarrollo. Y paralelamente, el ser humano es un ser cultural que requiere de una crianza o cuidado de sus capacidades, de acuerdo con el marco social en el que está inscrito.
En el ser humano, en apariencia la biología se ha detenido; por el contrario, la cultura le permite continuar progresando, inventando y creando. De este modo, el ser humano se ha emancipado de la naturaleza con sus leyes biológicas para instalarse en la cultura con sus valores sociales.
3. Origen y evolución del hombre. F.J. Ayala
“Los seres humanos no han esperado a que surjan combinaciones genéticas que produzcan alas, sino que han conquistado el aire de manera más eficiente y versátil, construyendo máquinas voladoras. La humanidad viaja por los ríos y mares sin agallas ni aletas, sirviéndose de barcos. La exploración del espacio ha comenzado sin necesidad de que aparecieran mutaciones genéticas que permitieran a los hombres actuar en ausencia de gravedad y respirar en ausencia de oxigeno. Partiendo de un humilde origen africano, el hombre se ha convertido en el mamífero más abundante de la tierra. La aparición de la cultura, que es un modo superorgánico de adaptación, ha hecho de la humanidad la especie más próspera del planeta”
4. Todo lo que se desprende por la acción de las fuerzas implicadas a partir del big bang es lo natural, todo lo que en el mundo existe y que es una aportación del hombre es lo cultural. El ser humano es producto de la naturaleza, pero en su proceso evolutivo construyó las bases y los fundamentos de la cultura y eso contribuyó a transformar su naturaleza. Todas las acciones humanas se realizan no precisamente respondiendo a las exigencias de la naturaleza, sino más bien de la cultura. Si bien desde el sentido natural sentimos hambre, sueño, incomodidad, cansancio, la manera como satisfacemos esas necesidades es mediante acciones culturales que nos han sido enseñadas, comemos en una mesa, dormimos en una cama, nos enamoramos de símbolos y de las cosas, realizamos nuestras acciones bajo reglas aprendidas de nuestros mayores. Es decir, si bien conservamos nuestra naturaleza las respuestas que damos a las necesidades biológicas son culturales. Alfredo Ramos.
5. Pequeña filosofía para no filósofos. Albert Jacquard.
“La naturaleza desarrolla impávida sus procesos; deja que la mescolanza de causas consiga sus efectos sin que pueda formularse una pregunta sobre el valor moral de los mismos. Los problemas ligados a la sexualidad nos proporcionan un ejemplo. Las glándulas endocrinas segregan hormonas que impulsan a los individuos a copular, acto necesario para que prosiga la aventura de la especie. El comportamiento de los animales está dirigido únicamente por esas secreciones. Los humanos comprendieron que los actos encaminados a la procreación se contaban entre los más importantes para la construcción del mañana, imaginaron reglas, a veces muy complicadas, que regularan la constitución de parejas procreadoras e insertaron esas acciones en una unidad de conjunto frente al otro, de respeto, de amor. Los problemas que deben encarar en este terreno no tienen nada que ver con los planteados por mecanismos naturales”. Es decir, la sexualidad humana no se encamina exclusivamente a la procreación y reproducción de la especie, esta signada por la necesidad del placer, de la comunicación y regida por los símbolos de la cultura. El deseo humano no se rige exclusivamente por la acción de las hormonas, responde a múltiples aprendizajes y objetos de deseo, amamos la elegancia, el talento, la inteligencia, las cosas, la ternura, etc. Es decir, aquello que la cultura ha ido construyendo en sus intrincados procesos.
6. Pequeña filosofía para no filósofos. Albert Jacquard.
Para hablar de la diferencia entre humanos y animales, que hace referencia a la diferencia entre naturaleza y cultura. Una diferencia contundente tiene que ver con el sentido de la muerte, los animales no saben que están vivos por que no tienen conciencia y por lo tanto no saben que se van a morir. En palabras de Jacquard: “Si se ignora la muerte, no es posible preciar el presente. Nada sería más triste que saberse inmortal. Al imaginar el mañana, cosa que, al parecer, resulta imposible para cualquier animal, hemos dado valor al presente. El precio que debemos pagar es la angustia del desenlace, la desaparición final, que no podemos ignorar…Para los miembros de nuestra especie, el mañana es la obsesión de cada momento. Lo que nos hace radicalmente diferentes es la obsesión de cada momento. Lo que nos hace radicalmente diferentes es la invención del mañana, invención posibilitada por la riqueza de nuestro sistema nervioso central. Esta riqueza nos ha sido dada por la naturaleza; pero también nos ha permitido eludirla. Al haber comprendido que ese mañana –inexistente cuando lo evocamos- depende de nuestra decisión del momento, hemos perdido el presente para convertirnos en constructores obligados del futuro. La finalidad está ausente de los procesos naturales, mientras que la hemos introducido en cada uno de nuestros actos. En este sentido, hemos escapado de la naturaleza, como escapa una flecha del arco que la lanza”. “Al tener que actuar para preparar el mañana, nos vemos precisados a elegir y adoptar reglas con el fin de orientar nuestras acciones. Toda comunidad humana define, así, una moral. Para llegar a ello, acepta referirse a algunos principios adoptados en común; por ejemplo, el respeto hacia la persona humana. Pero en la adopción de esos principios el ejemplo de la naturaleza no puede ayudarnos en nada, pues se trata de orientar elecciones, mientras que la naturaleza no elige nunca”
