Trabajo final cultura
y sociedad C2AT-
Ustedes deben leer
los cinco textos que aparecen en este documento. Todos ellos nos hablan de la
problemática educativa. Sólo se permite grupos hasta de tres personas. Deben
escribir un documento de 1500 palabras como mínimo y en él deben expresar cinco
factores de las principales problemáticas de la educación en Colombia. En el
texto, y de manera obligatoria, deben aparecer referencias y citas de los
textos leídos. Bajo ninguna circunstancia se permitirá copia de textos de
internet. Cualquier copia anulará su trabajo.
Al oído de la
academia
María Elvira Bonilla
Un estudiante de
doctorado de la famosa Escuela Politécnico de Lausana en Suiza, donde estaba a
punto de obtener su título doctoral en ciencias exactas, desistió de hacerlo y
en su defecto le envió esta carta abierta a su universidad, que circula en las
redes sociales.
Se
trata de un cuestionamiento al rol de la academia y su propósito, que a veces
termina desvirtuado y enredado en la multiplicación de posgrados que terminan
por aceitar la máquina registradora, olvidado su fin último, el de enriquecer
el conocimiento. Aunque es una extensa carta la que escribe Gene Bunin, este es
el corazón de su preocupación:
“He
perdido fe en el mundo académico de hoy como algo que debería traerle un
beneficio positivo a la sociedad en la que vivimos. En cambio, estoy empezando
a pensar en él como una gran aspiradora de dinero que se lleva subvenciones y
escupe resultados nebulosos, impulsada por personas cuya principal preocupación
no es avanzar en el conocimiento con las positivas consecuencias que esto
acarrearía, sino agrandar su currículum con el fin de conservar posiciones o ascender
en el cerrado mundo universitario. (…)
Empiezo
por respetar la premisa de que el objetivo de la ciencia y la investigación
académica es la búsqueda de la verdad para mejorar la comprensión del universo
que nos rodea y utilizar ese entendimiento para impulsar transformaciones que
aseguren un futuro mejor para la humanidad. En ese orden de ideas, uno como
investigador tiene que ser brutalmente honesto, sobre todo con uno mismo y con
la calidad del trabajo que realiza.
Pero
no, lo que se te enseña va en contravía a estos supuestos con los que uno
ingresa a la vida académica. Se te enseña a “vender” tu trabajo, a preocuparte
de tu “imagen” y a ser estratégico en tu vocabulario y en la manera de
utilizarlo. Prevalece una buena presentación sobre el contenido y se estimula
perversamente a hacer contactos para asegurar un futuro laboral. El criterio
comercial se impone sobre el rigor que debería mandar en el trabajo del
doctorado.
Anualmente,
el rector nos manda un correo electrónico con el ránking en el que está ubicada
la Escuela. Yo siempre me pregunto: ¿Por qué habría de preocuparle esto a
científicos e investigadores? ¿Para qué? ¿Para elevar nuestros ya hinchados
egos? ¿No sería mejor un reporte anual del rector informando sobre la manera
positiva como el Politécnico está afectando el mundo o contribuyendo a resolver
problemas importantes? En cambio, se nos dan estos estúpidos números que
indican a qué universidades podemos mirar con desprecio y a cuáles aún debemos
rebasar.
No
tengo la solución a estas inquietudes. Abandoné mi doctorado. Simplemente es
una decisión personal, desesperada. Lo que sí quiero impulsar es un tipo de
conciencia y responsabilidad. Pienso que hay muchos de nosotros, ciertamente de
mi generación, a quienes nos gustaría ver a la academia como un sinónimo de
conocimiento, capaz de arrojar resultados concretos, transformadores. Los
académicos deben tener un compromiso con la sociedad, más allá de inflar sus ya
hinchados egos. Sé que a mi me gustaría, pero he renunciado a ello, así que
buscaré a la ciencia verdadera desde otro camino”.
Una reflexión que debería poner a
pensar a más de uno
"Colombia es
una cenicienta que quiere ir al baile de los países desarrollados"
Rodolfo Llinás, uno de los científicos más
importantes del país, critica un sistema educativo que no respeta a los niños y
no les enseña lo que necesitan.
