sábado, 28 de mayo de 2011

Mentiras que alivian

Mentiras que alivian
Por: Mauricio García Villegas
EL MUNDO NO SE ACABÓ EL PASADO 21 de mayo, como sostenía el pastor Harold Camping. Muchos se alegraron de que esa predicción no ocurriera, no tanto porque pensaran que podía ser cierta, sino porque era la ocasión para desmentir al pastor evangélico. "Un charlatán apocalíptico menos", me dijo un amigo el 22 de mayo, seguro de que en adelante los fieles de Camping dejarían de ir a su iglesia.
Desafortunadamente, pensé yo, la cosa no es tan fácil y me acordé del caso de Mariane Keech, una señora que en 1954 creó un movimiento religioso fundado en una profecía similar. Keech sostenía que los habitantes del planeta Clarion la habían contactado para informarle que el mundo terminaría sus días después de un terrible diluvio planetario, exactamente el día 21 de diciembre de 1954. Pues bien, el fracaso de esta predicción no sólo no acabó con los seguidores de la señora Keech, sino que los fortaleció como grupo (Lo mismo parece estar pasando con Camping, quien en estos días dijo que el Dios misericordioso y clemente daría una tregua a la humanidad y que la nueva fecha para el fin del mundo es el 21 de octubre próximo).

A partir de lo ocurrido con la señor Keech, el sociólogo Leon Felstinger expuso su teoría de la “disonancia cognitiva”. Según esa teoría, cuando las personas creen firmemente en algo, pero se ven desmentidas por los hechos, algunos pocos adaptan sus creencias a los hechos, pero muchos prefieren adaptar los hechos a sus creencias. Esto ya lo había insinuado Esopo, el escritor griego, en una fábula que cuenta la historia de una zorra que intenta alcanzar unas uvas maduras y deliciosas, pero que, como no lo logra, se consuela diciendo: ¡ah!, para que sigo intentando si las uvas están verdes.

Nuestra vida cotidiana está llena de situaciones en las cuales nos metemos mentiras para espantar la frustración. Así por ejemplo, cuando una persona compra un automóvil que resulta no ser tan bueno como creía, se convence, a pesar de las evidencias, de alguna virtud oculta del carro que lo lleva a justificar su compra. Nuestras relaciones personales están marcadas también por este tipo de autocomplacencia; cuando nos vemos en la situación de tener que hacerle un favor a alguien que no nos cae bien, justificamos ese esfuerzo pensando que la persona no era tan mala como creíamos. En la vida académica, por ejemplo, los estudiantes tienden a evaluar peor a los profesores con los que les va mal y ello para echarle la culpa de su pobre desempeño al maestro y así justificar su menor rendimiento. En los asuntos de la nacionalidad también sucede eso: muchos compatriotas exageran (o inventan) las virtudes personales del colombiano (o los defectos del extranjero) para compensar la imagen insoportablemente mala que se tiene de nosotros.

El mundo político, por supuesto, no está exento de estas mentiras que alivian la mente. Un ejemplo reciente es la increíble buena imagen que sigue teniendo el presidente Uribe, a pesar de los escándalos de su gobierno. Los uribistas desconocen (o minimizan) el alcance de esos escándalos, no sólo para no perder la fe en su líder, sino, sobre todo, para no perder la fe en ellos mismos. La idea de que durante ocho años apoyaron a un gobierno corrupto va en contravía de su buen juicio y por eso prefieren forzar la realidad y mantener la imagen de un Uribe impoluto.

Por eso, como en el caso de las falsas predicciones de Camping y Keech, la defensa de Uribe se explica menos por el apego al líder, que por la defensa (adulterada) que los uribistas hacen de su propia cordura.

Juventud colombiana

La juventud española y la colombiana
Por: Álvaro Camacho Guizado
LAS RECIENTES MANIFESTACIONES masivas de la juventud española deberían tener alguna consecuencia para nosotros los colombianos.
Eso de salir a las plazas a exigir una democracia real, a combatir la corrupción, a criticar a fondo el sistema económico neoliberal que tiene a ese país al borde de un colapso generalizado y, sobre todo, a poner en cuestión de manera radical los mecanismos de representación política, esos principios y esas manifestaciones de protesta, digo, son perfectamente aplicables a la juventud colombiana. Carecemos de una democracia real, nos ahoga la corrupción, estamos bajo un régimen neoliberal implacable y nuestros representantes en los aparatos de elección popular son para sentarse a llorar.