7. Pequeña filosofía para no filósofos. Albert Jacquard.
“La naturaleza ha producido, por propio impulso, el cerebro humano, el objeto más complejo conocido. Este cerebro nos ha dado el poder de contemplar el mundo que nos rodea planteándonos cuestiones e imaginando respuestas. Pero, sobre todo, nos ha permitido crear entre los hombres, gracias a todas las modalidades de lenguaje, una red de planteamiento común, de comunicación, que hace del conjunto de los seres humanos un objeto más complejo que cada uno de ellos y dotado, por tanto, de poderes de los que está privado el individuo. El hecho de que el lenguaje haga corresponder un símbolo a cada objeto no me parece esencial; es sólo un medio al servicio de un fin; el establecimiento de una red que hace de cada ser humano un elemento de un conjunto solidario. Esta pertenencia nos sitúa en el punto de encuentro de lo que nos ha dado la naturaleza (lo innato) y lo que nos ha aportado la comunidad humana (lo adquirido). Por tanto, todo en el ser humano es a la vez “natural” y “artificial”. Las pasiones hunden sus raíces en las secreciones hormonales pero se desarrollan en el suelo fértil de los encuentros”
Características de la cultura
Tomado de Paradigma 1
a. La cultura humana es social
La cultura humana es un proceso que se hereda socialmente. Cultura y sociedad son dos conceptos distintos, pero conectados.
Una sociedad viene configurada como un sistema de relaciones que conecta a una serie de individuos entre si. Entre tanto, la cultura se identifica con los modos de vida de los miembros de una sociedad y viene configurada por los valores que comparten, las normas que acatan y los bienes materiales que producen. En consecuencia, la cultura representa la vida social, hasta el punto que no puede haber sociedad carente de cultura ni, correlativamente, puede darse cultura sin sociedad.
b. La cultura humana es plural
La cultura humana no es algo único y uniforme, sino que cada grupo humano posee modos de ser y vivir propios. La cultura humana como herencia social se fragmenta en una desconcertante formación de modalidades locales, con hábitos propios que difieren de los restantes.
c. La cultura humana es simbólica.
El ser humano es el único animal que tiene palabra. La cultura humana está mediada por el lenguaje, que nos caracteriza como humanos.
d. La cultura humana es aprendida.
La adquisición de la cultura humana requiere de ejercicio, instrucción y orientación en los hijos por parte de sus padres. El individuo se beneficia de la experiencia de sus antepasados y puede fácilmente elaborar su conducta para hacer frente a las condiciones del medio. De aquí, que el ser humano posea la capacidad más elevada para operar cambios rápidos en su conducta individual y del grupo.
e. La cultura humana es histórica
El ser humano es el único animal que tiene conciencia del tiempo, por lo que su herencia cultural se enriquece progresivamente. La cultura humana es consecuencia directa de la situación misma en la que se encuentra su productor: el ser humano.
El ser humano cuando nace no empieza de cero, sino que por el hecho de nacer dentro de un grupo concreto- que cuenta con una herencia sociocultural determinada – arranca de la tradición, de aquello que los componentes del grupo, y la humanidad en general, han hecho de sí mismos en sus procesos vitales. Esta tradición, no obstante, se ve enriquecida por sucesivas innovaciones que permiten la evolución cultural y la mejora de las condiciones de vida humanas.

Socialización
La socialización es el mecanismo Socio-Cultural básico por el cual un conjunto social asegura su continuidad. Los principales agentes de la socialización son los padres y otros miembros de la familia, las instituciones educativas y los medios de comunicación social. Por lo general, ellos cumplen la fusión de trasmitir a los niños los valores y las creencias de su mundo socio-cultural, así como los significados otorgados en su mundo socio-cultural a las relaciones interpersonales y a los objetos .Las generaciones adultas trasmiten la cultura como patrimonio o legado, hay un doble juego ya que se selecciona lo que se trasmite y el que recibe también selecciona según sus intereses.
La socialización comienza con el nacimiento y transforma a los individuos en seres sociales, en miembros de su sociedad. Este es el proceso que convierte progresivamente a un recién nacido con un muy limitado repertorio de conductas en un sujeto Social hasta llegar a ser una persona autónoma, capaz de desenvolverse por si misma en el mundo en el cual ha nacido.
Mediante las socialización se transmite lenguajes de palabras y gestos, destrezas técnicas habilidades, la destreza de escribir, significados relacionados entre las personas y otros objetos, hábitos, valores, sentido común.