SEMANA: Usted
lleva 52 años fuera de Colombia, pero nunca ha faltado a una cumbre como la que
se realizó esta semana para hablar de educación. ¿Por qué?
RODOLFO
LLINÁS: Es muy sencillo, es mi patria. La recuerdo con enorme cariño. La
patria es como la primera novia que uno tiene: totalmente inolvidable.
SEMANA: ¿Y
entonces por qué se fue?
R. LL: Porque
no había posibilidades en Colombia.
SEMANA:
¿Posibilidades para hacer qué?
R. LL: Para
la ciencia, que era lo que yo quería hacer.
SEMANA: ¿Y cree
que hoy, 52 años después, sí hay esas posibilidades?
R. LL: No.
Hay muy pocas. Mucha de la gente que va a especializarse y regresa tiene que
devolverse porque en Colombia no hay posibilidades. Otros acaban teniendo un
trabajo en el que no practican lo que estudiaron y muchos terminan de políticos
o haciendo otras cosas. ¿Imagínese uno de físico qué puede hacer aquí?
SEMANA: ¿Cómo lee
a un país que no valora la ciencia ni a sus científicos?
R. LL: Es un
país que está retrasado intelectualmente. Un país no valora la ciencia porque
nadie les ha enseñado a sus ciudadanos su valor. Y si los dirigentes no
lo entienden es porque no les interesa. A muchos lo único que les importa es
tener dinero, tener viejas, tener poder.
SEMANA: Usted
viene en un momento muy importante para este debate. Muchos dicen que la
educación en Colombia está en crisis. ¿Qué piensa?
R. LL: Yo
creo que no hay ninguna crisis. Una crisis ocurre cuando algo malo pasa. Pero
cuando es crónico ya no es crisis. Es simplemente el estado triste de Colombia.
Cuando hicimos la reunión de los sabios yo dije: “Colombia es una Cenicienta
que quisiera ir al baile de los países desarrollados”.
SEMANA: ¿Qué
quería decir con eso?
R.
LL: Cualquier otro grupo humano daría lo que fuera por tener la tierra
colombiana. ¿Se imagina? Con dos océanos, con agua dulce, con todo prácticamente…
La vida en Colombia es demasiado fácil. No hay invierno, la gente no se muere
de desnutrición. Hay una frase en inglés que describe eso “Such is life in the
tropics” (“Así es la vida en el Trópico”). Por eso yo siempre he dicho que
Colombia tiene mejor tierra que gente.
SEMANA: Esa es una
frase muy cruda.
R. LL: No lo
es. Colombia tiene una posición fantástica en el globo terráqueo. Pero la gente
que vive ahí, precisamente porque vive en un lugar fantástico, no tiene que
competir para vivir. Salen y se comen su plato de comida sin problema. Entonces
la gente cree que la vida es para gozar.
SEMANA: ¿Y si no
es para gozarla, para qué es?
R. LL: No es
para gozarla, es para pensar, que es una manera más sofisticada de gozar. Es
decir, a mí me parece sumamente interesante que la gente quiera, como me decía
un amigo, es “rumbear todo el tiempo”. ¡Qué cosa tan aburrida! No podemos
pasárnosla de cha, cha, cha hasta la muerte.
SEMANA: ¿Y usted
por qué cree que queremos solo vivir para rumbear?
R. LL: Porque
no hay educación.
SEMANA: Se cumplen
20 años de esa Misión de Sabios que reunió a los más importantes intelectuales,
incluido Gabriel García Márquez, del país a hablar de educación. ¿Qué balance
tiene de ese esfuerzo?
R.
LL: Hicimos gran cantidad de libros, yo escribí uno que se llama El Reto.
Llegamos a toda clase de conclusiones que nunca nadie leyó. Se habló de que se
invirtiera en ciencia y tecnología por lo menos el 1 por ciento del PIB y que
lo deseable era que fuera más. Hoy esa inversión no alcanza a ser ni el 1 por
ciento que deseábamos en esa época.
SEMANA: ¿Qué más
siente que falta por hacer?
R.