Sin embargo, es preocupante que haya tanto silencio, una especie de abulia que tanto caracteriza a nuestra juventud y, en general, a la ciudadanía. Vamos por partes: una de las más sentidas expresiones de los jóvenes españoles ha sido su rechazo a las formas convencionales de representación: no le comen cuento a la idea de que la democracia es simplemente votar por algún candidato que habla bonito, hace promesas y que cuando llega a los organismos de representación se convierte en una ficha más de un sistema en el que los intereses personales o de grupo dominan sobre sus responsabilidades y propuestas originales. ¿Qué estará pensando nuestra juventud ahora cuando entramos en período electoral?

Sin duda la historia de violencia política y la existencia del conflicto armado han desempeñado un papel fundamental: como si hubiera una conciencia de que alejarse de los cánones convencionales de la democracia representativa fuera un motivo para ser declarados subversivos y ser víctimas de los paramilitares. O como si demostrar contra la violencia de las Farc nos pusiera en su mira.

Pero más allá de esta consideración está el fenómeno de la vigencia de un orden social en el que la lógica de la ventaja se ha impuesto sobre la lógica de la responsabilidad. La creciente informalidad y la vigencia del rebusque se han traducido en unas prácticas en las que sobresale la defensa de la actividad individual, el todo vale, el primero yo, independientemente de la legalidad de las prácticas, el desinterés por las acciones colectivas de reivindicación, en fin, el mirarse el ombligo propio y en desconocer a los demás. Como si lo que movilizó a la juventud española nos fuera ajeno.

En el pasado reciente tuvimos un par de acciones colectivas, una contra las Farc y otra contra el secuestro y la desaparición forzada. Eso estuvo bien, desde luego, pero fueron dos manifestaciones esporádicas y que de poco sirvieron: las Farc siguen haciendo sus bestialidades y si bien el secuestro y la desaparición han mermado, el temor sigue estando latente.

¿Qué se necesitará para que despierte la juventud? ¿Continuará creyendo que entre los candidatos en la elección de octubre habrá algo que sea realmente una alternativa? ¿Creerá que Santos va a ser una alternativa real a Uribe? ¿Creerá que el nuevo estilo y las dos o tres reformas que ha impulsado son suficientes para estar contentos? ¿Y qué pensará del desfile de delfines candidatos?

O, por el contrario, ¿despertará y manifestará su profunda insatisfacción? No es muy tarde, pero sí estamos a tiempo.

viernes, 27 de mayo de 2011

La situación laboral de la juventud

Pregúnteme cómo
Por: Catalina Ruiz-Navarro
Quien asocia la juventud con un periodo lleno de posibilidades, felicidad, y esperanza claramente se ve engañado por su nostalgia. Ser joven hoy en día es un frustrante purgatorio donde las almas se preguntan si algún día van a poder ser autosuficientes económicamente como sus padres, los adultos, una empresa que parece quijotesca ante los portazos en la cara y las risibles ofertas salariales.
Unos no tienen trabajo porque les piden 5 años de experiencia, otros resultan en cambio, demasiado para el puesto. Los menores de 25 son muy jóvenes, los mayores de 35 son viejos y de todas formas, si se está entre el rango dorado lo más probable es que el sueldo sea mucho menos de lo merecido, y aún, de lo necesario.
La Ley del Primer Empleo, a pesar de ser bien intencionada, es insuficiente. Especialmente porque no beneficia a los jóvenes en especifico, en ella se metieron de colados las madres cabeza de familia, las personas en situación de desplazamiento, en proceso de integración o en condiciones de discapacidad, mujeres mayores de 40 años y los nuevos empleados que devenguen menos de 1.5 salarios mínimos mensuales legales vigentes. Se agradece a la Ley su esfuerzo por la formalización del trabajo, pero el panorama no deja de ser inquietante pues beneficia a tantos sectores de la sociedad que no resuelve el principal problema de la juventud: la escasez de herramientas para competir en un mercado laboral agreste y terriblemente frustrante.
La disminución temporal de los parafiscales para las empresas, una de las estrategias de la Ley del Primer Trabajo, creará solo entre 200,000 y 300,000 puestos de trabajo para los que muchos jóvenes no están capacitados, pues, han tenido que dejar sus estudios para ponerse a trabajar, y a su vez no pueden trabajar porque no han terminado sus estudios. Los Anillos de Moebius son frecuentes, quizá el más común es que muchos no pueden trabajar porque no tienen experiencia y no tienen experiencia porque no les han dado trabajo.
Otros esfuerzos están enfocados a fomentar el emprendimiento juvenil un campo que no es necesariamente menos adverso porque los jóvenes generalmente son educados y preparados por los sistemas educativos para trabajar como dependientes. Además tienen menos recursos y activos, menos experiencia y conexiones (indispensables para empezar una empresa o negocio propio) que un adulto. Claro, el emprendimiento juvenil se estimula porque no se puede hacer más, a falta de empleo asalariado por lo menos se intenta dar las condiciones para que los jóvenes se puedan inventar su propio medio de sustento pero se necesitan medidas aún más contundentes.
El desempleo de la juventud en Colombia es un problema de corto y largo plazo que afecta a todo el país. Atrás quedaron los tiempos de la juventud rebelde que no quería trabajar. Los jóvenes actuales cuentan con más educación que las generaciones anteriores, poseen más facilidad para adecuarse a las nuevas tecnologías de información y comunicación, y tienen mayor ventaja para asimilar nuevos procesos de producción.
Si bien la ley del Primer Empleo es un paso, el problema es mucho más grande y crece como una bola de nieve porque, el que sería el motor más productivo de nuestra sociedad está estancado, pedaleando en un sistema lleno de absurdos y paradojas. La próxima vez que vea a un joven con un botón de “Pregúnteme cómo adelgazar/ganar dinero/aprender inglés/etc.”, pregúntele cómo se siente al hacer ese trabajo ridículo después de haber estudiado una carrera, pregúntele cómo es que el futuro del país entumece sus cerebros en los Call Center donde cada cliente les machaca el espíritu. Pregúntele cómo.
@Catalinapordios

