sábado, 3 de septiembre de 2011

Democracia y sus características

LA DEMOCRACIA Y SUS CARACTERÍSTICAS
LOS APORTES DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Alfredo Ramos Osorio


La democracia
Una de las conquistas de la Revolución Francesa es el surgimiento de la democracia moderna. La palabra “democracia” proviene de los vocablos griegos Demos, pueblo, y Kratos, autoridad o gobierno.
Frente al “poder divino” que decían encarnar y ejercer los monarcas de tiempos pasados, o a la “predestinación” que invocan ciertas doctrinas a favor de las “minorías selectas”, la democracia defiende el concepto de “soberanía popular”, o sea, el derecho del pueblo a gobernarse por sí mismo, con la finalidad de representar el interés general. Abraham Lincoln define la democracia como: “el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”
Por el pueblo debe entenderse “todo” el pueblo. Pero como es muy difícil que en un país se pueda concebir que todos estén de acuerdo, lo que finalmente prima es la decisión de las mayorías. Al respecto Thomas Jefferson dice: “El primer principio del republicanismo (democracia) es la Ley de la Mayoría, que se constituye en la ley fundamental de toda sociedad de individuos con iguales derechos; considerar la voluntad de la colectividad, expresada aunque sea por la mayoría de un solo voto, tan sagrada como si fuera unánime, es la primera de las lecciones que debe aprenderse, pero la última que se aprende completamente. Cuando se abandona esta ley no queda otra cosa que la fuerza, que concluye inevitablemente, en el despotismo militar”.
El hecho de adoptarse la decisión de la mayoría no significa que se prescinda de la minoría. La minoría ejercita también la parte que le corresponde en la soberanía popular, al desempeñar las funciones de crítica y control que incumben a la oposición. Disfruta, además, del derecho expectativo de convertirse, eventualmente, en mayoría. Casi todos los sistemas electorales confieren a la minoría un margen específico de representación en los parlamentos u otros cuerpos colegiados.
La democracia presupone la igualdad de los hombres y su derecho igualitario tanto a ejercer la soberanía popular como a alcanzar los fines que, de acuerdo con los conceptos esenciales de la filosofía liberal tiene el hombre. Esos derechos están claramente enunciados en el lema de “libertad, igualdad y fraternidad” de la revolución Francesa, como en la siguiente frase de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica: “Todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales están la vida, la libertad, y la consecución de la felicidad”.
Hay ciertos requisitos que cumplidos, dan sello de autenticidad a un régimen democrático que constituyen los instrumentos políticos y jurídicos imprescindibles para el funcionamiento de una verdadera democracia:
1. El sufragio o voto popular: A través del que se expresa la voluntad popular. Al emitir su voto cada ciudadano pone en juego, voluntariamente, la parte que le toca de soberanía popular. Así designa a sus representantes; a aquellos que, en el gobierno, actuarán por él. No siendo posible –dadas las dimensiones de las naciones modernas- hacer que el pueblo delibere y actúe directamente en asambleas públicas como las de Atenas, se utiliza el sistema “representativo” o de “delegación de poder” mediante el cual los gobernantes (legisladores o ejecutivos) ejercen el poder en representación de sus electores, o sea por mandato del pueblo. Por eso también el pueblo, al cabo de un término señalado, puede retirarles la representación, eligiendo a otros ciudadanos para reemplazarlos. Los requisitos esenciales son la libertad y el secreto, para eliminar toda posibilidad de coacción o corrupción.
2. Un estatuto constitucional o cuerpo fundamental de leyes: Que establece y limita los derechos y atribuciones del individuo y del Estado, y las relaciones del uno con el otro, a fin de evitar el abuso de la libertad por parte de los individuos y el exceso de autoridad de los gobernantes. Uno de los grandes precursores del pensamiento democrático fue Juan Jacobo Rousseau que en su obra El contrato social sostiene que la autoridad del Estado y la fuerza de las leyes no pueden tener otro origen intelectual y moralmente válido que la voluntad del pueblo: que el gobernante no es un mandatario de la soberanía popular; y que la forma de gobierno ideal es la República, en la cual los representantes del pueblo discuten y aprueban las leyes. En cuanto al “contrato” como base de la sociedad, Rousseau dice que solamente “el acuerdo y el consentimiento” colectivos pueden justificar la convivencia social por una parte, y la autoridad del gobierno, por otra. El contrato social significa que “cada cual, dándose a todos no se da a nadie en particular; y como no hay ningún asociado sobre el cual no adquirimos los mismos derechos que concedemos sobre nosotros mismos, resulta que adquirimos a nuestra vez el equivalente de todo lo que perdemos, y más fuerza y poder para preservar lo que tenemos” . El contrato social o constitución política significa la construcción jurídica de la igualdad de los hombres ante la ley, establece los acuerdos logrados en materia de derechos y coloca límites a la autoridad del Estado frente al ejercicio del poder, eliminando las posibles arbitrariedades, tal como ocurría en los gobiernos monárquicos.
3. La división de los poderes dentro del Estado. Un Estado centralizado tendería naturalmente al autoritarismo despótico. Es clásica la división de los poderes en legislativo (el parlamento constituido por los representantes directos del pueblo), que formula las leyes; ejecutivo (El Presidente o Primer Ministro y su gabinete, así como las diferentes ramas de la administración pública) que hace cumplir las leyes; y judicial que administra la justicia para castigar la infracción delas leyes. En la Constitución existen normas fijas e inviolables, en virtud de las cuales los tres poderes cumplen sus respectivas funciones y se controlan entre sí. Normas que, además, permiten un constante, activo y estrecho contacto entre el gobierno y el pueblo.
4. La adopción y vigencia de los Derechos Humanos: Que se fueron estableciendo merced a la lucha de los ciudadanos y que tienen tres etapas:
Derechos de primera generación o derechos civiles y políticos: Desde 1789, con la proclamación de los “Derechos del Hombre”, surge la razón última del constitucionalismo moderno, es decir, un vínculo entre el concepto Estado y el concepto Libertad. Este vínculo hizo posible una entrelazada histórica de las instituciones del Estado y de las exigencias de la libertad, evolución en la que tuvieron que ver los acuerdos o pactos de sociabilidad que día a día aseguraban al hombre un creciente reconocimiento de su dignidad.
En sus orígenes, el concepto libertad aludía a un valor singular, individual, idea muy explicable dentro del pensamiento liberal clásico. Sin embargo, con el correr han surgido libertades de distinta categoría, ya que el valor singular o individual ha cedido terreno frente a los derechos colectivos como el de la autodeterminación de los pueblos, en el ámbito interno, y a las nociones de protección internacional de los derechos humanitarios.
Los llamados derechos de primera generación, representan las libertades públicas que durante el periodo clásico del liberalismo imponían al Estado la obligación de “dejar hacer, dejar pasar”, con el propósito de proteger el libre desarrollo de la personalidad individual. Se trata de garantías que consultan lo más íntimo de la dignidad humana, sin las cuales se desvirtúa la naturaleza de esta y se niegan posibilidades propias del ser. La lista de los derechos o libertades de la primera generación se hizo por primera vez en la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, en 1789. La Declaración habría de inspirar el constitucionalismo europeo y, por transferencia cultural, el latinoamericano a partir del siglo XIX. Estos derechos están destinados a garantizar la vida, la libertad de pensamiento, de culto, de expresión, de petición, de reunión, de tránsito, de participación, etc. El ejercicio de esas libertades está condicionado solamente a los superiores intereses del orden social: seguridad del Estado y coexistencia pacifica de derechos individuales. Los derechos de cada uno se extienden, sin trabas, hasta el punto en que pudieran ser lesivos para los derechos de los demás y allí se detienen. El concepto de que esos derechos existen como atributo inherente a la condición humana, y que se deben respetar, constituye la esencia ético- política de la democracia.
• Los derechos de segunda generación: económicos y sociales:
Recordemos que la democracia, navegando entre conceptos jurídicos, políticos y éticos, se había ocupado para asegurar la proclamación y el ejercicio de los derechos que se referían a la libertad, a la justicia igualitaria, a la anulación de los principios de casta, etc. Pero, imbuida de la doctrina liberal, no había tocado el aspecto económico, porque se planteaba que la libertad del mercado, según las teorías de Adam Smith, permitiría que todos los individuos alcanzaran su bienestar.
El tiempo se encargó de demostrar que aquella no era una verdad absoluta. El oleaje del capitalismo liberal no siempre llevaba al hombre alas playas de la abundancia. Frecuentemente, lo ahogaba en el ciclo violento de la prosperidad y la crisis; y lo ahogaba, además, en masa.
La “liberación de la necesidad” viene a corregir esa falla de los planteamientos democráticos liberales. El hombre no sólo tiene derecho a ser libre (lo que equivale, muchas veces, al dudoso privilegio de morirse libremente de hambre). Tiene también derecho, un derecho inherente a su condición de hombre y de ciudadano, a liberarse de la necesidad, en vez de que esa necesidad sea un simple accidente que puede o no ocurrir en la evolución del fenómeno económico. Así como a la justicia, tiene derecho al pan de cada día. Porque si es cierto que “no sólo de pan vive el hombre” – como reza el viejo refrán- no menos es cierta que ninguna doctrina política, moral o religiosa ha inventado la forma de vivir sin pan. Los derechos de la segunda generación son un conjunto de garantías que también se han denominado Derechos Asistenciales. Su característica es la de ser simples posibilidades de acción individual. Imponen, además, una carga u obligación al Estado, de manera que la persona se sitúa dentro de un marco social de acción como requisito para el ejercicio de su derecho. Uno de sus ejemplos es el derecho al empleo, el derecho a la vivienda, el derecho a la alimentación, el derecho a la educación, el derecho a la salud, etc.
De igual manera, los derechos de la segunda generación imponen cargas a ciertas libertades públicas, como la “función social” que se señala a la propiedad privada.
Esta segunda generación adicionó a la primera e introdujo al constitucionalismo moderno el concepto de Estado Social de Derecho.
Al concluir la segunda guerra mundial, los derechos de la segunda generación comienzan a ser parte del derecho público interno de los Estados y se convierten en un logro de la cultura internacional. De allí que fueran adoptados en la Declaración universal de derechos humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
• Los derechos de la tercera generación: se diferencian de los dos tipos anteriores porque persiguen garantías para la humanidad, considerada globalmente. No se trata en ellos del individuo como tal ni como ser social, sino de la promoción de la dignidad de la especie humana en su conjunto, por lo cual reciben también el nombre de Derechos Solidarios. Dentro de estos encontramos los derechos a la paz, al entorno, al patrimonio común de la humanidad y al desarrollo económico y social, al espacio público, a un medio ambiente sano, etc.
Su carácter solidario demanda, para ser eficaces, una acción concertada de “todos los actores del juego social”: el Estado, los individuos y las entidades públicas y privadas. Son derechos que surgen de manera gradual dentro del Derecho Internacional Público, en virtud de tratados, convenios y conferencias que han tenido lugar a partir de los años 70.

viernes, 26 de agosto de 2011

La vergüenza se perdió en el país

'La vergüenza se perdió en el país'
Por: Redacción Vivir
Francisco de Roux, conocedor como ningún colombiano del conflicto armado en el Magdalena Medio, hace un balance de la Ley de Víctimas y asegura que el proceso de reconciliación debe incluir a los victimarios.
No importa cuán discreto intente ser el padre Francisco de Roux —desde los zapatos hasta el tono de la voz—, cuando él está presente, bastan sólo unos minutos para que todo termine gravitando a su alrededor. Sobre todo si se trata de una conversación sobre la nueva Ley de Víctimas o, más aún, cuando se pone sobre la mesa una pregunta: ¿qué valoran los colombianos?

Hoy, por cuenta de la aprobación de la ley 1448 de 2011, las víctimas han regresado al centro del debate. Pero en el caso del padre han estado presentes desde 1995, cuando empacó maletas y viajó hasta el Magdalena Medio, donde se libraban las más feroces batallas entre paramilitares, guerrilla y ejército, para crear un modelo de paz y desarrollo. Para trabajar hombro a hombro con las comunidades y ayudarlas a recuperar su dignidad.

Nadie entiende como él los alcances y limitaciones de la nueva política para atender a las víctimas. Nadie con más autoridad moral para advertir que, como lo dice en esta entrevista, “no basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. De nada sirve aumentar el número de policías y militares para que exista uno al lado de cada víctima. Lo importante es incidir en el victimario, convertirlo al valor de la vida”.

¿Esta nueva ley es la solución a los problemas de las víctimas?

