martes, 19 de septiembre de 2017

Lecturas 4 para la clase de cultura y sociedad- Consolidado 2


Lecturas 4
Estudiantes. Deben leer los textos a continuación y establecer al menos cinco de los grandes problemas de COLOMBIA.  Por cada problema deben escribir al menos tres párrafos.
El  negocio financiero
Por Rafael Rodríguez-Jaraba*

Pocas cosas producen tanto malestar a la opinión pública, como examinar las siderales utilidades que obtiene el sistema financiero cada año .Rendimientos anuales de 39.7 Billones de Pesos, nos son cifras menores, y son elocuente expresión de la creciente concentración de la riqueza en Colombia.

Es claro que el sector financiero administra moderados niveles de inversión y riesgo, y a cambio obtiene una de las mayores tasas de retorno de capital en Colombia.

Si bien apalancar el desarrollo requiere de un sector financiero sólido, confiable y sostenible, no es conveniente que el formidable negocio de las instituciones financieras sea en buena medida, producto de la tolerancia estatal que permite el cobro de unos servicios caros y la obtención de unos márgenes de intermediación exorbitantes y abusivos en la prestación de un servicio público básico para auspiciar el desarrollo.

Los negocios deben generar rendimientos suficientes para sufragar los costos, compensar la administración de los riesgos y rentar el capital, pero en una economía sana, la intermediación y la prestación de servicios financieros, no debe ser el mejor negocio, y de serlo, se convierte en una actividad lesiva a la productividad, que contrae el sector real, desestimula el trabajo y niega posibilidades de alcanzar un crecimiento equitativo y armónico.

Si bien el estado debe ser respetuoso del mercado, de la iniciativa privada y de la libertad de asociación empresarial, no puede ni debe ignorar, y menos tolerar, prácticas abusivas que envilecen la economía.

El mercado financiero en Colombia desde hace mucho tiempo está desbordado, pero el estado no lo reconoce. Los gobiernos por temor a mostrarse intervencionistas esperan y esperan, y terminan siendo complacientes con los abusos. Esta permisibilidad ha ido acostumbrando al usuario a la indefensión y a la resignación.

Es obligación perentoria de los estados intervenir los mercados cuando los precios no son el resultado de la libre interacción de la oferta y la demanda. Es inequívoco que en el mercado financiero colombiano, la oferta tiene una posición articulada y dominante, que le permite colocar todas las condiciones, mientras que la demanda debe acogerlas sin opciones ni alternativas.

Los servicios financieros están regidos por normas positivas que se remontan a 1.918, y que en teoría se fundamentan en una ecuación que privilegia la equidad y equilibra la confianza de usuarios y de entidades depositarias de la fe pública. Pero en la práctica, la relación entre clientes y establecimientos financieros es desigual. Los servicios que se prestan, en la mayoría de los casos, están regulados por “contratos por adhesión”, o sea, por acuerdos impositivos, en que una de las partes coloca todas las condiciones y la otra debe allanarse a cumplirlas.

Por solemnidad contractual, la utilización de las instituciones financieras es forzosa e imperativa. Si las personas y empresas quieren dar formalidad a sus actos mercantiles, tácitamente están obligadas a usarlos. Este desequilibrio contractual es consuetudinario y universal, pero se torna antipático, cuando el que impone todas las condiciones se muestra ineficiente y prepotente frente al cliente que lo favorece con su confianza. Con todo, esta condición asimétrica se vería parcialmente disminuida, si el usuario recibiera servicios eficientes, competitivos y sobretodo buen trato.

Pero las quejas de los usuarios son inefables. Las respuestas a las quejas, en ocasiones, causan hilaridad y son un formalismo ocioso. Los flamantes Defensores del Consumidor y la tardía Superintendencia Financiera reciben incontables reclamaciones, pero poco o nada hacen en favor del mejoramiento del servicio. Esta situación está provocando justa animosidad, deserción, y lo más grave, el crecimiento mimetizado de un sistema financiero paralelo que peligrosamente bordea las normas que penalizan la usura y que prohíben la captación masiva y habitual de ahorro público.

Muchos creen que los abusos en que incurren las instituciones financieras se reducen a los exorbitantes costos de los servicios que prestan, cuando en realidad la mayoría de ellos son invisibles para los ciudadanos y ocurren con la complacencia de la Ley o por tolerancia de las autoridades.

Empiezo a perder las esperanzas que en Colombia haya alguien capaz de instrumentar una verdadera reforma económica; Lo triste es, que es posible y relativamente fácil, lo que falta es saber, y más que eso, valor para hacerlo. De eso hablaremos en otra columna.