Amor y sexo en la posmodernidad

Amor y sexo en la posmodernidad
“¡Ya no hay hombres!”
El autor diferencia entre el amor “moderno” y el “posmoderno”: el primero “ofrecía la mujer-madre, pasiva y sin deseo sexual, y el hombre-de-familia como sostén indiscutido”; el amor posmoderno despega “madre” de “mujer”; ésta “orienta su vida privada desde el deseo sexual” y “los hombres posmodernos deben responder a nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado ‘Ya no hay hombres’”.
Por Ernesto S. Sinatra *
Una queja (o un lamento) elevado en ocasiones como grito de guerra, caracteriza a las mujeres en los tiempos actuales: “¡Ya no hay hombres!”. Son representadas por él un número apreciable de mujeres heterosexuales que tienen crecientes dificultades para conseguir, sobre todo de un modo permanente, hombres: ya sea para la ocasión, pero especialmente en matrimonio o en concubinato. Sus razones, atendibles, sostienen que, como decía recientemente una analizante, “hombres, lo que se dice hombres de verdad, no se consiguen fácilmente”. Esta dificultad va más allá de diferencias de clase social, ya que es usual encontrar a mujeres pobres encabezando familias monoparentales, por el frecuente abandono de los hombres de sus obligaciones laborales y de manutención de sus mujeres e hijos.
El amor moderno, el freudiano, poseía una precisa representación del hombre y de la mujer que se ha transformado notablemente en el amor posmoderno, lacaniano. El primero ofrecía un estereotipo de la mujer-madre como objeto de amor, pasiva y sin deseo sexual, y del hombre-de-familia como el sostén indiscutido del núcleo familiar; mientras que el amor posmoderno, al despegar “madre” de “mujer”, caracteriza a ésta por su actividad, por el privilegio del trabajo sobre el hogar, por la orientación de su vida privada desde el deseo sexual; en tanto que los hombres “posmodernos” no solo deben enfrentar las consecuencias del avance sociojurídico de las mujeres, sino que deben responder a sus nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado “Ya no hay hombres” y responder con lo que supuestamente tienen.
Los hombres son empujados por las mujeres a dar una respuesta cash, pues ya no alcanza con vanagloriarse de los oropeles masculinos ligados a la sacrosanta medida del falo, sino que, cada día más, son conducidos a demostrar con cada mujer lo que saben hacer “como hombres”.
Verificamos rápidamente las consecuencias para ambos sexos de afrontar el redoblamiento de la apuesta: el surgimiento de nuevos síntomas. En el horizonte masculino surge la devaluación del Don Juan, para muchas mujeres ya una especie en extinción. Es que el modelo donjuanesco requiere de un objeto complementario que ha caído en desuso: el objeto femenino pasivo, sin deseo sexual, sólo despertado por el gran seductor “contra su voluntad”. Don Juan se extingue como figura actual. Surgen entonces las mujeres “que tienen” de verdad; especialmente en ciudades industriales de países desarrollados, pero también en sectores acomodados de países subdesarrollados.
Fuertes y seguras, estas mujeres demuestran que efectivamente pueden tener bienes y lucirlos; ellas son exitosas en sus profesiones, autónomas, seguras de sí y partidarias del sexo sin ataduras ni compromisos estables con hombres. Estas mujeres –con frecuencia divorciadas o aun solteras– padecen síntomas que hasta ayer les eran reservados a los hombres: estrés laboral, fobias diversas localizadas en el temor a la pérdida de objetos: de este modo ellas participan de la angustia del propietario.
En este contexto, no debería sorprendernos la proliferación de manuales de autoayuda. Uno de ellos, escrito por una mujer, ha propuesto para las mujeres normas para “saber-vivir”: se trata de Barbara De Angelis en su libro Los secretos de los hombres que toda mujer debería saber (ed. Grijalbo), donde les propone a “ellas” reglas para obtener éxito con “ellos”. Se trata de un catálogo de seis normas, que expongo a continuación:
1 “Cuando trate de impresionar a un hombre que me gusta hablando tanto acerca de mí misma que no le pregunte a él nada, dejaré de hacerlo y me limitaré a preguntarme si él me conviene.” En el inicio se sitúa el goce del bla-bla-bla del lado femenino, ahora presentado como mascarada-carnada. De él se aprecia que es un obstáculo para el pensamiento equilibrado en las mujeres respecto de su deseo. La tradicional posición femenina del hacerse amar encuentra en esta norma su traducción por el goce narcisista de la lengua como un impedimento para asegurar el lazo con el hombre considerado más conveniente.
2 “Le expresaré mis sentimientos negativos tan pronto como sea consciente de ellos antes de que se consoliden, aunque esto implique hacerle daño.” Nuevamente, se trata de un llamado a la razón femenina a partir de su función discriminatoria, esta vez para decidir lo que hay que decir y cuándo hacerlo: cada mujer debería estar advertida de sus sentimientos para diferenciar los positivos de los negativos y comunicarlos al partenaire –o candidato– en el momento oportuno.
3 “Trabajaré en cuidar mi relación con mi ex esposo cuidando de no considerarme como dañada, y no hablaré de él como si yo fuese la víctima y él fuese el verdugo.” Se introduce aquí una cuestión delicada: la relación de una mujer con su ex. Es notable la toma de posición decidida de la autora: rechaza asumir la posición “natural” de víctima (como suele hacer cierto feminismo débil), y la empuja a confrontarse con su responsabilidad.
4 “Cuando mis sentimientos sean dañinos le diré a mi compañero de pareja qué es lo que estoy sintiendo antes que lloriquear o hacer muecas pretendiendo que no me preocupo o actuando como una niña pequeña.” Esta proposición constituye un mixto entre la segunda y la tercera regla, y agrega el rechazo del comportamiento infantil del llanto, al que caracteriza como típica respuesta femenina.
5 “Cuando me vea llenando vacíos, áreas muertas en la relación, me detendré y me preguntaré si mi compañero de pareja me ha dado últimamente mucho a mí; si no lo ha hecho, le pediré lo que necesito, en lugar de hacer las cosas mejor yo.” Esta regla busca, nuevamente, apelar a la razón femenina para localizar esta vez lo que el partenaire no da y exigírselo, si correspondiere. Esta norma parece recusar la salida femenina del reemplazo del hombre por ella misma, es decir, parece contrariar el recurso de las “nuevas patronas” (ver más abajo).
6 “Cuando me veo a mí misma dando un consejo que no se me ha pedido o tratando a mi compañero como a un niño, dejaré de hacerlo; tomaré aliento y permitiré que se dé cuenta de qué está fuera de su alcance, a no ser que me pida ayuda.” Esta última norma comenta un uso habitual del partenaire masculino en el lazo erótico, frecuente causa de estragos (pero, es preciso agregar, no menos causa de matrimonios): aconseja a cada mujer dejar de situarse como madre cuando el hombre se sitúa como niño.
Cada una de estas normas advierte a las mujeres de algunos de sus síntomas más frecuentes; cada una de ellas gira en torno de la ocasión propicia para responder al partenaire. Pero aquí encontramos la primera dificultad, porque, como se sabe, a la ocasión no sólo la pintan calva sino, también, mujer; y ya que –curiosamente– estas normas no dicen nada acerca de cómo arreglárselas con la otra mujer. Es bien sabido que, cuando una mujer depende de otra para cierto fin, suele haber problemas: Jacques Lacan habló del “estrago” materno para situar la densidad emocional que caracteriza a la relación madre-hija, la que contaminará los futuros encuentros de la hija-mujer con las otras mujeres.
