domingo, 17 de junio de 2012

LA MEMORIA DE PABLO

La memoria de Pablo

Alberto Valencia G.

Debo empezar por confesar que me encuentro entre los que todas las noches a las nueve están pendientes de la serie sobre la vida de Pablo Escobar que presenta una de las cadenas nacionales de televisión. Aún estamos en los comienzos y no sabemos si tanto esfuerzo editorial va a terminar en una caricatura o en una historia aleccionadora; en la apertura de ‘un debate sobre el pasado’, como quieren los creadores del documental, o en la promoción de un ‘nuevo héroe’ para los niños de Colombia, como insinúa un columnista de Semana. Pero de todas maneras abramos la discusión sobre la significación de los episodios dolorosos de este pasado reciente.

Lo que más me llama la atención en la figura de un personaje nefasto de la vida colombiana como fue Pablo Escobar es que haya existido, y todavía perdure, sobre todo en los sectores populares de Medellín, una gran admiración por sus ‘hazañas’. Bien parece que en algunos barrios de esta ciudad aún se conmemora el 2 de diciembre el aniversario de la muerte de “un hombre noble que dedicó su vida a la lucha por la libertad de un pueblo oprimido por la injusticia”, según rezan los carteles. De nada vale recordar los 5.000 muertos que se le atribuyen, la responsabilidad por masacres infames de personas inocentes o la infinita crueldad contra todos aquellos que se interpusieran en su camino: “Pablo siempre estarás en nuestros corazones”, repiten en coro sus admiradores de los barrios marginales.

El hecho real y cierto es que lo que nos explica la admiración por esta figura, es que Pablo Escobar no representa propiamente el extravío de los altos valores de la cultura regional antioqueña, sino su realización suprema. Para muchas personas la existencia de Escobar es un ‘mero accidente’, ajeno a las tradiciones de una cultura caracterizada por el respeto, la honradez, el amor al trabajo, el esfuerzo individual, el valor de la familia y los valores cristianos. Pero no se dan cuenta de que el hecho de convertir el dinero en el dios supremo, y en el criterio de valoración absoluta, produce esta clase de monstruos. La sabiduría popular paisa pone en boca del padre moribundo este consejo: “Consiga plata hijo mío, consígala honradamente, pero si no… consiga plata”. Y eso representa este ‘héroe popular’: el éxito económico coronó su vida y eso es lo importante. Sus actividades malvadas pasan a un segundo plano como un agregado secundario y lo que predomina es la imagen de un ‘berraco’, de un hombre extremadamente inteligente, que “terminó siendo asesinado injustamente”.

La serie de la televisión, hasta donde vamos, ha sabido mostrarnos el vínculo entre el proyecto de vida de un hombre que ‘se hizo solo’ y su contexto regional: la madre alcahueta que cierra los ojos ante las fechorías de su hijo; la ‘esposa abnegada’ que termina por aceptar el uso de la prostitución por parte de su marido como un complemento necesario del matrimonio. Pero sobre todo las formas múltiples de la doble moral económica que lo caracteriza. Escobar es un hombre que al mismo tiempo que mata despiadadamente para garantizar el éxito de sus negocios abre una ‘cuenta de ahorros’ en el cielo con sus ‘inversiones sociales’ en buenas obras en los barrios populares que seguramente la ‘justicia divina’ le tendrá en cuenta en el balance final. El ‘empleo filantrópico de la riqueza’, como es usual allí, permite resarcir la culpa por las malas acciones ya que el dinero todo lo puede, no sólo entre los vivos sino en el mundo de ultratumba, de la gloria y de la bienaventuranza. Todo esto lo sabemos bien. Pero de lo que no somos suficientemente conscientes es de que estos valores han hecho metástasis en el conjunto del país, y hoy en día no tenemos un solo Escobar sino muchos. Amigo cuánto tienes cuánto vales.