* Director y Socio de Rodríguez-Jaraba & Asociados. Consultor Jurídico y Corporativo especializado en Derecho Comercial, Financiero y Contratación Internacional. Profesor Universitario.

El mediocre crecimiento de Colombia
El crecimiento en 2013, 4,3%, fue exactamente igual al promedio de todo el siglo XX, insuficiente para alcanzar el pleno empleo de la fuerza de trabajo.
Por: Salomón Kalmanovitz
Las mejoras en los índices de desempleo, informalidad o pobreza, tan pregonados en la campaña reeleccionista, no cambian mucho el panorama abrumador de una población que mayoritariamente mal vive en la precariedad.
A pesar de una bonanza de precios de materias primas que se prolongó por más de una década, sólo en 2006, 2007 y 2011 crecimos por encima del 6,5%, jalonado por la minería. La industria lleva dos años seguidos contrayéndose y el crecimiento reciente fue liderado por la construcción de vivienda de interés social y de las obras civiles, en sectores típicamente no transables que presionan más a la revaluación del peso. Me explico: una forma de medir la tasa de cambio es un índice entre los bienes transables (importaciones y bienes que compiten con ellas) y los no transables. Así, un aumento de los costos internos por la expansión de sectores no transables lleva a una pérdida de competitividad de las exportaciones y de la producción nacional. El anunciado cierre de Mazda es una muestra elocuente de la situación macroeconómica del país.
El gasto público para reelegir a ciertos políticos en Sahagún, por ejemplo, es no sólo ineficiente, sino que viola principios elementales de justicia tributaria. Los contribuyentes nacionales no tenemos por qué financiar la pavimentación de calles ni la construcción de andenes del municipio aludido, pues esa es responsabilidad de las administraciones locales y de la tributación de los ciudadanos que se benefician con las obras. En este sentido, el gasto público nacional no produce un átomo de desarrollo económico.
Otros países latinoamericanos, como Perú y Chile, aprovecharon mejor la bonanza de materias primas, lo cual tuvo que ver con la calidad de sus políticas públicas. Colombia mantuvo déficits fiscales durante todo el período que se expresaron también en faltantes crónicos en su balanza de cuenta corriente. El país estaba consumiendo e invirtiendo por encima de sus capacidades, lo cual se cubrió con endeudamiento público y con inversión extranjera, ambos fuente de divisas que contribuyeron a la revaluación del peso. En los países aludidos hubo, por el contrario, ahorro público y eliminación de la deuda externa, permitiendo que sus sectores transables pudieran no sólo crecer, sino también exportar.
La bonanza en Colombia fue aprovechada para que el gobierno les permitiera a los ricos tributar menos. Si sustraemos los ingresos fiscales que provee Ecopetrol, el recaudo tributario del gobierno central es menos de 13% del PIB, dato escandaloso muy inferior al recaudo chileno, por ejemplo, que es del doble. En su visita reciente el FMI criticó el hecho del reducido recaudo tributario frente a las necesidades del gobierno y de la sociedad.
La deuda externa del gobierno ha seguido creciendo a pasos agigantados.
De la minería a dónde?

DESPUÉS DE UNA DÉCADA DE DISFRUtar un premio seco de la lotería de las materias primas, nos vemos abocados a una pérdida considerable de riqueza.
Por: Salomón Kalmanovitz
En los noventa también tuvimos una bonanza con el hallazgo de los pozos petroleros de Arauca y Casanare. En ambos casos, nos cayó la enfermedad holandesa: cayeron las exportaciones distintas a las mineroenergéticas, mientras que la industria y la agricultura fueron acorraladas por importaciones baratas.

La actividad minera nos proveyó  una renta que no ahorramos y que invertimos mal. Noruega, Chile y Perú salieron mejor librados que nosotros por la caída de los precios de las materias primas pues ahorraron en fondos externos y sus gobiernos obtuvieron excedentes que se pueden gastar ahora. Antes de eso, Canadá y Australia se dotaron de un sistema de educación de alta calidad con las rentas de sus exportaciones mineras. Acá aumentamos la cobertura más no la calidad educativa.

Ahí están las dobles calzaditas de Uribe sin terminar, el túnel de La Línea, inaugurado varias veces, o el acueducto de Yopal, reconstruido en tres ocasiones y cuyo exiguo líquido contiene bacterias. Se construyeron algunas buenas carreteras en los llanos y en otras regiones, con grandes sobrecostos. La más necesaria de todas, que debía comunicar el puerto de Buenaventura con el resto del país, está lejos de terminarse. La ciudad portuaria está llevada por la criminalidad del narcotráfico que acosa a una población sin futuro. Todas las autopistas del país se estrellan con calles estrechas o la ausencia de vías perimetrales al llegar a las ciudades.