Otra dificultad es que estas reglas son racionales, atinadas, pero –en el mismo punto en el que fracasa todo manual de autoayuda– también suelen ser inservibles. Más allá de esto, en estas normas una mujer toma partido y advierte a otras mujeres, posmodernas, acerca del riesgo de caer en la victimización o en la identificación con la madre, características referibles a la mujer moderna: pasiva y melindrosa, o activa sólo en su función maternal (sobre hijo o marido, da igual).
La patrona
La búsqueda principal para una mujer, en sus encuentros con los hombres –más allá de la satisfacción en sus encuentros sexuales y en la maternidad– la constituye el lograr ser amada por un hombre, llegar a capturar a uno que la ame especialmente a ella, encontrarse con aquel que la distinga con su deseo como una, singular, entre todas las otras mujeres. Cabe observar que, actualmente, este procedimiento suele ser realizado por ellas a repetición, es decir, que el cumplimiento de este rasgo requiere una búsqueda realizada con sucesivos hombres y cuyas condiciones de éxito sólo pueden ser analizadas en cada mujer, singularmente.
Para los hombres, en cambio, la bipartición entre el amor y el goce parece haberlos empujado a una suerte de “infidelidad estructural”. Se constituye entonces el problema masculino en estos términos: cómo podría arreglárselas un hombre con una sola mujer, cómo elegir a una y situarla en el lugar de causa de su deseo. Algunos hombres, a los que podríamos denominar neuróticos “tradicionales”, suelen llamar a sus esposas “la patrona”. La patrona, designación con la que denuncian su elección conforme al tipo de la mujer-madre, organiza sus vidas. Si bien algunos de estos hombres pueden conservar el rasgo de infidelidad “social” y gozar con otras mujeres –sea con amantes ocasionales o estables, o por renta part-time de servicios sexuales–, ¿qué sucede sexualmente con la patrona?
No podría decirse –al menos no en muchos casos– que esos hombres no quieran a su patrona, mujer única para ellos; pero, ¿cómo gozar de la patrona en la cama? Ya que se sabe, desde Freud, que para gozar de una mujer en el acto sexual un hombre debe faltarle el respeto. Esto se refiere a la idealización de una mujer: si una mujer está “allí arriba”, no puede compartir el lecho “aquí abajo”. Imaginemos a un hombre –estoy pensando en una dificultad narrada por un sujeto obsesivo– que, en el preciso momento de penetrar a su esposa, se encontró viendo a la madre... de sus hijos. ¿Cómo podría poseerla “de verdad”, si su libido se halla adherida al objeto incestuoso y toda su vida ha girado en torno de su dedicación a esa madre, mientras secretamente se consagraba –aunque no menos en la actualidad– a ejercicios masturbatorios?
Y ahora desde la perspectiva de “la patrona”, ¿qué sucede cuando ella se ubica complaciente y decididamente en su puesto de mando, aunque haga de ese lugar el último baluarte de una sempiterna queja? Una mujer, cuando se trata de obtener goce sexual en el encuentro con un hombre, deberá dejarse tomar como objeto causa de deseo, es decir, prestarse a ese goce que él obtiene con su fantasma, y por ese medio extraer ella Otro goce que excederá no solo a él, sino, y especialmente, a ella misma. La patrona de la que hablamos no parece estar dispuesta a esos deslices libidinales, ya que su satisfacción está puesta en otro lugar: “fabricar a su hombre” (ver más abajo), llámese “maternidad”.
Nueva patrona
Las mujeres de hoy ya no necesitan el palo de amasar de la patrona-ama-de-casa como emblema del poder fálico (y quizá tampoco requieran tanto como antes de sus hijos, al menos no de los hijos concebidos con sus maridos). Con las transformaciones del mercado capitalista se ha modificado el equilibrio de fuerzas entre hombres y mujeres. La justa apropiación por parte de las mujeres de sectores ligados tradicionalmente con la esfera pública ha introducido cuantiosos matices en la guerra entre los sexos. Un nuevo tipo femenino no oculta su predilección por el sexo ocasional. Decididas en el encuentro sexual, suelen quejarse de que los hombres se intimidan cuando ellas los