lunes, 28 de abril de 2014

SALVAR A LOS JÓVENES

Salvar a los jóvenes
Por Marta Ruiz
Hace 15 años estuve por primera vez en Buenaventura. En aquella época muchos jóvenes rondaban por el puerto con una mochilita al hombro, esperando la oportunidad de saltar sobre algún barco para convertirse en polizones. Todos abrazaban el sueño americano, ya que en su ciudad no había oportunidades de trabajo ni de educación.

En aquel momento ya muchas voces advertían que si no se hacía algo por aquella generación, estallaría una bomba de tiempo. Y estalló. Ahora en Buenaventura se habla de casas donde se descuartizan unos a otros, y de unas reyertas entre niños que se sacan los ojos por un puñado de dólares.

En días recientes he tenido la oportunidad de viajar por un amplio territorio de los Montes de María, entre Bolívar y Sucre, y el clamor es el mismo: si no se hace algo pronto, esta generación de jóvenes será presa fácil de la violencia. Se trata de una generación que nació en pleno auge de la guerra, muchos vivieron el desplazamiento siendo niños, y han tenido que guardarse sentimientos de miedo, dolor y a hasta de rencor. No importa si han estudiado o no. El único destino para la mayoría es manejar una moto-taxi. La oferta de educación superior es escasa y la de empleo, nula. No tienen tierra para alimentar su vocación campesina, ni la acceso a la tecnología y la modernidad con las que sueñan. El consumo de droga se incrementa cada día y siguen siendo la carne de cañón predilecta de los grupos delincuenciales.

En San Juan Nepomuceno, Bolívar, por ejemplo, hay alerta por el reclutamiento de jóvenes. A principios de abril por lo menos 20 muchachos fueron invitados a cogercafé a la Sierra Nevada. Uno de ellos, Carlos Andrés Barrios, de 22 años, apareció una semana después como uno de los muertos durante un combate entre tropas del Ejército y Los Urabeños en Zaragoza, Antioquia.

Carlos Andrés no sabía nada de armas. Vendía chitos en el pueblo y se animó cuando le ofrecieron 600.000 pesos para ir a trabajar una temporada al campo. Alcanzó a llamar a su familia un par de veces para decir que lo habían llevado a un lugar desconocido y se despidió como lo hacen quienes están en el patíbulo. Su cuerpo apareció vestido de camuflado, con un fusil al lado. Su familia se pregunta cómo un muchacho de 22 años que nunca había salido de su pueblo pudo en una semana convertirse en un peligroso miembro de bacrim. Y lo enterraron en Semana Santa, con el corazón lleno de preguntas sin respuestas. Con el temor de que la historia se repita con otros dos muchachos que están oficialmente desaparecidos. Con la intuición de que esta es una nueva versión de falsos positivos, ya que el reclutador, que todos en el pueblo conocen y señalan, se mueve como Pedro por su casa en San Juan.

En toda la región hay zozobra ante la inminente salida de la cárcel de los principales jefes paramilitares este año, y porque en la zona rural han visto rondar de nuevo grupos armados, al parecer, de guerrilla. El reclutamiento, sienten los pobladores, es inminente. “Tenemos un miedo el berraco”, dice una líder de ese municipio.

“¡Salvad a los niños!” escribió hace décadas Lu Sin en el Diario de un Loco, en el que un personaje obsesionado por el canibalismo de su comunidad clama por aquellos que aún no habían comido carne humana. Yo digo que en Colombia hay que salvar a los jóvenes, si es que queremos de verdad salir de la espiral de violencia en la que estamos metidos. En el caso de Montes de María esta tarea es urgente.

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