LL: Primero hay que reconocer la importancia de la educación. Colombia no
será nada hasta que no eduque su gente. El problema siempre ha sido que no se
optimiza a los individuos, no se les da la posibilidad de llegar a lo mejor que
pueden ser. Eso solo se logra con educación pues al fin y al cabo esta se trata
simplemente de optimizar las capacidades cerebrales. ¿Cómo hacemos para
optimizar? Hay que trabajar más porque la gente entienda, que la gente sepa
algo. El saber es simplemente poder poner en contexto lo que uno sabe.
SEMANA: Usted ha
dicho que la educación es tan necesaria como el agua…
R. LL: Sí. La
educación más que importante es esencial. Si no se le da al cerebro la
capacidad de optimizar seremos individuos de segunda clase que no alcanzamos
todo lo que podíamos ser. La ventaja de la educación es que si se hace bien
mejora la calidad del individuo, por eso digo que es como el agua o una buena
comida.
SEMANA: ¿Cree que
los niños y niñas colombianos tienen hoy un buen menú en ese sentido?
R. LL: El
problema con los niños es que no los quieren, no los respetan y no les ponen
atención. Los niños sí saben lo que quieren, pero esto es muy distinto a lo que
les dan en la escuela. Entonces hay rebeldía intelectual, no aprenden, se
jartan. Se requiere una postura diferente del sistema de educación que entienda
que los niños son seres pensantes y sumamente inteligentes. Hay que saber qué
es lo que les gusta, porque lo que les gusta es lo que saben hacer mejor.
SEMANA: Si tuviera
que hacer un diagnóstico de los problemas de la educación en Colombia, ¿cuáles
serían sus conclusiones?
R. LL: Para
mí el problema es de la metodología y de la estructura de los profesores. Los
profesores quieren tener una posición no de guía, sino de maestros en donde
solamente ellos mandan. Son ellos quienes les dicen a los niños qué tienen que
aprender y si pasan o no pasan. Así es imposible. No son instructores, sino
personas que quieren tener poder, poder de rajar y de expulsar de la
escuela.
SEMANA: ¿Y la
metodología?
R. LL: Es muy
sencillo. Tiene que ver con los cursos y las cosas que se enseñan: geografía
sin historia, matemáticas sin geografía. Se enseñan cosas por separado. ¿De
dónde sale la geometría si no hay un contexto histórico? Lo único que importa
es saberse las propiedades de los triángulos para obtener una nota.
SEMANA: ¿Cómo
debería ser entonces?
R. LL: ¿Para
qué sirven los triángulos? Por ejemplo, los mayas, los aztecas, los egipcios
hicieron pirámides. Si las miramos encontramos que están preciosamente
organizadas con respecto al universo. ¿Cómo hicieron para construir eso? Se
requieren tres cosas: las líneas rectas, una piola y un peso. Nada más.
Entonces para esas culturas la geometría era una herramienta para hacer
agricultura. Cuando uno entiende así, todo es muy diferente. La escuela enseña
la ubicación de los ríos, pero jamás explica la importancia del agua. Somos un
baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto. De ahí nuestra dificultad
para aplicar el conocimiento en la realidad.
Educación sin importancia
Jorge Orlando Melo
En
los exámenes de Pisa, que miden el nivel académico de los jóvenes del mundo al
terminar la escuela básica, Colombia quedó otra vez, en el 2012, en los últimos
lugares. En lectura, matemáticas y ciencias, nuestros estudiantes de 15 años
tienen el nivel de los niños de Shanghái de 9: es como si hubieran estudiado
seis años menos, como si hubieran perdido seis años yendo a escuelas inútiles.
De 1.000 niños colombianos, en matemáticas, apenas 3 llegan a los dos niveles
superiores, 750 están en los dos más bajos y los 250 restantes en los dos
intermedios. En Shanghái, más de 500 están en los dos grupos mejores.