encaran dejando ver las llaves de su departamento o de su auto. Ese gesto puede constituir una mostración de la impotencia masculina (“Ahora yo lo tengo y vos no”) y resultar para un hombre un castigo aún más doloroso que el inocente palo de amasar de antaño. Venganza femenina/humillación masculina. Sin embargo, un hombre, confrontado con ese señuelo, no tendría por qué sentirse intimidado: sólo la magnitud de su indexación fálica habrá determinado esa respuesta. Una mujer en el diván, enojada consigo misma, se quejaba por cómo había tratado a un hombre que la atraía especialmente. Luego del momento inicial de mutua seducción, y ya en el umbral de un encuentro sexual, ella le preguntó si había traído preservativos. A su respuesta “Traje algunos, ¿y vos?”, ella no tuvo mejor idea que decirle: “¡Bueno, bueno, cuánta fe que nos tenemos!”. La respuesta de él no se hizo esperar: impotencia sexual.
Del lado de estas mujeres se ha producido una inversión dialéctica en su posición discursiva: han dejado de sentirse “mujeres-objeto” para procurarse “hombres-objeto”. Como otra de ellas me enfatizaba en una entrevista: “Yo, como muchas de mis amigas, no estamos dispuestas a tener un hombre al lado durante mucho tiempo. Al tiempo se vuelven insoportables y hay que pedirles que se vayan”.
En una primera entrevista, otra mujer –ejecutiva, famosa, reconocida socialmente– hablaba de los hombres igual que ciertos hombres hablan de las mujeres. Un rasgo de su padre, que comentó al pasar, era la sustancia identificatoria de la que se alimentaba: ella era en el mundo de los negocios –éstas fueron sus palabras– “un hombre más”, y obtenía su éxito empresarial en el mismo rubro en el que su padre había fracasado. Efectivamente se había transformado en un hombre más, y no le hizo falta ninguna prótesis peneana para serlo; tampoco era homosexual; era una mujer perfectamente neurótica.
Este tipo de mujeres hacen el hombre a su manera: no son las que tienen (ni quieren) un marido a quien hacer existir como el hombre que ellas pretenderían ser; ellas no moldean a “su” hombre a su imagen y semejanza. Para ellas el reemplazo es directo y sin mediación: son ellas quienes lo borran del mapa y se colocan en su lugar. Este tipo de mujer “posmoderna” constituye un envés de aquella otra, “moderna”, que, encerrada en su familia, se había dedicado a fabricar a su hombre: vistiéndolo, mandándolo al trabajo (y a la vida), con una caricatura de docilidad que la encuentra pasiva, callada y siempre plegada al deseo masculino.
De esta nueva posición, el testimonio light lo constituyen los clubes de mujeres solas –o casadas pero reunidas solas para la ocasión– presenciando stripteases masculinos, ululando con cada trozo de los cuerpos exhibidos y peleándose ritualmente, de un modo fetichista, para conseguir el slip ofrecido. Esta práctica se ha transformado en un hábito aceptado socialmente; a veces, aunque no siempre, con el único requisito de que las mujeres casadas vuelvan después a sus casas.
Se deduce que la división amor-goce pareciera ya no funcionar exclusivamente del lado de los hombres, a partir de que el simulacro fálico ha tomado legitimidad jurídico-social para las mujeres. Pero quedan aún por determinar las variaciones singulares que se producen, no sólo en la esfera pública, a partir del justo reconocimiento de la paridad legal entre ambos sexos, sino especialmente en el campo del goce sexual, ya que en éste no existe la justicia distributiva.
* Texto extractado de ¡Por fin hombres al fin! (ed. Grama

lunes, 16 de mayo de 2011

Debate

Debate: las diferencias de las generaciones
Cultura y sociedad
Documentos para el trabajo
a. Videos: Hippies – diciembre 2010
Angie: noviembre 2010
Música de la contracultura_ noviembre 2010
b. Sobre los jóvenes de hoy – noviembre 2010
c. La contracultura- noviembre 2010
d. Generación sin rebeldía – noviembre 2010
e. Reglas del debate-noviembre 2010