Tenemos un problema de economía política sin resolver y las bonanzas sólo lo exacerbaron, aunque nos aseguran  que nos hemos tornado en un país de clase media y que seremos cada vez más prósperos. La riqueza se crea mediante el trabajo cada vez más productivo y eso aplica menos a las materias primas, aunque nuestra bonanza reciente resultó de la aplicación de nuevas tecnologías a la recuperación secundaria de crudos pues no se encontraron nuevos depósitos.

El conflicto interno prohijó la expropiación de cientos de miles de labriegos y debilitó los derechos de propiedad de todos los ciudadanos. El crimen organizado capturó partes del Estado, el sistema de justicia se corrompió y los intereses de los grupos económicos se impusieron sin barreras sobre la sociedad. Nada de esto apoya el desarrollo económico.

El capitalismo compinchero campea por doquier: en la producción de biocombustibles, a la que se le compartió la renta petrolera con los altos precios internos de la gasolina y el diesel,  y  con los oligopolios que hacen acuerdos que expolian a los consumidores del mercado interno cautivo sin preocuparse por exportar. Algunas empresas se han vuelto maquiladoras y empacadoras de bienes importados.

Hace falta una política pública que aumente la productividad de la industria y de la agricultura, tarea difícil después de 20  años de rentismo. También hace falta una política de competencia que presione a los productores locales a trabajar con márgenes bajos y conduzca al aumento de los volúmenes producidos. La agricultura podría reaccionar más rápido, pero habría que sacar de nuevo al clientelismo del ministerio respectivo.
Pero desde hace bastante tiempo habíamos convivido con desequilibrios subyacentes que se solventaban con nuestra prosperidad, al parecer ilimitada. Uribe devolvió impuestos y disipó el ahorro público. Los déficits fiscales se financiaban con crédito barato y abundante. Los déficits frente al resto del mundo se cubrían con nuevas entradas de capital que iban a la minería y al petróleo o a las inversiones en papeles del Gobierno y en acciones. Pero el capital que entra sale más tarde acompañado de sus crías, más aún cuando hay una parada súbita de sus flujos, y ese es un riesgo que nos acecha.
El mundo del dólar barato, de las materias primas caras y del crédito abundante anuncia su final. Se nos acabó una década de prosperidad que pensamos nos sacaría del subdesarrollo, pero estamos lejos de eso. Nuestras instituciones no cambiaron mucho: siguen basadas en el clientelismo, la escasa competencia política y en la corrupción que se apropia de buena parte de los recursos públicos, que es lo que impide la construcción de una buena infraestructura o hace que la educación y salud sean de mala calidad o que la justicia no llegue.
Los países que prosperan son aquellos que asignan sus recursos a educar toda su población en las ciencias y las humanidades, que combinadas permiten innovar en todos los sectores de la economía. Son aquellos que privilegian la producción industrial y agrícola y los servicios complejos, para no depender de las loterías de las materias primas. Nosotros prosperamos sólo cuando contamos con buena suerte. No tenemos cómo cabalgar sobre el desarrollo de nuestras capacidades. Quizás una mayor competencia política que surgiría de un acuerdo de paz podría cambiar nuestras instituciones un poco y para bien.
El año que comenzamos es de peligro. Una nueva quiebra de Rusia o de Indonesia, una implosión de Venezuela nos puede arrastrar, como ya pasó en 1998, cuando se dio una corrida de capital por doquier.