martes, 5 de junio de 2012

Entre Sócrates y Mario Bros

Entre Sócrates y Mario Bros
Yolanda Reyes

Cómo ha cambiado el mundo, solían decir nuestros mayores, y fue lo que pensé al saber que Shigeru Miyamoto, el "padre del Super Nintendo", había ganado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. No desconozco los méritos de Mario Bros., el Mickey Mouse de los posgraduados actuales, y ya lo perdoné por haberme robado la atención de mis hijos en las postrimerías de siglo pasado. Para ser sincera, también me relevó de ocupaciones maternales, mientras los niños estaban hipnotizados, a salvo de peligros callejeros, sin pedir casi ni comida, entre el sonido maquinal de sus salticos.
Si tantos jóvenes agradecen una infancia "pegados al Nintendo" y recuerdan haber superado la varicela en compañía de Mario Bros., igual que los mayores lo hicieron con Julio Verne o con Tintín, los padres estamos en mora de hacerle justicia a Miyamoto. Más allá de "ser el principal artífice de la revolución del videojuego didáctico, formativo y constructivo" y de "crear sueños virtuales" -como declaró el jurado-, Mario nos ofreció horas extras de sueño real, gracias a sus cuidados de nodriza electrónica.
Que quede claro: no me sorprende que este japonés, nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, haya ganado el Premio de Comunicación y Humanidades, sino que la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum, defensora del lugar de las humanidades en la educación y aguda crítica de la obsesión por la rentabilidad económica que se ha apoderado del discurso educativo, haya obtenido otro Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales con pocos días de diferencia. Y me sorprende porque son dos formas de usar la misma palabra, "humanidades", para nombrar concepciones culturales contrapuestas. Que dos miradas tan disímiles compartan aplausos en la misma ceremonia puede leerse como un signo de los tiempos.
Al leer su libro Sin fines de lucro, es inevitable sospechar que la queja de Nussbaum sobre las "generaciones de máquinas utilitarias" surgió de observar a esos niños que ejercitan su masa cerebral y muscular frente a una consola y que cambiaron los paisajes del parque y de la cuadra por el de las redes sociales. Según la autora, vivimos una crisis educativa que ha pasado inadvertida en medio de la crisis económica y que cambió drásticamente lo que enseñamos a los jóvenes. "Vamos detrás de las posesiones que nos protegen, nos satisfacen y nos consuelan", afirma, y advierte sobre el peligro de considerar el arte y las humanidades como ornamentos inútiles. "Sedientos de dinero, los Estados y sus sistemas educativos están descartando, sin advertirlo, ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia", dice Nussbaum, y nos muestra cómo las facultades que nos permiten desarrollar un pensamiento crítico, imaginar con compasión las dificultades del prójimo y conectarnos con nuestra común humanidad han dado paso a la obsesión por la prosperidad económica.
"Cuando se pierden de vista los argumentos, las personas se dejan llevar con facilidad por la fama o el prestigio del orador, o por el consenso de la cultura de pares", advierte la otra ganadora del Príncipe de Asturias, y se inspira en la mayéutica socrática para rescatar la argumentación y el disenso individual como una forma de hacerle contrapeso a la "docilidad capacitada". Al releer simultáneamente su libro y la noticia de los premios, pienso que atrás quedaron aquellos tiempos de dicotomías excluyentes en los que nos formamos "los mayores" y que este nuevo mundo es un contínuum, en el cual puede dialogar el ingenio de Miyamoto con las preguntas de Nussbaum, para que cada cual elija su lugar. Pero no es fácil contraponer 275 millones de copias vendidas de Super Mario a las preguntas que deja Sin fines de lucro. Quizás es cierto que habitamos universos paralelos, como en un juego de Nintendo.