La Ley de Víctimas tiene a mi juicio un valor fundamental y es que nos hace a todos los colombianos responsables de lo que ha pasado aquí. Y responsables no sólo moral y políticamente, sino también económicamente. Vamos a tener que pagar entre todos, con la plata del Estado que es nuestra. Cuando aquí maten a un hombre que defienda el medio ambiente. Cuando aquí secuestren. Cuando haya un falso positivo. Hasta ahora más o menos la idea que se tenía era que este es un país de gente buena, donde no hay corruptos, ni injusticias institucionales, donde no destruimos la naturaleza, sino que había un grupo de malos mezclados con mafia, guerrilleros y paras, que nos atacaban a todos los buenos. La ley lo que dice es que hay un conflicto armado, profundo, todos somos responsables y las víctimas son de todos los lados.

¿Está de acuerdo con que se considere sólo a las víctimas desde 1985?

Se necesitaría una posición más sabia y sutil para hacer ese discernimiento. Yo prefiero hablar de comunidades victimizadas, pues no sólo han atacado a las personas que están allí sino que el hábitat que las rodeaba fue totalmente destruido y transformado en hábitat de miedo y terror; el contexto ecológico fue transformado en procesos agroindustriales masivos y, una de las cosas mas criminales, el campo fue sembrado con minas antipersonales. Así que solucionarle el problema a una persona, si no se tiene total comprensión de lo que ha sucedido, puede ser una tarea limitada.

¿Qué se puede hacer entonces para enmendar lo que no quedó en la Ley?

La Ley necesita la movilización de la opinión pública y de los pobladores, acopio de recursos y la determinación de hacer cambios estructurales para que sus pretensiones se consigan. A través de la dignificación de la totalidad de las víctimas, articulándolas con la naturaleza y la sociedad, podremos conseguir reconciliación. Hay que tocar las causas por las que las víctimas fueran victimizadas, hacer los cambios estructurales para que esto no se vuelva a dar. Eso no está garantizado ni explicitado en el texto y va a requerir que las comunidades se involucren, para no dejar que la ley sea manejada por aparatos burocráticos que la simplifiquen.

¿Teme que todo esto se quede en el papel?

Podemos estar en un escenario de matar el tigre y asustarnos con el cuero. El camino que se abre es exigente. Voy a volver a una imagen que nos puede ayudar a pensar. Una de las preocupaciones de esta conversación es el valor de la vida. Es la relación del ser humano con la naturaleza. La imagen que se me ocurre es la del feto al interior del vientre de la madre. Usted no puede proteger al feto sin proteger a la madre y la totalidad de la vida. Pero esa es la relación de cada uno de nosotros con la naturaleza, con el paisaje, con el territorio. Somos una sola cosa con esa totalidad.

Sin ser pesimistas, ¿la devolución de tierras no nos devuelve al escenario que desató esta guerra?

Acepto que la ley se puede quedar en la mitad del camino y devolvernos a hace 40 años, a la situación agraria en que fueron arrebatados de seis a ocho millones de hectáreas. La condición para conseguir lo que estamos buscando es trabajar con seriedad desde lo político y lo educativo. Si no se crea un aparato serio que enfrente eso, no es posible. Se necesita la presencia empoderada de las víctimas, no sólo en la institución que toma decisiones en Bogotá sino en las regiones, donde va a ser mucho mas difícil, porque muchos de los victimarios están en el poder local y tienen injerencia en la justicia y política locales. Si allí mismo no están las víctimas con protección de sus vidas será muy difícil avanzar. Pero no basta con ejercer la autoridad sobre los victimarios. Es muy importante convertirlos a los valores que están en juego, al valor de la vida.

¿Cuánto va a tomar una reconciliación?

Es difícil que las víctimas perdonen hasta que no les digan toda la verdad, hasta que primero no se repare todo. Me acuerdo del escenario de Puerto Berrío. En aquella plaza un hombre desmovilizado del Bloque Central Bolívar tomó el micrófono y dijo: “Ustedes nos tienen que perdonar”. Fue muy bonita la respuesta de las víctimas, la expresión fue de “estamos abiertos a la reconciliación, pero no sean sinvergüenzas”. Y empezaron a hacer preguntas: díganos por qué nos mataron, díganos dónde están las personas de nuestras familias, cómo nos van a garantizar que no va a volver a pasar. Lo que pasa es que la vergüenza, que se ha perdido en el país, es un valor muy grande. Es el sentimiento que tienes por violar los pactos de honor de una comunidad. Eso es importante sentirlo: que le he sido infiel a mi gente. Que he tocado las cosas sagradas. Si no se logra la confianza no se puede vivir en paz, ni construir la seguridad.

¿Cuándo vamos a tener esas herramientas y un país que haga todo esto?

Creo que para avanzar en esa dirección el proceso tendría que tener en cuenta a los líderes; a los procesos campesinos, indígenas y afrodescendientes. En todas partes hay un liderazgo real basado en mujeres y hombres que son creíbles, que cuando convocan la gente responde, que no son políticos buscando el poder ni la manipulación de los demás. Esa riqueza es muy honda. Hemos perdido al menos 10.000 personas de esas. Esas personas que le ponían la cara a la guerrilla, a los paras, a los políticos y tocaban el alma de los pobladores.

Pero es difícil desmontar esos aparatos de guerra.

La guerra desestabiliza, enreda, llama a vivir en un escenario de terror. Ahí se mueve el aparato mafioso que manda a matar. Hay que luchar con todo para no seguir por ese camino. Hay intereses fuertes en mantener la guerra porque es el escenario donde todo vale. Es el escenario opuesto a la vida. Vale tumbar los bosques y sembrar minas.

¿La Ley de Víctimas está acorde con el modelo de desarrollo del Gobierno?

Un proyecto como este debe ser consistente con sus propios supuestos éticos. Es evidente que en una ley así el desarrollo es el ser humano en armonía con la naturaleza. Colombia, por ahora, no piensa que el desarrollo es el ser humano. Colombia piensa que es exportar más barriles de petróleo, más carbón, más aceite de palma, más toneladas de caña de azúcar, porque con eso conseguimos divisas, tenemos plata y qué importa que todo se destruya. Ese es el punto de fondo. Entender que vivir en armonía con la naturaleza no está en contra de la producción y el desarrollo.

Como provincial de los Jesuitas, ¿no cree que la Iglesia tiene una deuda con el país en la educación desde una perspectiva de respeto a la naturaleza?

Mi sentir es que el cristianismo tiene una deuda con la ecología, con el medio ambiente. Pero la Iglesia ha producido recientemente muchas orientaciones en este sentido. Los mensajes éticos de poner en primer plano la responsabilidad con la naturaleza son muchos. Un compañero jesuita, ya viejo, me decía el otro día: cuando yo entré de jesuita me dijeron que nuestro objetivo era salvar las almas y llevarlas al cielo; después, en los años 70, me dijeron que la meta era luchar por la justicia y ahora, cuando tengo 80 años, me dicen que el objetivo es luchar por la naturaleza.

Depresión y paranoia

Depresión y paranoia

Mauricio García Villegas
Publicado en: El Espectador, Julio 31 de 2009

ALGUNA VEZ LE OÍ DECIR A UN PROfesor de sicología que las enfermedades mentales dependen mucho de la sociedad en la que se vive. Así por ejemplo, me explicaba, mientras en los Estados Unidos mucha gente se deprime, en América Latina no faltan los paranoicos. No sé si mi colega tiene alguna teoría para explicar esta diferencia, pero la mía es esta:

En los países que tienen una gran clase media, que son por lo general países desarrollados, la gente siente que los demás, a pesar de tener más o menos dinero, son ciudadanos, como ellos. En nuestros países, en cambio, las diferencias sociales son tan grandes que la gente ve a los que no son de su clase social como extraños y desconfía de ellos. Esto no me lo estoy inventando yo; fue dicho a mediados del siglo XIX por el historiador Sir Henry James Maine. En las sociedades tradicionales, explicaba Maine, los lazos sociales dependen del estatus, mientras que en las sociedades modernas dependen del derecho. En las primeras dominan el padrinazgo, las relaciones de clientela y las palancas; en las segundas, en cambio, lo que importa es ley.

Mi teoría entonces es esta: en una sociedad moderna, la falta de desafíos engendra comportamientos depresivos; en una sociedad como la nuestra, la desconfianza produce paranoicos.

Es muy difícil probar lo que estoy diciendo, entre otras cosas porque en Colombia hay una mezcla de tradición y modernidad; sin embargo, creo que todos tenemos evidencias de lo mucho que aquí cuenta el estatus social. Cuando digo todos, lo digo en serio. No sólo me refiero a los ricos, a los blancos y a los que tienen apellidos ilustres —que aquí son los mismos—, sino también a los de clase media y a los pobres. En nuestro minucioso escalafón social cada cual encuentra sus amos y sus esclavos. En Bogotá los porteros son sumisos cuando se relacionan con los propietarios del edificio, pero déspotas cuando un transeúnte desorientado les pide información. Los choferes de taxi desprecian a los de bus por llevar pasajeros pobretones. Todos miran hacia arriba, bien sea para defenderse o para protegerse (con una palanca) o hacia abajo, para sentirse importantes o para tener a quien mandar.

Muchos subordinados hacen valer la jerarquía de sus superiores para imponerse frente a los que están más abajo. En Bogotá he visto a más de una secretaria enojarse con una colega a la que consideran inferior —porque su jefe es menos importante que el suyo—, sobre todo cuando esta última pretende hacer esperar en el teléfono al jefe de aquella.

Incluso en Medellín o en la costa, en donde las relaciones sociales son más desinhibidas, la jerarquía social se impone. El antioqueño rico puede parecer casi un amigo de su mayordomo, incluso tratarlo de vos, pero lo hace porque sabe muy bien que eso no significa una acercamiento entre ambos. En Antioquia pasa lo mismo que decía Fernando Díaz-Plaja sobre España: “Aquí, el señor que va al café habla con el camarero con una confianza que no se encuentra en Francia o en Italia, precisamente porque no teme que acabe sentándose a su lado”.

No estoy defendiendo la idea de una sociedad igualitaria en donde cada quien sea una ficha, un miembro del partido o un hijo de la patria. Lo que quisiera es vivir en un país de ciudadanos regidos por la ley; una ley indiferente y universal. Además, es más fácil lidiar con deprimidos que con paranoicos.

sábado, 4 de junio de 2011

Plata para mandar

Plata para ser patrón
Por: Mauricio García Villegas
NO HE LEÍDO LA BRUJA, DE CASTRO Caicedo, ni tampoco he visto la serie basada en su libro que por estos días pasa por la televisión; pero conozco Fredonia, el pueblo antioqueño donde ocurrieron los hechos que narra Castro Caicedo y también conozco la historia de Jaime Builes, el protagonista del relato.
Vale la pena repasar esa historia: cuando estaba muchacho, Builes era peón en una finca. Se fue un tiempo del pueblo y cuando volvió, convertido en un gran capo del narcotráfico, celebró en la plaza de Fredonia, con caballos, mujeres y rancheras, para que todo el pueblo supiera lo que había conseguido; luego compró buena parte de las casas de los ricos de Fredonia y se casó con una de las hijas de la aristocracia local.
La historia de Builes es la de muchos narcotraficantes paisas, impulsados no sólo por las ganas de hacer plata, sino por una mezcla de resentimiento social y búsqueda de reconocimiento. Casi todos ellos querían ser ricos, para poder comprar hartas cosas, claro, pero sobre todo para poder mandar y no tener que obedecerle a nadie. Son rebeldes en causa propia; lanzan su furia contra las élites tradicionales (sus antiguos patrones), pero no para cambiar la sociedad sino para reproducirla, con las mismas jerarquías y los mismos pobres de siempre, pero eso sí, con ellos al mando. Son unos rebeldes conservadores. Jaime Builes regresó a su pueblo para que lo volvieran a ver orgulloso y con plata; o como él mismo decía “pa pisar con fuerza sobre las pisadas viejas”.
Pero en Colombia, las ganas de patronear no son exclusivas de los mafiosos. Al contrario, son un impulso vital profundamente arraigado en nuestra cultura. Lo que la gente envidia de los ricos no es tanto la plata, sino el poder de mando que da la plata. Tener dinero y poder mandar son dos cosas que aquí se confunden. Por eso es tan común que la gente pobre le diga “patrón” o “jefe” a la gente que tiene dinero, incluso cuando no tienen ninguna relación laboral o jerárquica con ellos. Suponen que como son ricos, son jefes, y los jefes mandan y no le obedecen a nadie. En el imaginario popular, hacer plata es volverse libre.
He oído a más de un amigo añorar un cargo público ante la posibilidad de tener chofer, secretaria y mensajero. Ni qué hablar de los cargos políticos, en donde las reverencias de los subordinados ilusionan a más de uno y en donde la consigna, “duro con los de abajo y sumiso con los de arriba”, es una norma de conducta casi universal. Esto pasa incluso con nuestra élite económica, la cual todavía conserva parte de los rezagos señoriales que tenían sus ancestros coloniales. Por eso están dispuestos a reducir sus beneficios materiales con tal de mantener intactos los honores, las venias y los halagos que reciben cuando están en Colombia.
Nuestra obsesión por el estatus y el reconocimiento social es un rezago de la sociedad jerarquizada que existía en la colonial. Pero sobre todo, es el resultado de un modelo de sociedad en donde la familia, la clase social, la religión y el honor conservan una importancia desmesurada en relación con el Estado, la igualdad ciudadana y los bienes públicos.
Reconocer que estos son rasgos sociales distintivos de nuestra sociedad nos puede ayudar a entender por qué el narcotráfico está mucho más conectado con la “sociedad de bien” de lo que casi siempre estamos dispuestos a reconocer y por qué para combatir a la mafia hay que atacar no sólo los incentivos económicos que la alimentan, sino sus las raíces culturales y sociales.