Y
el resultado promedio colombiano, con puntajes que en el 2012 fueron algo más
bajos que en el 2009 –Colombia había mejorado lentamente hasta ese año y ahora,
por primera vez, desmejoró–, esconde grandes desigualdades: los niños de los
mejores colegios privados, los de las grandes ciudades, suben los resultados;
malísimos en los colegios públicos y en las ciudades pequeñas y medianas. Los
niños que van a los 100 colegios con mejores resultados de Colombia están casi
con seguridad por encima del nivel medio de los europeos. Son niños que han
crecido en casas con libros y estímulos intelectuales, ido a guarderías carísimas
y bien dotadas, estudiado en colegios con buenos maestros y buenas bibliotecas.
Irán a las mejores universidades, tendrán empleos bien pagos y serán más
creativos que los demás. En el otro extremo están los niños que han crecido en
el abandono, la pobreza o el maltrato, han ido a guarderías infantiles sin
recursos y estudiado en colegios públicos sin libros (aunque en el futuro, con
‘tabletas’, con las que jugarán más y aprenderán menos) y con maestros
desanimados y mal escogidos. Irán a universidades malas a conseguir un cartón
que les permita emplearse en la servidumbre tecnológica del futuro. La peor
desigualdad del país, la que garantiza que por décadas seguiremos siendo un
país muy desigual, es la educativa, que define desde los 3 o 4 años de edad el
futuro plano y aburrido que les tocará a casi todos los niños.
Nadie
sabe qué hacer, aunque todos digan que hay que mejorar la calidad. Algunos
lamentan que hacia 1957 o 1958 el país se hubiera embarcado en dar educación a
todos, en vez de concentrarse en mejorar la calidad de la educación de las
minorías. En efecto, el Gobierno decidió que la mayor parte de los recursos
iría a la educación primaria, en vez de gastarlos, como hasta entonces, en la
educación media y universitaria de una pequeña parte de la población. En
realidad, tuvo que transar: la plata se repartió entre una educación básica que
ya llega a todos, pero es mala, y una educación universitaria algo mejor y que
ha crecido mucho. Como en toda América Latina, orientar el gasto a la escuela básica
y dejar que la educación superior la pagaran sus beneficiarios era
políticamente imposible en un país en el que las clases medias, que llenan las
universidades públicas, son la base del electorado. Hoy las presiones para que
aumenten los presupuestos de las universidades son más fuertes que las que hay
para mejorar la educación básica, que requiere políticas de largo plazo,
costosas y bien diseñadas, y a la que no van los hijos de nadie que tenga algo
de poder.
Lo
más seguro es que nada cambie, y hay pocas propuestas concretas. Yo creo en
buenas bibliotecas y buenos maestros, y programas más exigentes (más
conocimientos y menos “competencias”, que nadie sabe qué son), pero seguramente
nos iremos por el camino ilusorio de la innovación tecnológica.
Afortunadamente,
los niños no parecen sufrir con esto: los colombianos, aunque no aprendan
mucho, son, en todo el mundo, los que pasan más contentos en la escuela.
El güinche y las
locomotoras
Jorge Orlando Melo
Sabemos que hay que invertir más en
ciencia y tecnología, pero no cómo cambiar una cultura que no valora el trabajo
industrial o manual
Con frecuencia
aparecen en revistas y periódicos enumeraciones entusiastas de los grandes
inventos colombianos, de nuestras contribuciones a la ciencia y la tecnología.
Casi siempre figuran la válvula de Hakim, los aportes de Reynolds al
marcapasos, la vacuna de Patarroyo o las técnicas de cirugía de córnea de
Barraquer y las bolsas de basura aromatizadas.
Unos pocos casos, algunos discutibles, que más bien mostrarían que en Colombia ha habido pocos inventos, a pesar de la inteligencia y creatividad que se atribuyen a los colombianos y a que hace medio siglo se creó Colciencias y se reformaron las universidades para que se convirtieran en instituciones basadas en la investigación y creadoras de ciencia y tecnología.