La puntualidad

Puntualidad: barrera intangible
Rafael Orduz
“Siga y siéntese, el doctor está un poco demoradito, pero ya viene”, es una de las sentencias comunes que se escuchan en cualquier dependencia pública para, finalmente, dar comienzo a una reunión (pactada con días o semanas de anticipación) una o dos horas después, si es que no se cancela.
Por alguna razón los servidores públicos, con algunas excepciones, son, quizá, los más impuntuales dentro de todo el espectro laboral. También los más ocupados (y ocupadas), febriles, importantes… e ineficientes.
La impuntualidad no es patrimonio, ni más faltaba, de los funcionarios. Está arraigada en la cultura. En el horario de la gente hay siempre una provisión psicológica de medias horas por encima del plazo de las citas. Si dicen que es a las ocho, hay que llegar a las y media, o más tarde.
No pasaría de ser un trance anecdótico si no fuera por lo que implica finalmente: años de demora en decisiones de la justicia, bajos niveles de ejecución de proyectos a cargo de entidades públicas (incluyendo las concesiones) y fuerte factor de no competitividad internacional.
Los empresarios no se libran de la impuntualidad. No sería problemática, de no ser porque tal característica es, quizás, una de las barreras más costosas de cara a los tratados de libre comercio.
¿Qué perciben y recomiendan a extranjeros agencias del exterior acerca de la cultura del tiempo de los empresarios colombianos?
Un portal para diplomáticos (e-diplomat) dice que, aunque los colombianos son normalmente puntuales para asuntos de negocios, “pueden llegar media hora tarde, aunque la mejor política para extranjeros es ser puntual”.
El “cuándo almorzamos” bogotano se ha difundido con éxito en todo el país. Dice el portal que la expresión “mañana le llamo” puede querer decir en una o dos semanas si, efectivamente, el evento ha de ocurrir.
“Los colombianos no se destacan por su puntualidad”, afirma otro portal (www.getcustoms.com). “Espere retrasos. Lo que le toma dos días en Estados Unidos le exigirá una semana en Colombia”.
“La puntualidad colombiana es relajada, aunque se espera que los extranjeros sean puntuales” (www.cyborlink.com).
Un sitio virtual en el que se examinan rasgos interculturales considera a los empresarios colombianos como cabezas de estructuras altamente jerarquizadas, con frecuencia con enfoques paternalistas hacia los empleados y con una concepción “fluida” (léase incierta) de los plazos acordados y las escalas de tiempo. De ahí que “la paciencia desempeña un rol esencial en el intercambio comercial intercultural” con Colombia.
“Los plazos no son considerados importantes…; si se supone que usted debe recibir información en una fecha determinada, es buena idea insistir varias veces, aunque de manera cortés” (http://www.kwintessential.co.uk/intercultural/management/colombia.html).
Además de buena infraestructura, se requiere combatir una de las peores barreras de cara al mundo global, la impuntualidad, síntoma grave de subdesarrollo.

El sapo al revés


El sapo al revés
Dharmadeva
En Colombia, ser sapo había sido siempre despreciable, y con razón. El sapo era lambón, chupa, soplón y entrometido. En tiempos más recientes, significó ser informante del Gobierno, de la mafia, de la guerrilla o de la pandilla.
El sapo estaba de antemano condenado a muerte. Pero ahora resulta que si un buen ciudadano trata de ser correcto, se convierte en sapo, o dicho en rolo, en anuro batracio hijo de meretriz.
Así que el buen vecino es un sapo al revés. La mitad de los colombianos hoy en día señalarán de sapo y de bastardo al pobre tonto que trate de hacer las cosas al derecho. Porque si antes, muy ilusos, decíamos que los buenos eran más y los malos no tantos, el postulado definitivamente ya no es cierto. Usted será un sapo hijuetantas si se le ocurre hacer la cola y pedir que la respeten, denunciar un delito, atravesar la calle por la cebra peatonal, evitar el bloqueo del cruce en un semáforo, decirle al motociclista que descienda de la acera, pedirle al conductor de la buseta que le baje al radio y, la peor, recoger a un herido atropellado, pues significa lío judicial, aparte del insulto del que lo atropella. Porque en este país, decía un filósofo, toda buena acción tiene castigo inmediato.
No se necesita ser ni sociólogo ni psicólogo para saber que el enfermo social que hemos forjado es fruto del conflicto y de la repartición inadecuada de la enorme riqueza que tenemos. Si le añadimos los valores consumistas, en los que quien tiene más dinero es superior, y el ejemplo de las clases dirigentes que han saqueado el país de manera rapaz y descarada, el resultado es obvio: un individuo primitivo, amargo, agresivo, arribista y egocéntrico que no puede reconocer que existe “el otro”, pues ni siquiera tiene conciencia de sí mismo. Y como no vio Historia Patria en el colegio, no entiende su pasado. Así se cumple la profecía de Menéndez y Pelayo: “pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte”.
Pues en verdad este nuevo espécimen colombiano, nieto de muchas generaciones de violencia, hijo de desplazados y enriquecido por padrinos traficantes, es el amo y señor de estos terrenos y no comete errores y no los reconoce, porque él, en su alma, es la guerra que no tiene leyes. Como dice un informe de Médicos sin Fronteras, “nadie es un civil en este conflicto, todo el mundo es considerado un potencial informante o colaborador”. Y como se compensan las carencias con pistolas y se sufre de paranoia permanente, ¿cómo no darse el lujo de decirle ¡sapo! al que se atreve de algún modo a incomodarlo a uno?
Corren tiempos difíciles y densos para un sapo al revés. El dolor de los maltratos nos puede contagiar de rabia y de impotencia en un descuido. Sería bueno ceder astutamente, incluso retirarnos. Pero la retirada, como bien lo aconsejan los libros sapienciales, no puede ser huida; no podemos dejarle el terreno al enemigo. Habrá que seguir trabajando “en lo pequeño”, en cultivar el alma y amar a los cercanos