sábado, 28 de mayo de 2011

Mentiras que alivian

Mentiras que alivian
Por: Mauricio García Villegas
EL MUNDO NO SE ACABÓ EL PASADO 21 de mayo, como sostenía el pastor Harold Camping. Muchos se alegraron de que esa predicción no ocurriera, no tanto porque pensaran que podía ser cierta, sino porque era la ocasión para desmentir al pastor evangélico. "Un charlatán apocalíptico menos", me dijo un amigo el 22 de mayo, seguro de que en adelante los fieles de Camping dejarían de ir a su iglesia.
Desafortunadamente, pensé yo, la cosa no es tan fácil y me acordé del caso de Mariane Keech, una señora que en 1954 creó un movimiento religioso fundado en una profecía similar. Keech sostenía que los habitantes del planeta Clarion la habían contactado para informarle que el mundo terminaría sus días después de un terrible diluvio planetario, exactamente el día 21 de diciembre de 1954. Pues bien, el fracaso de esta predicción no sólo no acabó con los seguidores de la señora Keech, sino que los fortaleció como grupo (Lo mismo parece estar pasando con Camping, quien en estos días dijo que el Dios misericordioso y clemente daría una tregua a la humanidad y que la nueva fecha para el fin del mundo es el 21 de octubre próximo).

A partir de lo ocurrido con la señor Keech, el sociólogo Leon Felstinger expuso su teoría de la “disonancia cognitiva”. Según esa teoría, cuando las personas creen firmemente en algo, pero se ven desmentidas por los hechos, algunos pocos adaptan sus creencias a los hechos, pero muchos prefieren adaptar los hechos a sus creencias. Esto ya lo había insinuado Esopo, el escritor griego, en una fábula que cuenta la historia de una zorra que intenta alcanzar unas uvas maduras y deliciosas, pero que, como no lo logra, se consuela diciendo: ¡ah!, para que sigo intentando si las uvas están verdes.

Nuestra vida cotidiana está llena de situaciones en las cuales nos metemos mentiras para espantar la frustración. Así por ejemplo, cuando una persona compra un automóvil que resulta no ser tan bueno como creía, se convence, a pesar de las evidencias, de alguna virtud oculta del carro que lo lleva a justificar su compra. Nuestras relaciones personales están marcadas también por este tipo de autocomplacencia; cuando nos vemos en la situación de tener que hacerle un favor a alguien que no nos cae bien, justificamos ese esfuerzo pensando que la persona no era tan mala como creíamos. En la vida académica, por ejemplo, los estudiantes tienden a evaluar peor a los profesores con los que les va mal y ello para echarle la culpa de su pobre desempeño al maestro y así justificar su menor rendimiento. En los asuntos de la nacionalidad también sucede eso: muchos compatriotas exageran (o inventan) las virtudes personales del colombiano (o los defectos del extranjero) para compensar la imagen insoportablemente mala que se tiene de nosotros.

El mundo político, por supuesto, no está exento de estas mentiras que alivian la mente. Un ejemplo reciente es la increíble buena imagen que sigue teniendo el presidente Uribe, a pesar de los escándalos de su gobierno. Los uribistas desconocen (o minimizan) el alcance de esos escándalos, no sólo para no perder la fe en su líder, sino, sobre todo, para no perder la fe en ellos mismos. La idea de que durante ocho años apoyaron a un gobierno corrupto va en contravía de su buen juicio y por eso prefieren forzar la realidad y mantener la imagen de un Uribe impoluto.

Por eso, como en el caso de las falsas predicciones de Camping y Keech, la defensa de Uribe se explica menos por el apego al líder, que por la defensa (adulterada) que los uribistas hacen de su propia cordura.

Juventud colombiana

La juventud española y la colombiana
Por: Álvaro Camacho Guizado
LAS RECIENTES MANIFESTACIONES masivas de la juventud española deberían tener alguna consecuencia para nosotros los colombianos.
Eso de salir a las plazas a exigir una democracia real, a combatir la corrupción, a criticar a fondo el sistema económico neoliberal que tiene a ese país al borde de un colapso generalizado y, sobre todo, a poner en cuestión de manera radical los mecanismos de representación política, esos principios y esas manifestaciones de protesta, digo, son perfectamente aplicables a la juventud colombiana. Carecemos de una democracia real, nos ahoga la corrupción, estamos bajo un régimen neoliberal implacable y nuestros representantes en los aparatos de elección popular son para sentarse a llorar.

Sin embargo, es preocupante que haya tanto silencio, una especie de abulia que tanto caracteriza a nuestra juventud y, en general, a la ciudadanía. Vamos por partes: una de las más sentidas expresiones de los jóvenes españoles ha sido su rechazo a las formas convencionales de representación: no le comen cuento a la idea de que la democracia es simplemente votar por algún candidato que habla bonito, hace promesas y que cuando llega a los organismos de representación se convierte en una ficha más de un sistema en el que los intereses personales o de grupo dominan sobre sus responsabilidades y propuestas originales. ¿Qué estará pensando nuestra juventud ahora cuando entramos en período electoral?

Sin duda la historia de violencia política y la existencia del conflicto armado han desempeñado un papel fundamental: como si hubiera una conciencia de que alejarse de los cánones convencionales de la democracia representativa fuera un motivo para ser declarados subversivos y ser víctimas de los paramilitares. O como si demostrar contra la violencia de las Farc nos pusiera en su mira.

Pero más allá de esta consideración está el fenómeno de la vigencia de un orden social en el que la lógica de la ventaja se ha impuesto sobre la lógica de la responsabilidad. La creciente informalidad y la vigencia del rebusque se han traducido en unas prácticas en las que sobresale la defensa de la actividad individual, el todo vale, el primero yo, independientemente de la legalidad de las prácticas, el desinterés por las acciones colectivas de reivindicación, en fin, el mirarse el ombligo propio y en desconocer a los demás. Como si lo que movilizó a la juventud española nos fuera ajeno.

En el pasado reciente tuvimos un par de acciones colectivas, una contra las Farc y otra contra el secuestro y la desaparición forzada. Eso estuvo bien, desde luego, pero fueron dos manifestaciones esporádicas y que de poco sirvieron: las Farc siguen haciendo sus bestialidades y si bien el secuestro y la desaparición han mermado, el temor sigue estando latente.

¿Qué se necesitará para que despierte la juventud? ¿Continuará creyendo que entre los candidatos en la elección de octubre habrá algo que sea realmente una alternativa? ¿Creerá que Santos va a ser una alternativa real a Uribe? ¿Creerá que el nuevo estilo y las dos o tres reformas que ha impulsado son suficientes para estar contentos? ¿Y qué pensará del desfile de delfines candidatos?

O, por el contrario, ¿despertará y manifestará su profunda insatisfacción? No es muy tarde, pero sí estamos a tiempo.

viernes, 27 de mayo de 2011

La situación laboral de la juventud

Pregúnteme cómo
Por: Catalina Ruiz-Navarro
Quien asocia la juventud con un periodo lleno de posibilidades, felicidad, y esperanza claramente se ve engañado por su nostalgia. Ser joven hoy en día es un frustrante purgatorio donde las almas se preguntan si algún día van a poder ser autosuficientes económicamente como sus padres, los adultos, una empresa que parece quijotesca ante los portazos en la cara y las risibles ofertas salariales.
Unos no tienen trabajo porque les piden 5 años de experiencia, otros resultan en cambio, demasiado para el puesto. Los menores de 25 son muy jóvenes, los mayores de 35 son viejos y de todas formas, si se está entre el rango dorado lo más probable es que el sueldo sea mucho menos de lo merecido, y aún, de lo necesario.
La Ley del Primer Empleo, a pesar de ser bien intencionada, es insuficiente. Especialmente porque no beneficia a los jóvenes en especifico, en ella se metieron de colados las madres cabeza de familia, las personas en situación de desplazamiento, en proceso de integración o en condiciones de discapacidad, mujeres mayores de 40 años y los nuevos empleados que devenguen menos de 1.5 salarios mínimos mensuales legales vigentes. Se agradece a la Ley su esfuerzo por la formalización del trabajo, pero el panorama no deja de ser inquietante pues beneficia a tantos sectores de la sociedad que no resuelve el principal problema de la juventud: la escasez de herramientas para competir en un mercado laboral agreste y terriblemente frustrante.
La disminución temporal de los parafiscales para las empresas, una de las estrategias de la Ley del Primer Trabajo, creará solo entre 200,000 y 300,000 puestos de trabajo para los que muchos jóvenes no están capacitados, pues, han tenido que dejar sus estudios para ponerse a trabajar, y a su vez no pueden trabajar porque no han terminado sus estudios. Los Anillos de Moebius son frecuentes, quizá el más común es que muchos no pueden trabajar porque no tienen experiencia y no tienen experiencia porque no les han dado trabajo.
Otros esfuerzos están enfocados a fomentar el emprendimiento juvenil un campo que no es necesariamente menos adverso porque los jóvenes generalmente son educados y preparados por los sistemas educativos para trabajar como dependientes. Además tienen menos recursos y activos, menos experiencia y conexiones (indispensables para empezar una empresa o negocio propio) que un adulto. Claro, el emprendimiento juvenil se estimula porque no se puede hacer más, a falta de empleo asalariado por lo menos se intenta dar las condiciones para que los jóvenes se puedan inventar su propio medio de sustento pero se necesitan medidas aún más contundentes.
El desempleo de la juventud en Colombia es un problema de corto y largo plazo que afecta a todo el país. Atrás quedaron los tiempos de la juventud rebelde que no quería trabajar. Los jóvenes actuales cuentan con más educación que las generaciones anteriores, poseen más facilidad para adecuarse a las nuevas tecnologías de información y comunicación, y tienen mayor ventaja para asimilar nuevos procesos de producción.
Si bien la ley del Primer Empleo es un paso, el problema es mucho más grande y crece como una bola de nieve porque, el que sería el motor más productivo de nuestra sociedad está estancado, pedaleando en un sistema lleno de absurdos y paradojas. La próxima vez que vea a un joven con un botón de “Pregúnteme cómo adelgazar/ganar dinero/aprender inglés/etc.”, pregúntele cómo se siente al hacer ese trabajo ridículo después de haber estudiado una carrera, pregúntele cómo es que el futuro del país entumece sus cerebros en los Call Center donde cada cliente les machaca el espíritu. Pregúntele cómo.
@Catalinapordios