Un balance del conflicto *

Uno de los costos más elevados del conflicto colombiano ha sido el de alimentar la hegemonía de la derecha y de las prácticas clientelistas y corruptas en la política nacional.
Por: Salomón Kalmanovitz
De ellas se derivan la desigual distribución del ingreso, la baja tributación para financiar programas sociales, pero suficiente para fortalecer la capacidad militar del Estado; también, el bloqueo a las reformas agrarias que promovieran el desarrollo económico del campo y, no menos, la captura del gasto público por las mafias que actúan en la contratación.
No ha sido posible construir un Estado dotado de una burocracia reclutada por mérito y con capacidad para actuar de manera decidida en todas las áreas que le corresponden, desde el desarrollo de la agricultura hasta la dotación de una infraestructura que reduzca los costos de transporte y de la energía. Todo emprendimiento público termina enmarañado en el desgreño y en la apropiación indebida de los recursos del Estado, contaminando incluso al sistema de justicia.
El fin del conflicto que se avizora servirá para debilitar a las fuerzas que entorpecen el desarrollo económico y que han limitado la democracia en el país, aunque tomará tiempo y empeño limitar las prácticas malsanas de un sistema político basado en las clientelas y la compra de votos.
En todo caso, los beneficios del fin del conflicto son inconmensurables, en especial para las regiones más atrasadas del país y donde hay menor presencia del Estado. Colombia es hoy el segundo país con más minas sembradas en el mundo, lo que saca buena parte del territorio de la explotación agropecuaria y minera, exponiendo a la población que allí permanece al riesgo de muerte y desmembramiento. Peor aún, el reclutamiento de jóvenes le ha extraído la savia más productiva a las economías campesinas de estas regiones ya de por sí muy pobres.
El secuestro por las Farc ha cobrado 22.000 víctimas, lo que les ha costado la baja estima que le guarda la población y el odio profundo de las capas sociales que más lo han padecido. La derogación de la “ley” 002 con la que se justificaba la extorsión so pena de la libertad y vida de sus víctimas hará posible que vuelvan al campo capitales que huyeron de la barbarie. Los bombardeos con cilindros y la respuesta del Ejército han propiciado la ruina de muchas poblaciones pequeñas. La usurpación de tierras por paramilitares y guerrilla (38 % del total) ha desplazado buena parte de su población, permaneciendo en ellas sólo personas mayores. El narcotráfico ha aumentado los homicidios y es conexo con el subdesarrollo; posiblemente surjan Farcrim una vez sellada la paz.
El ataque a la infraestructura ha sido costoso no sólo por las pérdidas directas incurridas (4 millones de barriles de petróleo vertidos en 30 años, más los daños a la actividad económica por las voladuras de las torres de energía), sino de la extensa contaminación de las fuentes de agua de la población y del ganado. Las vacunas son fuertes cargas para los negocios medianos que van desde el comercio y el transporte hasta las empresas agropecuarias. El amedrentamiento de las comunidades ha frenado su desarrollo en paz.
Por último, el aumento de la competencia política puede servir para fortalecer el voto de opinión e informado en las decisiones electorales y podría disminuir en algo el clientelismo y la corrupción.
Factores que afectan la competitividad y la productividad en Colombia
Definiciones
“Competitividad es el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país".  A su turno, el nivel de productividad establece el nivel sostenible de prosperidad que puede ser obtenido por una economía." 
"En otras palabras, economías más competitivas tienden a ser capaces de producir niveles de ingreso más elevados para sus ciudadanos.  El nivel de productividad también determina las tasas de retorno obtenidas por las inversiones productivas (físicas,  en capital humano y en tecnología). Como las tasas de retorno son los inductores fundamentales de la tasa de crecimiento de la economía, entre más competitiva es una economía, más rápido crecerá en el mediano y largo plazo"
Productividad empresarial
La productividad empresarial es un método evaluativo que se refiere a que una empresa logra resultados más eficientes a un menor costo, con el fin de incrementar la satisfacción de los clientes y la rentabilidad. Cuán mayor sea la productividad de una empresa, más útil será para la comunidad gracias a que ésta se expande y genera empleo e impuestos.
Para que se mejore la productividad en una organización existen tres elementos básicos:
1. Equipos y materiales: Hardware
2. Procedimientos y métodos: Software
3. El recurso humano: Humanware
Para mejorar el hardware se requiere de altas sumas de dinero para invertir. Para mejorar el software se requiere de personas idóneas y conocimientos, por lo que es pertinente mejorar el humanware por medio de buenos procesos de selección, capacitación permanente y remuneración adecuada, lo importante es seleccionar y mantener el mejor capital humano posible dentro de la empresa para que no se afecte el software.
Competitividad
La competitividad se refiere a que una organización logre mantenerse y permanecer en el mercado a largo plazo, para esto, es necesario trabajar siempre con innovación de manera que se fomente la apertura de mercados y generar credibilidad y confianza en la marca a través del control de calidad y la garantía.
