viernes, 15 de octubre de 2010

Nada nos duele en las postales

Nada nos duele en las postales
Por: Cristian Valencia | 11:21 p.m. | 10 de Octubre del 2010
Tal vez hablo del siglo pasado, de por allá en los años treinta del siglo XX. Tal vez. Porque todo parece igual en La Guajira. Tan intocada, tan inhóspita a veces, tan variopinta y misteriosa. Tan pobre. Pobre a pesar de sus indígenas, y sus musulmanes, y sus mestizos, y sus blancos; pobre a pesar de sus minas de carbón, y sus yacimientos de gas. Y la sal. Esa sal de la abundancia que debería tener un puesto en el anacrónico escudo que dizque nos define: un gorro frigio que nadie sabe qué significa, un istmo que pertenece a otro país, y un par de cuernos de abundancia llenos de oro. En ese escudo deberían estar los wayú y la sal; el desierto; ese Caribe.
Pobre Guajira pobre. En un rincón enmohecido por el salitre, una carreta sin burro lucía muy oronda un letrero imposible de leer: "seasena karreo i sebo tanes kombros". Una variación de este castellano que hablamos y escribimos, tan increíble como imposible de pronunciar, posible en la medida que La Guajira ostenta un 35% de analfabetismo, silenciosa. Nadie parece saberlo en el Gobierno central. Casi cuatro personas de cada diez no saben escribir ni leer "Mi mamá me mima". Cifras tan escandalosas que uno debería salir a buscar políticos para patearles el trasero, porque al sol de hoy, ya son 25 años de recibir astronómicas regalías por todo ese carbón que se va, ese gas que consumimos a diario.
Me enteré de cómo se diluyen algunas ganancias en el desierto: supe de alguien que escribió un libro. Por su trabajo cobraría 12 millones al Centro Cultural. Justo, hasta ahí todo normal. Pero en el Centro le dijeron que firmara un contrato por 22 millones, que ahí estaban sus doce y que por ahí se enredaban 10.
-¿Y tú por qué te vas a llevar 10?, si tú no has hecho nada. Y yo llevo dos años trabajando en este libro.
Palabras más o menos le dijeron que, ajá, que no parara bolas a eso, que tú sabes cómo es la vaina. Y el escritor dijo que "no", rotundo "no" frente al burócrata boquiabierto. Tres meses después llamaron al escritor para decirle que el libro estaba listo. Y cuando fue a mirar qué rayos había pasado le pasaron un contrato para firmar por 78 millones de pesos que ya había cobrado el burócrata dichoso. Un sobrecosto de 66 millones que habría servido para contratar maestros, aperar una escuela o comenzar un programa de educación. No para pagarle vacaciones a nadie, ni comprarle joyas a la esposa del funcionario, ni comprarle un blackberry a su niña de 8.
Es un caso de fraude a La Guajira hecho por un solo funcionario que, supongo, operará igual con todos. Y es un caso en Cultura, dependencia de bajo presupuesto. Imaginen lo que podrá ser Obras Públicas, o Educación, o Salud.
Y en La Guajira el alcantarillado es una cosa inservible, y los habitantes de Riohacha tienen agua 12 días al mes. Y la totuma es algo que se usa para el baño. Y no podrás llegar a Nazareth en este invierno porque no hay vías. Pero nos ufanamos enseñando en las escuelas del interior que La Guajira es el norte de esta Colombia, y los libros muestran orgullosos a los wayús y las salinas y la Mina y Bahía Portete, y Chuchupa; y ponemos el límite en Punta Gallinas todos orgullosos. En realidad, no nos merecemos hablar de La Guajira con ese orgullo.
¿Explicaciones? Que La Guajira es un continente con predominio de habitantes indígenas y afrocolombianos. Que los gobiernos se pasan por la faja esa Guajira porque no les importa. El 45% de los habitantes de La Guajira son indígenas. Y de esos indígenas, más del 70 por ciento son analfabetas en castellano. La discriminación no es un invento mío, es una realidad de todos los tiempos, de las cifras del Dane, del Banco de la República, de estudios de antropólogos, de la simple vista.
Pero por acá, en 'cachaquilandia', se habla de la Guajira como se habla de una postal. En donde nada duele.

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