Amor y sexo en la posmodernidad

Amor y sexo en la posmodernidad
“¡Ya no hay hombres!”
El autor diferencia entre el amor “moderno” y el “posmoderno”: el primero “ofrecía la mujer-madre, pasiva y sin deseo sexual, y el hombre-de-familia como sostén indiscutido”; el amor posmoderno despega “madre” de “mujer”; ésta “orienta su vida privada desde el deseo sexual” y “los hombres posmodernos deben responder a nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado ‘Ya no hay hombres’”.
Por Ernesto S. Sinatra *
Una queja (o un lamento) elevado en ocasiones como grito de guerra, caracteriza a las mujeres en los tiempos actuales: “¡Ya no hay hombres!”. Son representadas por él un número apreciable de mujeres heterosexuales que tienen crecientes dificultades para conseguir, sobre todo de un modo permanente, hombres: ya sea para la ocasión, pero especialmente en matrimonio o en concubinato. Sus razones, atendibles, sostienen que, como decía recientemente una analizante, “hombres, lo que se dice hombres de verdad, no se consiguen fácilmente”. Esta dificultad va más allá de diferencias de clase social, ya que es usual encontrar a mujeres pobres encabezando familias monoparentales, por el frecuente abandono de los hombres de sus obligaciones laborales y de manutención de sus mujeres e hijos.
El amor moderno, el freudiano, poseía una precisa representación del hombre y de la mujer que se ha transformado notablemente en el amor posmoderno, lacaniano. El primero ofrecía un estereotipo de la mujer-madre como objeto de amor, pasiva y sin deseo sexual, y del hombre-de-familia como el sostén indiscutido del núcleo familiar; mientras que el amor posmoderno, al despegar “madre” de “mujer”, caracteriza a ésta por su actividad, por el privilegio del trabajo sobre el hogar, por la orientación de su vida privada desde el deseo sexual; en tanto que los hombres “posmodernos” no solo deben enfrentar las consecuencias del avance sociojurídico de las mujeres, sino que deben responder a sus nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado “Ya no hay hombres” y responder con lo que supuestamente tienen.
Los hombres son empujados por las mujeres a dar una respuesta cash, pues ya no alcanza con vanagloriarse de los oropeles masculinos ligados a la sacrosanta medida del falo, sino que, cada día más, son conducidos a demostrar con cada mujer lo que saben hacer “como hombres”.
Verificamos rápidamente las consecuencias para ambos sexos de afrontar el redoblamiento de la apuesta: el surgimiento de nuevos síntomas. En el horizonte masculino surge la devaluación del Don Juan, para muchas mujeres ya una especie en extinción. Es que el modelo donjuanesco requiere de un objeto complementario que ha caído en desuso: el objeto femenino pasivo, sin deseo sexual, sólo despertado por el gran seductor “contra su voluntad”. Don Juan se extingue como figura actual. Surgen entonces las mujeres “que tienen” de verdad; especialmente en ciudades industriales de países desarrollados, pero también en sectores acomodados de países subdesarrollados.
Fuertes y seguras, estas mujeres demuestran que efectivamente pueden tener bienes y lucirlos; ellas son exitosas en sus profesiones, autónomas, seguras de sí y partidarias del sexo sin ataduras ni compromisos estables con hombres. Estas mujeres –con frecuencia divorciadas o aun solteras– padecen síntomas que hasta ayer les eran reservados a los hombres: estrés laboral, fobias diversas localizadas en el temor a la pérdida de objetos: de este modo ellas participan de la angustia del propietario.
En este contexto, no debería sorprendernos la proliferación de manuales de autoayuda. Uno de ellos, escrito por una mujer, ha propuesto para las mujeres normas para “saber-vivir”: se trata de Barbara De Angelis en su libro Los secretos de los hombres que toda mujer debería saber (ed. Grijalbo), donde les propone a “ellas” reglas para obtener éxito con “ellos”. Se trata de un catálogo de seis normas, que expongo a continuación:
1 “Cuando trate de impresionar a un hombre que me gusta hablando tanto acerca de mí misma que no le pregunte a él nada, dejaré de hacerlo y me limitaré a preguntarme si él me conviene.” En el inicio se sitúa el goce del bla-bla-bla del lado femenino, ahora presentado como mascarada-carnada. De él se aprecia que es un obstáculo para el pensamiento equilibrado en las mujeres respecto de su deseo. La tradicional posición femenina del hacerse amar encuentra en esta norma su traducción por el goce narcisista de la lengua como un impedimento para asegurar el lazo con el hombre considerado más conveniente.
2 “Le expresaré mis sentimientos negativos tan pronto como sea consciente de ellos antes de que se consoliden, aunque esto implique hacerle daño.” Nuevamente, se trata de un llamado a la razón femenina a partir de su función discriminatoria, esta vez para decidir lo que hay que decir y cuándo hacerlo: cada mujer debería estar advertida de sus sentimientos para diferenciar los positivos de los negativos y comunicarlos al partenaire –o candidato– en el momento oportuno.
3 “Trabajaré en cuidar mi relación con mi ex esposo cuidando de no considerarme como dañada, y no hablaré de él como si yo fuese la víctima y él fuese el verdugo.” Se introduce aquí una cuestión delicada: la relación de una mujer con su ex. Es notable la toma de posición decidida de la autora: rechaza asumir la posición “natural” de víctima (como suele hacer cierto feminismo débil), y la empuja a confrontarse con su responsabilidad.
4 “Cuando mis sentimientos sean dañinos le diré a mi compañero de pareja qué es lo que estoy sintiendo antes que lloriquear o hacer muecas pretendiendo que no me preocupo o actuando como una niña pequeña.” Esta proposición constituye un mixto entre la segunda y la tercera regla, y agrega el rechazo del comportamiento infantil del llanto, al que caracteriza como típica respuesta femenina.
5 “Cuando me vea llenando vacíos, áreas muertas en la relación, me detendré y me preguntaré si mi compañero de pareja me ha dado últimamente mucho a mí; si no lo ha hecho, le pediré lo que necesito, en lugar de hacer las cosas mejor yo.” Esta regla busca, nuevamente, apelar a la razón femenina para localizar esta vez lo que el partenaire no da y exigírselo, si correspondiere. Esta norma parece recusar la salida femenina del reemplazo del hombre por ella misma, es decir, parece contrariar el recurso de las “nuevas patronas” (ver más abajo).
6 “Cuando me veo a mí misma dando un consejo que no se me ha pedido o tratando a mi compañero como a un niño, dejaré de hacerlo; tomaré aliento y permitiré que se dé cuenta de qué está fuera de su alcance, a no ser que me pida ayuda.” Esta última norma comenta un uso habitual del partenaire masculino en el lazo erótico, frecuente causa de estragos (pero, es preciso agregar, no menos causa de matrimonios): aconseja a cada mujer dejar de situarse como madre cuando el hombre se sitúa como niño.
Cada una de estas normas advierte a las mujeres de algunos de sus síntomas más frecuentes; cada una de ellas gira en torno de la ocasión propicia para responder al partenaire. Pero aquí encontramos la primera dificultad, porque, como se sabe, a la ocasión no sólo la pintan calva sino, también, mujer; y ya que –curiosamente– estas normas no dicen nada acerca de cómo arreglárselas con la otra mujer. Es bien sabido que, cuando una mujer depende de otra para cierto fin, suele haber problemas: Jacques Lacan habló del “estrago” materno para situar la densidad emocional que caracteriza a la relación madre-hija, la que contaminará los futuros encuentros de la hija-mujer con las otras mujeres.
Otra dificultad es que estas reglas son racionales, atinadas, pero –en el mismo punto en el que fracasa todo manual de autoayuda– también suelen ser inservibles. Más allá de esto, en estas normas una mujer toma partido y advierte a otras mujeres, posmodernas, acerca del riesgo de caer en la victimización o en la identificación con la madre, características referibles a la mujer moderna: pasiva y melindrosa, o activa sólo en su función maternal (sobre hijo o marido, da igual).
La patrona
La búsqueda principal para una mujer, en sus encuentros con los hombres –más allá de la satisfacción en sus encuentros sexuales y en la maternidad– la constituye el lograr ser amada por un hombre, llegar a capturar a uno que la ame especialmente a ella, encontrarse con aquel que la distinga con su deseo como una, singular, entre todas las otras mujeres. Cabe observar que, actualmente, este procedimiento suele ser realizado por ellas a repetición, es decir, que el cumplimiento de este rasgo requiere una búsqueda realizada con sucesivos hombres y cuyas condiciones de éxito sólo pueden ser analizadas en cada mujer, singularmente.
Para los hombres, en cambio, la bipartición entre el amor y el goce parece haberlos empujado a una suerte de “infidelidad estructural”. Se constituye entonces el problema masculino en estos términos: cómo podría arreglárselas un hombre con una sola mujer, cómo elegir a una y situarla en el lugar de causa de su deseo. Algunos hombres, a los que podríamos denominar neuróticos “tradicionales”, suelen llamar a sus esposas “la patrona”. La patrona, designación con la que denuncian su elección conforme al tipo de la mujer-madre, organiza sus vidas. Si bien algunos de estos hombres pueden conservar el rasgo de infidelidad “social” y gozar con otras mujeres –sea con amantes ocasionales o estables, o por renta part-time de servicios sexuales–, ¿qué sucede sexualmente con la patrona?
No podría decirse –al menos no en muchos casos– que esos hombres no quieran a su patrona, mujer única para ellos; pero, ¿cómo gozar de la patrona en la cama? Ya que se sabe, desde Freud, que para gozar de una mujer en el acto sexual un hombre debe faltarle el respeto. Esto se refiere a la idealización de una mujer: si una mujer está “allí arriba”, no puede compartir el lecho “aquí abajo”. Imaginemos a un hombre –estoy pensando en una dificultad narrada por un sujeto obsesivo– que, en el preciso momento de penetrar a su esposa, se encontró viendo a la madre... de sus hijos. ¿Cómo podría poseerla “de verdad”, si su libido se halla adherida al objeto incestuoso y toda su vida ha girado en torno de su dedicación a esa madre, mientras secretamente se consagraba –aunque no menos en la actualidad– a ejercicios masturbatorios?
Y ahora desde la perspectiva de “la patrona”, ¿qué sucede cuando ella se ubica complaciente y decididamente en su puesto de mando, aunque haga de ese lugar el último baluarte de una sempiterna queja? Una mujer, cuando se trata de obtener goce sexual en el encuentro con un hombre, deberá dejarse tomar como objeto causa de deseo, es decir, prestarse a ese goce que él obtiene con su fantasma, y por ese medio extraer ella Otro goce que excederá no solo a él, sino, y especialmente, a ella misma. La patrona de la que hablamos no parece estar dispuesta a esos deslices libidinales, ya que su satisfacción está puesta en otro lugar: “fabricar a su hombre” (ver más abajo), llámese “maternidad”.
Nueva patrona
Las mujeres de hoy ya no necesitan el palo de amasar de la patrona-ama-de-casa como emblema del poder fálico (y quizá tampoco requieran tanto como antes de sus hijos, al menos no de los hijos concebidos con sus maridos). Con las transformaciones del mercado capitalista se ha modificado el equilibrio de fuerzas entre hombres y mujeres. La justa apropiación por parte de las mujeres de sectores ligados tradicionalmente con la esfera pública ha introducido cuantiosos matices en la guerra entre los sexos. Un nuevo tipo femenino no oculta su predilección por el sexo ocasional. Decididas en el encuentro sexual, suelen quejarse de que los hombres se intimidan cuando ellas los encaran dejando ver las llaves de su departamento o de su auto. Ese gesto puede constituir una mostración de la impotencia masculina (“Ahora yo lo tengo y vos no”) y resultar para un hombre un castigo aún más doloroso que el inocente palo de amasar de antaño. Venganza femenina/humillación masculina. Sin embargo, un hombre, confrontado con ese señuelo, no tendría por qué sentirse intimidado: sólo la magnitud de su indexación fálica habrá determinado esa respuesta. Una mujer en el diván, enojada consigo misma, se quejaba por cómo había tratado a un hombre que la atraía especialmente. Luego del momento inicial de mutua seducción, y ya en el umbral de un encuentro sexual, ella le preguntó si había traído preservativos. A su respuesta “Traje algunos, ¿y vos?”, ella no tuvo mejor idea que decirle: “¡Bueno, bueno, cuánta fe que nos tenemos!”. La respuesta de él no se hizo esperar: impotencia sexual.
Del lado de estas mujeres se ha producido una inversión dialéctica en su posición discursiva: han dejado de sentirse “mujeres-objeto” para procurarse “hombres-objeto”. Como otra de ellas me enfatizaba en una entrevista: “Yo, como muchas de mis amigas, no estamos dispuestas a tener un hombre al lado durante mucho tiempo. Al tiempo se vuelven insoportables y hay que pedirles que se vayan”.
En una primera entrevista, otra mujer –ejecutiva, famosa, reconocida socialmente– hablaba de los hombres igual que ciertos hombres hablan de las mujeres. Un rasgo de su padre, que comentó al pasar, era la sustancia identificatoria de la que se alimentaba: ella era en el mundo de los negocios –éstas fueron sus palabras– “un hombre más”, y obtenía su éxito empresarial en el mismo rubro en el que su padre había fracasado. Efectivamente se había transformado en un hombre más, y no le hizo falta ninguna prótesis peneana para serlo; tampoco era homosexual; era una mujer perfectamente neurótica.
Este tipo de mujeres hacen el hombre a su manera: no son las que tienen (ni quieren) un marido a quien hacer existir como el hombre que ellas pretenderían ser; ellas no moldean a “su” hombre a su imagen y semejanza. Para ellas el reemplazo es directo y sin mediación: son ellas quienes lo borran del mapa y se colocan en su lugar. Este tipo de mujer “posmoderna” constituye un envés de aquella otra, “moderna”, que, encerrada en su familia, se había dedicado a fabricar a su hombre: vistiéndolo, mandándolo al trabajo (y a la vida), con una caricatura de docilidad que la encuentra pasiva, callada y siempre plegada al deseo masculino.
De esta nueva posición, el testimonio light lo constituyen los clubes de mujeres solas –o casadas pero reunidas solas para la ocasión– presenciando stripteases masculinos, ululando con cada trozo de los cuerpos exhibidos y peleándose ritualmente, de un modo fetichista, para conseguir el slip ofrecido. Esta práctica se ha transformado en un hábito aceptado socialmente; a veces, aunque no siempre, con el único requisito de que las mujeres casadas vuelvan después a sus casas.
Se deduce que la división amor-goce pareciera ya no funcionar exclusivamente del lado de los hombres, a partir de que el simulacro fálico ha tomado legitimidad jurídico-social para las mujeres. Pero quedan aún por determinar las variaciones singulares que se producen, no sólo en la esfera pública, a partir del justo reconocimiento de la paridad legal entre ambos sexos, sino especialmente en el campo del goce sexual, ya que en éste no existe la justicia distributiva.
* Texto extractado de ¡Por fin hombres al fin! (ed. Grama