La capacidad competitiva de una organización se evalúa mediante la calidad en sus productos, la rapidez de reacción ante los eventuales problemas, la capacidad de innovación y la capacidad de evolución.
La productividad de Colombia
Los 21 millones de trabajadores colombianos con empleo se sienten agobiados con extensas jornadas laborales y, por lo general, hablan de una pesada carga de actividades por cumplir. Sin embargo, el esfuerzo no coincide con la productividad del país, que ocupó el puesto 66 entre 144 países, tras la más reciente medición realizada por el Foro Económico Mundial.
1.      Según el informe del Consejo Colombiano de Competitividad, asociado a la baja productividad está el bajo nivel de sofisticación y diversificación del aparato productivo, lo que termina reflejándose en la perdida de sofisticación de las exportaciones colombianas. El documento destaca que la situación es tan extrema que se llegan a necesitar 4,5 trabajadores colombianos para producir lo que produce un trabajador norteamericano, evidenciando el campo vacío que hay en las aptitudes y desempeño de uno y otro.
2.      Existen brechas en materia de educación, institucionalidad y salud que deben ser superadas si el país quiere alcanzar un crecimiento sostenible en los años venideros. La educación refleja la desigualdad de la sociedad colombiana, es elitista y la educación pública en la primaria y en la secundaria se caracteriza por su bajo nivel de calidad. Institucionalmente el Estado colombiano es frágil y débil, es incapaz de dar respuestas efectivas a la reducción de la pobreza, garantizar la estabilidad de los indicadores económicos, ni tampoco puede ser un factor que permita el crecimiento de los diferentes sectores de la economía colombiana. De acuerdo con David Bojanini, Presidente del Grupo Sura: “La educación comprende muchas etapas que son vitales para la formación del músculo laboral del país que requiere de mayor capacitación para que pueda cumplir con mucha más eficiencia las labores concernientes a su área de desempeño”.
3.      Colombia ha crecido recientemente en medio de una regresión infantil, pues volvió a sus inicios de los siglos XIX y XX, exportando oro, petróleo, carbón, y otras materias primas sin procesar ni transformar (commodities) y cada vez relativamente  menos productos de origen agrícola (café, flores, frutas) o industriales de bajo valor agregado. Hoy el tejido empresarial, compuesto esencialmente por unas 1.500 empresas grandes y unas 75.000 pequeñas y medianas (pymes), ha dejado ampliar su brecha de productividad frente a las economías avanzadas y por lo tanto, es menos competitivo que hace cinco años. La gran transformación ha sido por el auge del sector de servicios, que desde hace años genera más de un 50 por ciento del PIB colombiano, orientado a satisfacer necesidades del mercado interno, como los servicios financieros, de telecomunicaciones, de educación y de salud, que están lejos de ajustarse a los estándares internacionales. Lo cierto es que, en los últimos años, Colombia sí creció, pero mal. Creció sin generar empleo, sin reducir la pobreza, sin mejorar la abismal desigualdad, pero sobre todo, sin aprovechar esa dinámica económica para cerrar su brecha de productividad frente a economías más competitivas.
4.      La informalidad es otro ingrediente que no deja cocinar la torta de la productividad. La existencia de 11,5 millones de trabajadores informales y 3 millones de colombianos desempleados es una de las razones de los malos resultados en productividad que obtiene el país en comparación con las demás naciones del mundo. “Si una persona es capacitada y productiva, entra al mercado formal, tiene la posibilidad de ganarse un salario decente. Si no tiene formación, su futuro es entrar a la economía informal, a obtener ingresos a veces por debajo del mínimo. Allí cae de nuevo al círculo vicioso: menor productividad, imposibilidad para capacitarse y mejorar su condición. Es donde la gente empieza a perder el estímulo”, sostiene Rosario Córdoba.
5.      Debido a la baja productividad, Colombia tiene grandes dificultades para insertarse exitosamente en los mercados mundiales. Mientras que nuestras exportaciones por habitante en 2006 fueron de US$540, en Chile fueron de US$3.380, y en la República Checa de US$9.267. Para no referirnos a un país como Irlanda cuyas exportaciones equivalen a US$25.000 por habitante, es decir, 50 veces el valor de este indicador para Colombia.
6.      En los últimos veinticinco años, la tasa de inversión en Colombia ha sido, en promedio, 17.6% del PIB. Esta tasa es inferior a la de otras economías de la región como Chile (19.2%) y Perú (18.9%). La diferencia es aún mayor con respecto a economías como Malasia (25%) o Corea (34.9%). Las bajas tasas de inversión afectan negativamente la capacidad de acumular un stock de capital suficiente que amplíe la capacidad productiva y permita expandir la producción sin que se generen presiones inflacionarias. En la experiencia internacional, el proceso de desarrollo y de crecimiento del ingreso per cápita está asociado con un aumento en la dotación de capital por trabajador que permite alcanzar mayores niveles de productividad del trabajo, y, por ende, mayores salarios. La baja de inversión en Colombia refleja el bajo dinamismo de la formación de capital tanto del sector privado como del sector público. En este último caso, la poca inversión se refleja en un atraso en infraestructura y servicios de logística, que afecta negativamente la productividad del trabajo en las diferentes actividades.