sábado, 23 de abril de 2011

Los avivatos

Avivatos
Por: Andrés Hoyos
HAY UN TRANCÓN Y ATRÁS SUENA una ambulancia. Uno se hace a un lado, y cuando pasa la ambulancia, detrás de ella va pegado un taxi. Su conductor es el clásico avivato colombiano.
No es normal que el avivato sea pobre o quizás sea más exacto decir que entre los pobres la actitud no se llama así, se llama rebusque, y tiene otras motivaciones. El rebusque con frecuencia implica forzar las normas, pero la gente no lo hace por vocación sino por necesidad. Un vendedor ambulante que invade el espacio público no empieza por ser un avivato, aunque si le va bien, pronto accederá a la categoría.
De otro lado, uno pensaría que es contradictorio que haya avivatos millonarios. Sin embargo, éstos no son raros en el club de quienes poseen capitales con muchos ceros a la derecha. ¿La razón? Que la avivatada es un vicio de esos que no se curan con dinero, como el trago, el juego y el cigarrillo. Existe, sí, una diferencia crucial cuando la vuelta a realizar involucra cifras de muchos millones y es que entonces la avivatada traspasa los límites del código penal, adquiriendo en ese momento nombres nuevos: fraude, estafa, desfalco, malversación de fondos, etcétera.
El avivato en el fondo es un personaje paradójico: sufre al mismo tiempo de pereza y de impaciencia aguda. De ahí su deseo de saltarse los puestos en la cola, de tratar de obtener un trabajo o un grado sin merecerlos, de decirle al primo de la tía que por favor le consiga esa sinecura que anda por ahí como un perro sin lazo.
El que comienza como avivato no siempre se gradúa de criminal. Esto sucede cuando el vicio arrecia o cuando la persona se vuelve hábil y se acostumbra a tener “éxito”. Entonces, de repente, se le cruza por el frente una gran tentación, ante la cual es en extremo raro que el avivato no se acoja al proverbial consejo de Óscar Wilde de caer en ella. Sin embargo, tampoco es tan corriente que un avivato modesto se convierta de la noche a la mañana en un gran estafador. Para dar el salto, suele ser necesario el transcurso de por lo menos una generación. Dicho de otro modo, el hijo del avivato que no se vuelve beato o que no se mete de cura (la categoría contiene algunos curas), se convierte, él sí, fácilmente en un gran estafador al intentar imitar al padre en escala ampliada. De hecho, uno sospecha que algunos de los grandes estafadores que a estas alturas mojan prensa a diario en Colombia, dígase los tres primitos Nule, son algo así como la tercera generación de un avivato al que le fue “bien”, es decir, de uno cuyas avivatadas salieron a favor.
No es muy difícil entender de dónde proviene la popularidad de este comportamiento destructivo. Proviene del ejemplo, de la celebración que se hace de las “hazañas” del avivato. Al honesto, al que hace las cosas al derecho, al que denuncia, al que critica la laxitud ética, le ha ido mal, y en ocasiones pésimo, en Colombia y, de ñapa, es objeto de burlas. Los avivatos, para no hablar de los mafiosos, seducen y desnucan a reinas y modelos como si estuvieran tomando cerezas de una bandeja.
Según su parsimonia de hidalgo neurótico y venido a menos, el DRAE no incluye la palabra “avivato”, pese a que ronda por Colombia y con menos vigor por dos o tres países de América Latina desde la década de los cuarenta. Nada raro, en fin, que la gente que cae redonda ante la cháchara florida de los avivatos es por lo general la misma que vive obsesionada con la gramática.

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