lunes, 16 de mayo de 2011

Debate

Debate: las diferencias de las generaciones
Cultura y sociedad
Documentos para el trabajo
a. Videos: Hippies – diciembre 2010
Angie: noviembre 2010
Música de la contracultura_ noviembre 2010
b. Sobre los jóvenes de hoy – noviembre 2010
c. La contracultura- noviembre 2010
d. Generación sin rebeldía – noviembre 2010
e. Reglas del debate-noviembre 2010

sábado, 23 de abril de 2011

Los avivatos

Avivatos
Por: Andrés Hoyos
HAY UN TRANCÓN Y ATRÁS SUENA una ambulancia. Uno se hace a un lado, y cuando pasa la ambulancia, detrás de ella va pegado un taxi. Su conductor es el clásico avivato colombiano.
No es normal que el avivato sea pobre o quizás sea más exacto decir que entre los pobres la actitud no se llama así, se llama rebusque, y tiene otras motivaciones. El rebusque con frecuencia implica forzar las normas, pero la gente no lo hace por vocación sino por necesidad. Un vendedor ambulante que invade el espacio público no empieza por ser un avivato, aunque si le va bien, pronto accederá a la categoría.
De otro lado, uno pensaría que es contradictorio que haya avivatos millonarios. Sin embargo, éstos no son raros en el club de quienes poseen capitales con muchos ceros a la derecha. ¿La razón? Que la avivatada es un vicio de esos que no se curan con dinero, como el trago, el juego y el cigarrillo. Existe, sí, una diferencia crucial cuando la vuelta a realizar involucra cifras de muchos millones y es que entonces la avivatada traspasa los límites del código penal, adquiriendo en ese momento nombres nuevos: fraude, estafa, desfalco, malversación de fondos, etcétera.
El avivato en el fondo es un personaje paradójico: sufre al mismo tiempo de pereza y de impaciencia aguda. De ahí su deseo de saltarse los puestos en la cola, de tratar de obtener un trabajo o un grado sin merecerlos, de decirle al primo de la tía que por favor le consiga esa sinecura que anda por ahí como un perro sin lazo.
El que comienza como avivato no siempre se gradúa de criminal. Esto sucede cuando el vicio arrecia o cuando la persona se vuelve hábil y se acostumbra a tener “éxito”. Entonces, de repente, se le cruza por el frente una gran tentación, ante la cual es en extremo raro que el avivato no se acoja al proverbial consejo de Óscar Wilde de caer en ella. Sin embargo, tampoco es tan corriente que un avivato modesto se convierta de la noche a la mañana en un gran estafador. Para dar el salto, suele ser necesario el transcurso de por lo menos una generación. Dicho de otro modo, el hijo del avivato que no se vuelve beato o que no se mete de cura (la categoría contiene algunos curas), se convierte, él sí, fácilmente en un gran estafador al intentar imitar al padre en escala ampliada. De hecho, uno sospecha que algunos de los grandes estafadores que a estas alturas mojan prensa a diario en Colombia, dígase los tres primitos Nule, son algo así como la tercera generación de un avivato al que le fue “bien”, es decir, de uno cuyas avivatadas salieron a favor.
No es muy difícil entender de dónde proviene la popularidad de este comportamiento destructivo. Proviene del ejemplo, de la celebración que se hace de las “hazañas” del avivato. Al honesto, al que hace las cosas al derecho, al que denuncia, al que critica la laxitud ética, le ha ido mal, y en ocasiones pésimo, en Colombia y, de ñapa, es objeto de burlas. Los avivatos, para no hablar de los mafiosos, seducen y desnucan a reinas y modelos como si estuvieran tomando cerezas de una bandeja.
Según su parsimonia de hidalgo neurótico y venido a menos, el DRAE no incluye la palabra “avivato”, pese a que ronda por Colombia y con menos vigor por dos o tres países de América Latina desde la década de los cuarenta. Nada raro, en fin, que la gente que cae redonda ante la cháchara florida de los avivatos es por lo general la misma que vive obsesionada con la gramática.

martes, 19 de abril de 2011

Sex Pistols: God Save The Queen (Subtitulado)

Dios se equivocó

Dios se equivocó
Dios se equivocó
El documental La pesadilla de Darwin, del director austriaco Hubert Sauper, enfrenta al espectador con una temática compleja: un pueblo africano provee de alimento a millones de europeos mientras sus ciudadanos mueren de hambre. ¿Qué reciben a cambio de Europa? La respuesta no les va a gustar.
Por Francisco J. Escobar S.
Fecha: 02/19/2007 -
El monstruo vive en las profundidades y se reproduce sin parar. Nada veloz en el líquido oscuro del Lago Victoria (en Tanzania), el segundo depósito de agua dulce más grande del mundo. El monstruo es un pez enorme, de grandes ojos y abundante carne, que se llama Perca del Nilo. Fue introducido en este ecosistema a principios de los años sesenta por un hombre desconocido. Desde su llegada devoró a más de doscientas diez especies que ahí habitaban y causó daños irreparables. Lo paradójico es que este mismo monstruo es el principal motor de la economía del pequeño pueblo de Mwanza (“El más amigable de Tanzania”, de acuerdo con un eslogan turístico). La pesca de este animal es de gran importancia para la población, para el país. Se estima que a diario se recogen quinientas toneladas de perca, una carga preciada que se llevarán los aviones que llegan de Europa, será repartida en diversos países del Viejo Continente y dará de comer, cada día, a dos millones de sus habitantes (en un país como España, por ejemplo, se consumen a la semana ciento cincuenta toneladas de este pez). Ellos engullirán al monstruo sin saber de dónde proviene y sin importarles qué ahí, en Mwanza, casi nadie ha probado la carne de la perca porque no tienen con qué pagarla.

Es como un mal chiste, el gobierno de Tanzania les da de comer a dos millones de europeos mientras dos millones de sus ciudadanos –que deben sobrevivir con menos de un dólar al día– se mueren de hambre. El monstruo, la perca, podría alimentar a los desnutridos. Y sin embargo, vuela lejos de casa, se va en forma de filetes congelados y llena las panzas extranjeras. Es difícil de creer, pero así es, y así lo muestra el realizador austriaco Hubert Sauper en su documental La pesadilla de Darwin,
una obra valiente, cruda, que apesta a pez podrido, pobreza e infamia humana.
Y el punto de partida de su película es ese, el pez (el monstruo). Una especie que se reprodujo tan rápido que hizo que los vecinos de Mwanza cambiaran su habitual trabajo de sembrar la tierra por el de pescar. Entonces llegó la gran fábrica pesquera, y con ella los aviones, y los aviones no aterrizaban vacíos en Tanzania. ¿Qué carga ocultaban? Esa es una de las grandes revelaciones de la cinta de Sauper: escondían armas, rifles Kalashnikov, municiones. Un intercambio comercial muy peculiar, Tanzania les da perca a los europeos (buen provecho); Europa les da fusiles a los africanos (mátense, ¿a quién le importa?). Esa puede ser la síntesis de esta Pesadilla, una coproducción entre Francia, Austria y Bélgica, que es “una dura e impresionante denuncia del cinismo con que el mundo desarrollado (…) esconde su abundante culpa y sus responsabilidades en el subdesarrollo africano, guerras y muerte incluidas”, como dice Mirito Torreiro en el diario El País de España.

El territorio africano no era desconocido para Sauper. En 1997, con un equipo de Naciones Unidas y la Cruz Roja recorrió en un tren destartalado la jungla del Zaire. Las imágenes que grababa servirían para contarle al mundo que en esos territorios malvivían miles de hutus desplazados del conflicto en Ruanda. Lo que registra es doloroso: niños con la piel pegada a los huesos, desesperanza, no futuro, gusanos, cadáveres. Esas son las ‘postales’ de su Kisangani Diary, que dura 45 minutos y arranca con su voz en off explicando: “Este es un documental sobre gente que huye, es una cuenta del uno al diez, para cuando lo veas, la mayoría de los que salieron aquí habrán muerto”. En esta obra el director ya demostraba su capacidad (su tino y buen pulso) para grabar la miseria sin ser miserabilista, captar la tragedia evitando el amarillismo, acercarse al Otro sin juzgarlo o manipularlo, y para hacer visibles a los que Occidente considera invisibles.
Esa manera de rodar la repetirá en La pesadilla de Darwin, una obra compleja en la que además de la perca, las armas y los aviones, el espectador se enfrenta con el sida, la prostitución, la pelea por la comida, la supervivencia. Sauper tardó cuatro años en construir el filme. La grabación fue dura, a él y a su asistente (ese era todo el equipo de producción) los metieron en prisión varias veces. Les resultaban molestos a las autoridades del pueblo. Hasta los acusaron de hacer filmes porno. El director dice que durante todo ese tiempo su cerebro “echaba humo” buscando la forma de armar su película –“¿Cómo podía situar todos esos elementos, realidades y personas?”–, una que en 2004 ganó el premio a Mejor Documental Europeo, en 2006 fue nominada al Óscar y perdió la estatuilla con La marcha del Emperador (la Academia prefiere a los animalitos, pingüinos inofensivos en este caso, que a las denuncias). La cinta del austriaco es demoledora, y el público sale afectado de la sala: “La gente comenta que mi película puede ser un poco pesimista, un poco oscura (…) No hay tono para describir el desastre, la magnitud del desastre”.

Un desastre que es visto por uno de los personajes de La pesadilla de esta manera: “Por desgracia, Dios creó el mundo y le dio unos recursos limitados, los hombres pelean por esos recursos (…) ¿Quién se va a quedar con ellos, y quién se va quedar sin nada? Así que es la ley de la selva, sólo los animales más fuertes y duros consiguen sobrevivir”. Maldito seas, Darwin.

Los banqueros

Los banqueros
La economía, de espaldas – Los banqueros
Natalia Springer. Columnista de EL TIEMPO.
Los bancos, sus obligaciones, sus servicios y la larga lista de sobrecostos.
Es verdaderamente indignante ver a los banqueros rasgándose las vestiduras cada vez que algo no se mueve a favor de su capital y continuamente exigiéndole al Gobierno que refuerce la inversión en seguridad, que fomente el ahorro y que promueva toda clase de políticas para sostener los avances del sistema bancario. Por supuesto, no se dan por enterados de sus obligaciones y, a pesar de que la salud de la economía colombiana ha merecido siempre toda la atención que no merece la de los ciudadanos, la preocupación no es mutua. El sistema financiero registró el año pasado ganancias por 3.569 billones de pesos y su nivel de inversión social en el país es casi inexistente.
Los bancos dicen que bastante hacen ya con pagar impuestos, y eso es cierto y falso a la vez, en cuanto los impuestos que pagan no se deducen en realidad de las ganancias que les produce el manejo del dinero sino de todos esos cargos que pagamos ustedes y yo por el solo hecho de tener una cuenta. Cobran por la chequera, por cambiar el cheque y por administración de la cuenta corriente, lo que incluye otra tasa sobre el mismo cheque. Impuestos de guerra, costos de manejo, costos por certificar que uno tiene una cuenta (¡5.700 pesos por una carta de un párrafo!, más del doble de los intereses que recibe una cuenta de ahorros promedio en tres meses) y por el uso de las tarjetas. En el caso de las cuentas corrientes, los cargos de un solo mes generalmente superan los 45.000 pesos, y las tarjetas de crédito cobran los intereses más altos del mercado. La consulta del saldo es un lujo, los reintegros (por equivocaciones de ellos) son una pesadilla de trámites que pueden durar meses y que les permiten seguir beneficiándose del movimiento de ese dinero. La lista de sobrecostos es ridícula. Ni hablar de la calidad de los servicios y el tratamiento vil que reciben los usuarios. ¿Y los organismos de control? ¡Están pintados en la pared!
Bajos estas circunstancias, los colombianos hacen bien en no ahorrar, pues las cuentas 'de ahorros' no sirven ese propósito. Desafortunadamente, se trata de un servicio del que resulta imposible prescindir, pues al que se niega a abrir una cuenta, aún con un récord limpio de gasto y consumo, el sistema automáticamente lo bloquea y lo convierte en un paria. Si no tiene una cuenta, no existe.
Pero no solo los bancos no pagan realmente impuestos por el manejo del dinero, sino que tampoco hacen inversión en este país. Eso sí, adoran al presidente Uribe y se desviven en halagos, pero le dan la espalda cuando se trata de apoyar robustamente el proceso de reinserción, los programas de rehabilitación de víctimas y reconciliación y la promoción de la cultura o de la educación. Todas ellas áreas estratégicas para la paz, que es el ambiente en el que el sistema financiero crece. Los aportes no van mas allá de la limosna mezquina. Les doy un ejemplo de lo contrario: La Caja Madrid invirtió exclusivamente en España en el año 2005 un total de 192,6 millones de euros en su programa social que benefició a 12,8 millones de personas de forma directa, es decir, a uno de cada cuatro españoles. Solo en educación invirtieron 41,1 millones de euros. Eso en un país que cuenta con las mejores universidades públicas y con la economía más pujante de la Unión Europea. Mientras tanto, el Banco Santander España, mucho más poderoso que el anterior y con gran presencia en Colombia, invirtió apenas 47,6 millones de euros en su programa bandera, que es educación, en 13 países durante el 2003. Los socios más beneficiados fueron, en orden, México, Brasil, Argentina, España y Perú. Sin comentarios.
No concluyo este artículo porque todavía hay mucho por decir. Me referiré en el siguiente a la función que han cumplido los bancos en la guerra, porque ni ustedes ni yo creemos que tanto dinero ilegal se mueva sin que el sistema bancario se percate y se beneficie. Los invito a escribirme a desurasur@gmail.com y enviarme información sólida y verificable. Esto no ha hecho más que empezar.
Natalia Springer

El hambre en el mundo

La problemática del hambre en el mundo
La problemática del hambre en el mundo
Alfredo Ramos Osorio

¿Por qué hay hambre en el mundo?
El mundo contemporáneo tiene tecnologías capaces de alimentar con suficiencia a los seis mil millones de seres humanos que hoy habitan este planeta. El desarrollo agrícola y pecuario es extraordinario y ha permitido que en algunos países se deje de cultivar muchas tierras por que no las necesitan y si las usan generarían una abundancia de productos agropecuarios que harían bajar los precios y pondría en riesgo la economía.
En Estados Unidos se produce el 50% de todo el maíz del mundo, el 30% de la soya, el 25% de la carne de cerdo, el 35% del trigo, etc. Y sin embargo viven en ese país 40 millones bajo la línea de la pobreza.
En el último informe del Banco Mundial señala que mil millones de habitantes sobreviven con menos de un dólar diario y dos mil millones con menos de dos dólares diarios. Cada 4 segundos muere un niño en el mundo por problemas asociados con el hambre.
Mientras en Estados Unidos hay más de cien millones de personas con sobrepeso, en África el 50 % de la población no alcanza a consumir las 2600 calorías mínimas que requiere un ser humano para sobrevivir.
El hambre se concentra en algunos lugares de la tierra, Estados Unidos tiene 300 millones de habitantes y consume el 27 % de los alimentos del mundo, y entre Europa y Estados Unidos consumen el 60 % de los alimentos. El otro 40% le queda a los otros continentes y países que tienen entre todos cinco mil millones de habitantes.
Las explicaciones al hambre en el mundo pueden resumirse así:
1. La mayoría de los pueblos de África, América y de Asia fueron colonias de las potencias europeas. Dicha circunstancia histórica ha impedido que estos pueblos alcancen mayores niveles de desarrollo.
Durante el período colonial y en la era del imperialismo las potencias europeas se nutrieron de las materias primas provenientes de los territorios que dominaban, y bien sabemos que el desarrollo económico de un país depende fundamentalmente de los excedentes que produce y de la reinversión de tantos excedentes como sea posible. Durante el período colonial se exportaban casi todos los excedentes de producción de las colonias y se reinvertía muy poco o casi nada.
Además los pueblos de las colonias al ser dominados, debieron adaptarse a la cultura del pueblo dominador, asumir sus valores, su idioma, su religión, y en cierta manera debieron negarse así mismos para ser “reconocidos” en la nueva cultura que se formó.
2. Las estrategias de desarrollo adoptadas por los nuevos países de América, África y Asia fueron definidas para reproducir en estos países el modelo europeo basado en la industrialización y en el urbanismo europeo y norteamericano. Sin embargo este modelo reñía con las condiciones sociales, económicas y políticas de los nuevos países y esto impidió un desarrollo rápido. Los nuevos Estados carecían de personal calificado, de recursos, de capital y de tecnología para superar los obstáculos para crecer.
3. Las características socioculturales específicas de las sociedades en desarrollo fueron ignoradas y se aplicaron políticas de desarrollo pensadas para sociedades industrializadas y no para sociedades en desarrollo. La aplicación del modelo industrial occidental, producto de sociedades muy urbanizadas en las antiguas colonias, en donde existía una población mayoritariamente rurales, creó distorsiones en las economías locales, porque las políticas favorecían más a los centros urbanos que al campo, provocando una emigración masiva hacia las nuevas ciudades. La mayoría de las capitales y ciudades importantes de América del Sur crecieron sin planeación generando graves problemas como la tugurización, la delincuencia urbana, las pandillas, la carencia de servicios públicos en zonas marginales, etc.
4. Las nuevas tecnologías aplicadas requerían de grandes capitales, muy propio del Occidente industrial donde abunda el capital y escasea la mano de obra en los años de prosperidad. Lo lógico hubiera sido el haber utilizado tecnologías que necesitaran de gran densidad de fuerza de trabajo debido a la escasez de capitales y de abundancia de mano de obra. Además, la tecnología con gran utilización de capital requería de un capital humano con alto nivel formativo y técnico, y la mayoría de las nuevas naciones tienen altos niveles de analfabetismo y la educación carece de herramientas necesarias para impulsar el desarrollo tecnológico y científico.
5. Las formas de organización comercial e industrial requeridas por el modelo industrial ha costado mucho establecerlo en los nuevos países, debido a la inexperiencia administrativa, de planeación y control.
6. En el caso de África la pervivencia de estructuras tradicionales. La mayoría de las naciones está constituida por un mosaico étnico de organizaciones tribales a las que les resulta muy difícil agruparse en las nuevas estructuras establecidas por la sociedad moderna. En muchos países africanos viven grupos enemigos por tradición y ésta situación ha generado guerras civiles que han arruinado las débiles economías africanas. En Sudán y Etiopía millones de personas han muerto por el hambre y por las enfermedades debido a las guerras internas y no alcanzaron a recibir la ayuda solidaria del mundo industrializado debido a que los ejércitos impedían que los alimentos llegaran a las personas más necesitadas.
7. En América Latina se han formado las naciones bajo el esquema de “democracias imperfectas” en donde las clases dominantes, burgueses y terratenientes dominan el Estado para mantener privilegios. Si bien las constituciones políticas ofrecen un amplio régimen de libertades públicas, los derechos económicos y sociales no abrigan a las mayorías. En las ciudades y en los campos hay mucho desempleo, los salarios son muy bajos, miles de personas viven del “rebusque”, muchos niños no reciben educación o la reciben en condiciones precarias.
8. La mayoría de las antiguas colonias sufren el flagelo del subdesarrollo que se caracteriza por:
• Insuficiencia de alimentos (menos de 2,600 calorías/día)
• Graves deficiencias en la población (altas tasas de mortalidad infantil, analfabetismo…)
• Infrautilización o desaprovechamiento de recursos naturales.
• Elevado índice de agricultores con baja productividad.
• Industrialización incompleta o restringida.
• Hipertrofia y parasitismo del sector terciario.
• Dependencia económica.
• Baja renta per. capita.
• Dislocación de las estructuras tradicionales económicas y sociales.
• Escasa integridad nacional.
• Debilidad de las clases medias en relación con el reducido porcentaje de población urbana.
• Paro, subempleo y trabajo infantil.
• Elevado crecimiento demográfico.
En algunas regiones las condiciones del suelo o del clima no permiten que las personas tengan el mínimo de calorías necesarias como en las regiones desérticas de África, América y Asia. Allí las personas sobreviven del pastoreo de ovejas, llamas, camellos, etc. Y difícilmente podrían contar con otras fuentes de alimentos. En otras regiones no se cuenta con las tecnologías para explotar los recursos naturales, o no se tiene capital o el personal calificado para hacerlo. Dadas las limitaciones de recursos muchos países carecen de industria o ésta es aún muy poco desarrollada. En países como China, India, Vietnam, Camboya, etc.., el elevado número de personas atenta contra el suministro adecuado de alimentos para todos. En casi todos los países que fueron colonias de países europeos hay desempleo crónico, se abusa del trabajo infantil y los salarios son muy bajos. Casi todos estos países deben prestar capital a los bancos internacionales en las condiciones que éstos impongan o a los países poderosos, la educación es en algunos casos es escasa y en otros de mala calidad y no permite que todos asistan al mundo escolar.

Miseria en Colombia

Miseria en Colombia
Miseria
La pobreza en Colombia es tan dramática que está de moda preocuparse por ella. Muchos proponen soluciones pero nadie es optimista.

En Colombia 23.430.000 personas viven con alrededor de $200.000 pesos al mes.
En Los Robles, uno de los barrios de Altos de Cazucá, el personaje más importante se llama Ramiro Vélez. El hombre no es cura, ni médico, mucho menos maestro ni policía. Es fontanero. El responsable de que 400 familias reciban una hora de agua todos los días. O a lo sumo cada dos o tres días. Su tarea consiste en abrir las válvulas del tubo madre y dejar que corra por improvisadas mangueras de las que salen ramales hasta cada una de las casas, muchas de ellas, apenas ranchos hechos en madera y zinc. El ha instalado toda esa rudimentaria infraestructura, pues en Altos de Cazucá no hay acueducto. Le sacan el agua de contrabando al de Bogotá. ¡Pero ay de que se vaya el líquido, se rompa el tubo y llegue con pantano! La gente, que paga uno cuota de 3.500 pesos mensuales, se enoja. Tantos serán los conflictos por este motivo que en otro barrio cercano el fontanero tuvo que salir huyendo de las amenazas. La gente lleva un mes sin ver una gota.

Así de precaria es la vida en la remota frontera de Bogotá y Soacha. Una ciudadela donde viven 63.000 personas, de los cuales el 14 por ciento son desplazados. ¿Pobres? Más que eso. Son personas, familias, niños a quienes la oportunidad de una vida digna les pasó de largo, sin tocar a la puerta. Y a quienes, aunque parezca mentira, todas las pobrezas y los miedos se les pegaron al cuerpo. Rosalba González, por ejemplo, nunca tuvo mucha plata, pero se consideraba una mujer con suerte. Antes de cumplir los 20 años ya se había casado y vivía con su esposo en una pequeña finca de Bolívar, Santander. La vida se le iba en echar azadón y estar embarazada. En menos de 10 años completó cinco hijos. Pero un día la guerrilla mató a su esposo y a su hermano. Aferrados a su tierra, ella, sus hijos y el resto de la familia hicieron como si nada hubiera pasado. Poco después llegaron los paramilitares. El miedo, y el mero instinto de sobrevivencia los hicieron salir. Dejaron todo tirado y un día se vieron en Bogotá. Son 12 y se acomodaron en dos cuartos. Sus hijos y ella en dos camas que en las noches parecen mojadas por el frío y que sólo calientan el roce de los cuerpos. Rosalba tiene la piel completamente rajada. La sangre parece a punto de brotarle por los poros. "Es cáncer de piel", dice uno de los vecinos. Ella parece ignorarlo. En Altos de Cazucá mucha gente come sólo una vez al día. "Al desayuno, café y pan. Al almuerzo, papa y arroz. A la comida, mejor dormir", dice.

Como Rosalba y sus hijos, existen casi ocho millones de colombianos que viven con menos de 85.000 pesos mensuales y a quienes sus ingresos sólo les alcanzan para medio comer. Son indigentes. Y son los más pobres del 53 por ciento de la población colombiana, 23.430.000 personas, que vive con menos de 210.000 pesos mensuales. "Colombia ha sido siempre un país muy pobre. Hoy sigue siendo pobre, pero mucho menos que antes", dicen Armando Montenegro y Rafael Rivas en su libro Las piezas del rompecabezas, desigualdad, pobreza y crecimiento, lanzado en la Feria del Libro la semana pasada. La pobreza medida como acceso a salud, educación, servicios públicos y calidad de vivienda ha mejorado en forma dramática. Aun en un caso tan extremo como el de Altos de Cazucá, las condiciones se han superado. Hace una década barrios enteros compraban el agua que era transportada en burros, cocinaban con leña y cocinol, y muchos niños no iban a la escuela.

Pero en Cazucá como en el resto de las zonas más deprimidas, el problema sigue siendo que los más pobres no tienen suficientes ingresos. Entre 1970 y 1980 se vivió una década de esperanza. La pobreza cayó 35 por ciento y la indigencia se redujo a la mitad, según estos autores. La dicha duró poco. En los 10 años siguientes aunque no creció el número de pobres, sí aumentó la indigencia. O sea que muchos pobres se sumieron en la miseria. Pero lo peor estaba por venir. A partir de 1996, cuando comenzó la recesión económica, el ingreso per cápita de los colombianos se redujo en 6 por ciento, golpeando particularmente a los pobres. Sólo hasta ahora, según Planeación Nacional, el país ha vuelto a tener los niveles de pobreza que tenía a principios de los 90, que ya eran dramáticos. Y que, con razón, dejan la sensación de que, en este tema, el país perdió una década.

El informe de Pobreza de 2002 del Banco Mundial señaló que el país necesitaría invertir el 12 por ciento del ingreso total de los hogares para eliminar la pobreza y el 0,5 por ciento para eliminar la indigencia. La economía tiene que crecer más. Como dijo la semana pasada el banquero Luis Carlos Sarmiento, "a Colombia le ha llegado el momento de despabilarse en materia de crecimiento económico y social". Pero no basta con crecer. Es necesario que ese mayor crecimiento beneficie a los más pobres. En Colombia cada vez que la economía crece, los ricos ven cómo engordan notablemente sus ingresos. En cambio, los pobres quedan prácticamente en la misma situación. "El crecimiento en los últimos 10 años es absorbido por los no pobres en su mayor parte", afirma el investigador del Cede, Jairo Núñez, ex viceministro de Protección Social de este gobierno (ver 'Punto de vista'). No sólo los beneficios del crecimiento están mal distribuidos sino que el gasto público que debería corregir las inequidades del ingreso también termina en los bolsillos de las clases medias y altas (ver recuadro). "No se va a eliminar la pobreza si el gasto público sigue siendo, en primer lugar, un instrumento para subsidiar a ciertos sectores de la clase media a expensas de los más pobres", dicen Rivas y Montenegro. Los autores se refieren por ejemplo al subsidio de la gasolina, de las cuentas AFC para comprar vivienda en estratos altos y subsidios sectoriales como el de los cafeteros, bananeros, azucareros, palmeros y floricultores.

Por eso los más pobres terminan dependiendo principalmente de la caridad. Muchos de los niños en Altos de Cazucá, por ejemplo, sobreviven gracias a la atención que les brindan organizaciones humanitarias a través de planes padrino.

En Caracolí, un barrio más allá de la frontera invisible de Bogotá, un tumulto de mujeres con bebés de brazos se agolpaba frente a una casa verde de dos pisos, de sólidos ladrillos y rejas en todas las ventanas, cerca del medio día. Una fila algo desordenada serpenteaba a lo largo de la cuadra. "Están registrando niños para conseguir padrino. Yo llegué a las 4 de la mañana y me tocó el ficho 128. Aquí hay gente desde las 12 de la noche", dijo una mujer que se había sentado en el piso, sin importarle que el polvo de la calle se hubiera hecho barro con la llovizna.

Decenas de comedores funcionan en las escuelas, colegios, las iglesias de todas las religiones o salones comunitarios. Son más de 50 las ONG que llegaron al sector a tender la mano. A pocos kilómetros de allí otra sobria edificación resalta por lo blanca. Es la casa de Médicos sin Fronteras (MSF), ubicada en el barrio El Arroyo. A pesar de que el 90 por ciento de la gente de Altos de Cazucá está afiliada al sistema de salud en el régimen subsidiado -cuya cobertura se ha multiplicado en los últimos años-, la mayoría se agolpa en este modesto centro médico. "En la teoría la gente tiene acceso al sistema de salud, pero en la práctica no", dice el médico español Pablo Alcalde, coordinador de campo de MSF. Se refiere a cosas simples: no hay dinero para bajar hasta Soacha, tampoco para la cuota moderadora y menos para la droga. Muy pocas ARS tienen sede en estos barrios, y las que la tienen suelen poner trabas burocráticas tan insólitas como la que le ha tocado a Luz Estela Barrios. Es una joven mujer de ojos negros intensos y rostro redondo que amamanta a su bebé de 5 meses mientras espera su turno con el médico. Al momento de dar a luz no sabía dónde acudir. Por fortuna una vecina le dijo que era partera, y entre las dos trajeron al mundo a su bebé. Y aunque el niño está pegado a su pecho, el notario no le cree. Para sacar el registro civil, necesita un certificado de un hospital en el cual conste que el bebé nació vivo. Documento que obviamente no tiene. En su defecto debe sacar una declaración extrajuicio que cuesta algo más de 20.000 pesos. Por eso acude, como todos, a Médicos Sin Fronteras.

Con la educación el asunto no cambia mucho. Como en todo el país, en Cazucá cada vez hay mayor cobertura y los niños, en general, van a la escuela. "En mi curso somos 56 y apenas hay 46 sillas. Diez niñas tienen que sentarse de a dos en un pupitre", dice Johana, una brillante niña de 11 años, con gafas de intelectual, quien dice estar decepcionada porque en su colegio, el García Márquez, uno de los más importantes de la zona, la mayoría de sus profesores resultaron rajados en las pruebas de calidad que hizo el gobierno. También la desconsuela el hecho de que el colegio tiene una sala de computadores que no han usado en todo este año.


La mala calidad de la educación es un serio inconveniente para superar la pobreza. La apertura económica de los años 90 provocó un deterioro en la distribución del ingreso pues desplazó la mano de obra no calificada y generó una mayor demanda de trabajadores calificados (ver 'Punto de vista'). Para subsanar esta brecha -según los expertos- se necesitaría un mejoramiento de la calificación de los trabajadores. El país -y este gobierno, en particular- ha avanzado mucho en ampliar las coberturas de educación primaria y secundaria. Sin embargo, llegar a una universidad sigue siendo un sueño inalcanzable para la gran mayoría de los colombianos. La capacitación laboral -que abriría la posibilidad de mejores ingresos- también es insuficiente. El Sena conserva el monopolio de la capacitación, pese a que muchos empresarios sienten que sus servicios son insuficientes y sus programas no van dirigidos a los más necesitados.

En Cazucá, por ejemplo, el Sena ofreció un paquete de cursos. La comunidad consiguió un local para que los instructores dictaran las clases, pero surgió un problema insuperable. No contaban con talleres para hacer las prácticas, que eran esenciales para la formación en artes y oficios. Hasta ahí llegó el proyecto.

Enrique Sánchez, un sicólogo que en un colegio de Altos de Cazucá expresa su preocupación por la vida, las oportunidades y el futuro de los muchachos. "En lo que va corrido del año siete jóvenes han intentado suicidarse. Una lo logró", dice. No es fácil retenerlos en el aula, ni en el barrio. Muchos se sienten condenados. Y no se permiten soñar con el futuro. Ello, sin contar que a las angustias de la pobreza se les suma una violencia intrafamiliar endémica, y la violencia social y política que en los últimos cuatro años ha arrojado cifras cercanas a los 300 homicidios en estos barrios.

La mala educación, unida a tener demasiados hijos y a carecer de empleo son los tres factores que más determinan la pobreza de los colombianos. La guerra tampoco ayuda. El 65,5 por ciento de los hogares desplazados, como el de Rosalba y la mayoría de los de Cazucá, son pobres. "Son los últimos en conseguir empleo, los primeros en perderlo y los que menos recursos tienen para afrontar la crisis", dicen Rivas y Montenegro.

Es el caso de Jorge, un chef que llegó a ser segundo en la cocina de afamados restaurantes, y quien se siente orgulloso de saber 32 formas distintas de preparar la pasta. Actualmente trabaja como obrero de 6 de la tarde a 6 de la mañana, algunos días, por menos del mínimo y sin contrato laboral. Su esposa, quien alcanzó a cursar dos semestres en la universidad, lleva dos años buscando empleo por todos los medios.

Como paliativos para estas crisis, el gobierno anterior creó, con recursos del Plan Colombia, programas de subsidios como Familias y Jóvenes en Acción. Sin embargo, estos programas en Colombia son claramente insuficientes. Mientras que en México hay cuatro millones de hogares protegidos por esta red de asistencia social, aquí estos programas cubren sólo a 325.000 familias. Dadas las diferencias en población entre ambos países, Colombia tendría que cubrir a dos millones de familias para alcanzar los niveles de México.

Según los informes de la ONU, Colombia tiene la capacidad de cumplir y superar todas las metas del milenio, es decir, reducir la pobreza extrema a la mitad, antes de 2015, si los gobiernos nacionales y locales se lo proponen seriamente en los próximos 10 años. "Al gobierno del presidente Uribe le asiste doble responsabilidad, pues si se concreta su reelección, gobernará durante ocho de los 15 años previstos para el cumplimiento de las metas", dice Claudia López, encargada del tema en la ONU.

Aunque con algo de retraso, el actual gobierno ha comenzado a ubicar el tema de la pobreza en su agenda política. En diciembre del año pasado creó con el BID la Misión de Pobreza. Este grupo -conformado por cuatro investigadores- ya elaboró un diagnóstico que presentará a finales de año. Como parte de su agenda, el gobierno prepara un paquete legislativo que le permita canalizar el gasto hacia los más pobres.

Para lograrlo se requerirá un compromiso político serio del gobierno Uribe que podría ir en contra de sus aspiraciones reeleccionistas. Muchas de las medidas necesarias para luchar en serio contra la pobreza exigen que se haga una reforma pensional seria y aumentar el impuesto predial rural. Medidas difíciles de conseguir en un Congreso en el cual los grandes hacendados están sobre representados, y donde sigue vigente un sistema político, fortalecido por el gobierno, que desvía los recursos de los pobres hacia las clientelas.

En el país las políticas sociales no han tenido continuidad y tampoco se ha logrado avanzar hacia una inclusión social verdadera. La magnitud del problema es superior a los esfuerzos de cualquier gobierno. Superar la pobreza es un objetivo de la Nación. El gobierno, el país político, la empresa privada, las ONG y muchos otros sectores tendrían que vincularse a este propósito. Antes de que sea demasiado tarde.

Un continente ignorado

África, un continente ignorado

ÁFRICA PARECE haber quedado por fuera del mundo globalizado de principios de siglo. Desde las descolonizaciones de los años 60, 54 Estados intentan sobrevivir en medio de la corrupción, las enfermedades y las guerras. De ellos, el 80 por ciento está al sur del Sahara donde cada 30 segundos muere un niño por paludismo y la esperanza de vida está entre 32 y menos de 50 años.
Este "club de la miseria" -en la cola del escalafón de Desarrollo Humano de la ONU-paradójicamente es muy rico en petróleo, uranio, cobalto, diamantes y coltán, mineral imprescindible para la telefonía celular y las estaciones espaciales, y por cuya posesión la llamada "sociedad de la información" ha desatado guerras, muchas de ellas ignoradas. África sufre, al mismo tiempo, las consecuencias de la crisis alimentaria mundial y un nuevo colonialismo protagonizado por Francia, que intenta recuperar su viejo papel de gendarme del continente, y China, el segundo consumidor de petróleo del mundo, y que ni siquiera guarda las apariencias en la fiscalización del respeto por los Derechos Humanos por parte de sus socios.
En la larga lista de los países donde contrastan en forma brutal las riquezas naturales y la pobreza generalizada, botones de muestra son Angola, Níger, República Sudafricana, Gabón, Nigeria, Sudán...
Angola es uno de los ejemplos más citados de neocolonialismo. Rico en petróleo, figura entre los 10 países más pobres del mundo con una esperanza de vida de 40 años. Está prácticamente controlado por China, que saca más de la cuarta parte de sus necesidades de energía.
Níger es el primer exportador de uranio del mundo, un producto que está en alza por el viraje mundial hacia la energía nuclear como alternativa al carbón y el petróleo, y por la demanda creciente de India, China y Europa. Su precio se ha multiplicado por 10 en cinco años, pero no ha servido para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, que se disputan con los de Sierra Leona el primer lugar entre los más pobres del planeta.
En Chad, el octavo país más pobre del mundo, China y Francia rivalizan en su apoyo al sátrapa Idriss Déby que, tras un golpe de Estado, gobierna desde 1990, y se disputan el petróleo, único bien del país, cuyos beneficios se van en corrupción y compra masiva de aviones y tanques.
Somalia es un país sin Estado desde cuando las tropas etíopes lo invadieron con apoyo occidental para "salvarlo" de los islámicos. Los cinco clanes de los "señores de la guerra" se repartieron el botín, y los saqueos y violaciones no han cesado. La ONU, mientras tanto, no se atreve a entrar en el país.
Guinea-Bissau es un "narcoestado" por el tránsito de la droga de Colombia con destino a Europa. Es el tercer país más pobre del mundo: dos terceras partes de la población viven con menos de un dólar al día, mientras los militares en el poder solo se preocupan por repartirse la riqueza producto del tráfico de cocaína.
El economista de Oxford, Paul Collier, en su libro El club de la miseria (Turner), clasifica a los gobernantes de esos países: "A veces son psicópatas que han llegado al poder mediante el asesinato, otras veces son sinvergüenzas que lo han hecho a base de comprar a todo el mundo, y otras son personas valerosas que, por increíble que parezca, se empeñan en construir un futuro mejor para su país. En estos Estados, la apariencia de gobierno moderno no es en ocasiones más que una simple fachada, como si sus dirigentes representasen un papel teatral. Se sientan a las mesas de negociación internacionales, como la Organización Internacional de Comercio, pero no tienen nada que negociar. Ni siquiera cuando sus sociedades van a pique dejan de ocupar esos sillones..."
Negro panorama
A decenas de conflictos, tan sangrientos como ignorados por ser "de baja intensidad", se une el azote de enfermedades que no han sido controladas a pesar de los sucesivos planes de la OMS. De los 600.000 enfermos de sida, solo el 5 por ciento recibe tratamiento, según la ONU, entre otras razones porque hacen falta, por lo menos, un millón de trabajadores sanitarios. La mayoría de los médicos y enfermeras de la región emigraron para trabajar en Europa, Australia o Canadá.
En cuanto al paludismo, según el Banco Mundial, el PIB de la zona pierde 12.000 millones de dólares al año por causas imputables a la enfermedad: cuatro veces más de la suma necesaria para combatir esta plaga a nivel mundial.
La corrupción devora mucha de la ayuda internacional, como ha denunciado Transparencia Internacional: millones de dólares nunca llegan a África, acaban en cuentas en Suiza. Y la venta de armas mueve más dinero que el total de la ayuda contra la pobreza.
A principios de los años 90, trabajé con el ex presidente de Tanzania, Julius Nyerere, y con el escritor nigeriano Wole Soyinka en el informe Cooperar para la supervivencia. La tesis de Nyerere, entonces presidente de la Comisión Norte/Sur, y del primer Premio Nobel de Literatura negro, era que el mundo desarrollado debía aportar con urgencia ayuda significativa a los países más pobres, no por motivos caritativos sino por su propia seguridad y desarrollo futuros.
Pero la ceguera del mundo desarrollado ha aumentado. Las reiteradas promesas del Grupo de los 8, que en 2005 se comprometió a aumentar la ayuda en 25.000 millones de dólares anuales hasta 2010 con miras a cumplir una de las metas del milenio -"satisfacer las necesidades esenciales de África"- no solo no va a cumplirse, sino que va a retroceder por el aumento de precios de los alimentos convertibles en energía y los cambios de los tipos de cosecha. El número de personas con hambre va a crecer, y la ONU reducirá la ayuda alimentaria si los países donantes no aportan dinero urgentemente. A esta crisis se suma el cambio climático, y la paradoja es que los que menos han contribuido al calentamiento global son los que más van a sufrir sus consecuencias.
Hoy, millares de africanos llaman cada día a las puertas de Europa a bordo de frágiles embarcaciones, y se multiplican las revueltas contra el hambre. Como dice el proverbio inglés: "A hungry man is an angry man" ("Un hombre hambriento es un hombre encolerizado"). Pero África no aparece en el panorama mediático de los graves problemas internacionales.
POR ANTONIO ALBIÑANA,

La pobreza en África

Explicaciones de la pobreza en África
Alfredo Ramos

a. La mayoría de los pueblos de África fueron colonias de las potencias europeas. Dicha circunstancia histórica ha impedido que estos pueblos alcancen mayores niveles de desarrollo. Durante el período colonial y en la era del imperialismo las potencias europeas se nutrieron de las materias primas provenientes de los territorios que dominaban, y bien sabemos que el desarrollo económico de un país depende fundamentalmente de los excedentes que produce y de la reinversión de tantos excedentes como sea posible. Durante el período colonial se exportaban casi todos los excedentes de producción de las colonias y se reinvertía muy poco o casi nada.
Además los pueblos de las colonias al ser dominados, debieron adaptarse a la cultura del pueblo dominador, asumir sus valores, su idioma, su religión, y en cierta manera debieron negarse así mismos para ser “reconocidos” en la nueva cultura que se formó.
b. Las estrategias de desarrollo adoptadas por los nuevos países fueron definidas para reproducir en estos países el modelo occidental de los países más avanzados basado en la industrialización y en el urbanismo europeo y norteamericano. Sin embargo este modelo reñía con las condiciones sociales, económicas y políticas de los nuevos países y esto impidió un desarrollo rápido. Los nuevos Estados carecían de personal calificado, de recursos, de capital y de tecnología para superar los obstáculos para crecer.
c. Las características socioculturales específicas de las sociedades en desarrollo fueron ignoradas y se aplicaron políticas de desarrollo pensadas para sociedades industrializadas y no para sociedades en desarrollo. La aplicación del modelo industrial occidental, producto de sociedades muy urbanizadas en las antiguas colonias, en donde existía una población mayoritariamente rurales, creó distorsiones en las economías locales, porque las políticas favorecían más a los centros urbanos que al campo, provocando una emigración masiva hacia las nuevas ciudades. La mayoría de las capitales y ciudades importantes de América del Sur crecieron sin planeación generando graves problemas como la tugurización, la delincuencia urbana, las pandillas, la carencia de servicios públicos en zonas marginales, etc.
d. Las nuevas tecnologías aplicadas requerían de grandes capitales, muy propio del Occidente industrial donde abunda el capital y escasea la mano de obra en los años de prosperidad. Lo lógico hubiera sido el haber utilizado tecnologías que necesitaran de gran densidad de fuerza de trabajo debido a la escasez de capitales y de abundancia de mano de obra. Además, la tecnología con gran utilización de capital requería de un capital humano con alto nivel formativo y técnico, y la mayoría de las nuevas naciones tienen altos niveles de analfabetismo y la educación carece de herramientas necesarias para impulsar el desarrollo tecnológico y científico.
e. Las formas de organización comercial e industrial requeridas por el modelo industrial ha costado mucho establecerlo en los nuevos países, debido a la inexperiencia administrativa, de planeación y control.
f. En el caso de África la pervivencia de estructuras tradicionales. La mayoría de las naciones está constituida por un mosaico étnico de organizaciones tribales a las que les resulta muy difícil agruparse en las nuevas estructuras establecidas por la sociedad moderna. En muchos países africanos viven grupos enemigos por tradición y ésta situación ha generado guerras civiles que han arruinado las débiles economías africanas. En Sudán y Etiopía millones de personas han muerto por el hambre y por las enfermedades debido a las guerras internas y no alcanzaron a recibir la ayuda solidaria del mundo industrializado debido a que los ejércitos impedían que los alimentos llegaran a las personas más necesitadas.
g. La mayoría de las antiguas colonias sufren el flagelo del subdesarrollo que se caracteriza por:
• Insuficiencia de alimentos (menos de 2,600 calorías/día)
• Graves deficiencias en la población (altas tasas de mortalidad infantil, analfabetismo…)
• Infrautilización o desaprovechamiento de recursos naturales.
• Elevado índice de agricultores con baja productividad.
• Industrialización incompleta o restringida.
• Hipertrofia y parasitismo del sector terciario.
• Dependencia económica.
• Baja renta per. cápita.
• Dislocación de las estructuras tradicionales económicas y sociales.
• Escasa integridad nacional.
• Debilidad de las clases medias en relación con el reducido porcentaje de población urbana.
• Paro, subempleo y trabajo infantil.
• Elevado crecimiento demográfico.
• Conclusiones
• La pobreza en África está aumentando más rápidamente que en otras regiones del Tercer Mundo, fenómeno que se aprecia tanto en las cifras absolutas que aluden a la pobreza en general, como a aquéllas que dicen relación con el porcentaje de personas situadas bajo la línea de la pobreza.

Del total mundial de 30 millones de personas que vivían con el VIH en 1997 unas dos terceras partes (21 millones) viven en África al sur del Sáhara. La infección se concentra en los grupos social y económicamente productivos con edades entre 15 y 45 años, entre los cuales el número de mujeres infectadas es un poco mayor que el de hombres.

La mortalidad materno-infantil es ahora más alta que hace tres décadas y muchos de los niños que mueren lo hacen aún por desnutrición-

Todos los países africanos tienen un problema endémico de tuberculosis, una enfermedad que nunca ha tenido diques de contención solventes pese a que hace ya mucho tiempo que existen tratamientos eficaces. En los últimos años la tuberculosis ha cobrado nuevo impulso de la mano del sida, de modo que las dos forman un binomio imposible de abordar para los míseros presupuestos sanitarios de los países afectados.
Si sólo la mitad de la población tiene acceso al agua potable, difícilmente se podrán contener las infecciones, a lo que hay que añadir un fenómeno nuevo imparable: el éxodo masivo de la población del campo hacia unas pocas urbanizaciones carentes de todo servicio.

África no tiene medios para cuidar de su salud, y el resto del mundo mira mientras tanto a otro lado. Las ayudas que llegan son apenas un parche incapaz de revertir el círculo vicioso de enfermedad y pobreza en que se desangra el continente. Cuanta más pobreza, peor salud y cuanta peor salud, más pobreza.

• El África subsahariana es escenario de más de la mitad de todos los conflictos armados del mundo. Países como Angola, Burundi, Chad, Liberia, Ruanda, Sierra Leona, Somalia, Sudán, etc. se han visto sacudidos por sangrientas e interminables guerras civiles. Otros Estados como Costa de Marfil, Kenia, Nigeria o Uganda se ven afectados por otro tipo de conflictos, no menos sangrientos. Las consecuencias para la sociedad africana han sido terribles por las numerosas pérdidas humanas y por la destrucción de sus infraestructuras.

• Se calcula que las personas que sufren desnutrición crónica y hambre en el África subsahariana superan los 180 millones. Sin duda, las catástrofes naturales (sequía, lluvias torrenciales, inundaciones, etc.) que provocan la falta de producción agrícola y las guerras civiles hacen que esta región sea la más afectada del mundo por la escasez de alimentos. Por ejemplo, los efectos de la sequía se observan en Etiopía, Eritrea, Kenia, Tanzania y Sudán, donde se necesita una urgente asistencia alimentaria para más de 18 millones de personas que sufren desnutrición.
• Hoy en día, la principal causa de mortalidad en el África subsahariana se produce por la enfermedad del SIDA. El África subsahariana alberga poco más del 10 % de la población mundial, pero actualmente viven en esta zona el 60 % de las personas infectadas por el virus, aproximadamente unos 26 millones de personas
• En el 2004, se estimó que más de dos millones de personas de esta región fallecieron a causa de la enfermedad. También cabe destacar el aumento de la orfandad que estas muertes conllevan. El número de niños que han perdido al menos a uno de sus padres por el SIDA en esta región se eleva a más de 12 millones, y según la UNICEF para el año 2010 habrá crecido en más del 50 %.