Es verdad que sabemos poco de la historia de desarrollo tecnológico en el país, de los descubrimientos científicos que resultan aplicables, o de los pequeños cambios que los trabajadores hacen en fincas, talleres o fábricas, y que mejoran una herramienta o una forma de hacer las cosas. Muchos inventos fueron mejoras de herramientas preexistentes. Tal vez el invento local de más impacto en la economía fue el 'güinche', un tipo de guadaña de doble filo que duplicaba la eficiencia en el corte de helechos, inventado por un anónimo herrero de Sonsón a finales del siglo XIX. Sin embargo, no he encontrado nada sobre su historia, no hay muestras en ningún museo, nada aparece en Internet. A su lado, podrían mencionarse las mejoras en las locomotoras sugeridas por P. C. Dewhurst a los fabricantes europeos a comienzos del siglo XX. Y, como lo muestra el fascinante libro de Alberto Mayor Inventos y patentes en Colombia, 1930-2000, la mayor parte de los inventos patentados tuvo que ver con técnicas y herramientas para la minería y el café.
Por supuesto, Mayor, aunque no incluye en su maravillosa y barroca lista la invención del hielo que nos contó García Márquez, sí registra el visionario descubrimiento de una bebida alcohólica de maíz y azúcar, patentado en 1932, o las mejoras en la fabricación de la chicha, o, en años más recientes, el salero para climas húmedos.
Entre tanto invento, sin embargo, no aparecen ni diez patentes concedidas a universidades colombianas, y esto apunta a un problema de fondo: en Colombia, como decía en 1879 el rector de la Nacional Manuel Ancízar, la escuela es enemiga del taller. La formación de los niños y de los jóvenes es teórica y abstracta, sin vínculo con ningún oficio práctico, ni en la primaria ni la secundaria, y todo el prestigio va a los profesionales que no se ensucian las manos. Aunque desde 1936 presidentes y ministros de Educación han dicho que lo importante es la educación técnica y tecnológica, poco ha cambiado, y los jóvenes que se gradúan en estas áreas ganan mucho menos y tienen mayores tasas de desempleo que los profesionales de ramas afines. En las universidades, la ciencia y la investigación avanzan, pero en la mayoría de los casos (y las excepciones tienen que ver con algunos productos agrícolas y unas pocas industrias) no tienen mucho que ver con lo que pasa en talleres o fábricas: casi nunca los grandes proyectos de investigación llevan a patentes o a usos industriales, y raras veces las industrias buscan en la universidad la solución de sus problemas.
Sabemos que hay que invertir más en ciencia y tecnología, pero no cómo cambiar una cultura que no valora el trabajo industrial o manual, cómo romper el muro entre la cultura académica y la cultura del trabajo, cómo hacer que los científicos piensen en el trabajo y los trabajadores tengan un espíritu científico. Y si no hay cambios en este sentido, más dinero a la investigación académica hará que se publiquen más artículos en revistas internacionales, pero no que cambien las técnicas en la finca, el taller o la casa.
Unos pocos casos, algunos discutibles, que más bien mostrarían que en Colombia ha habido pocos inventos, a pesar de la inteligencia y creatividad que se atribuyen a los colombianos y a que hace medio siglo se creó Colciencias y se reformaron las universidades para que se convirtieran en instituciones basadas en la investigación y creadoras de ciencia y tecnología.
Es verdad que sabemos poco de la historia de desarrollo tecnológico en el país, de los descubrimientos científicos que resultan aplicables, o de los pequeños cambios que los trabajadores hacen en fincas, talleres o fábricas, y que mejoran una herramienta o una forma de hacer las cosas. Muchos inventos fueron mejoras de herramientas preexistentes. Tal vez el invento local de más impacto en la economía fue el 'güinche', un tipo de guadaña de doble filo que duplicaba la eficiencia en el corte de helechos, inventado por un anónimo herrero de Sonsón a finales del siglo XIX. Sin embargo, no he encontrado nada sobre su historia, no hay muestras en ningún museo, nada aparece en Internet. A su lado, podrían mencionarse las mejoras en las locomotoras sugeridas por P. C. Dewhurst a los fabricantes europeos a comienzos del siglo XX. Y, como lo muestra el fascinante libro de Alberto Mayor Inventos y patentes en Colombia, 1930-2000, la mayor parte de los inventos patentados tuvo que ver con técnicas y herramientas para la minería y el café.
Por supuesto, Mayor, aunque no incluye en su maravillosa y barroca lista la invención del hielo que nos contó García Márquez, sí registra el visionario descubrimiento de una bebida alcohólica de maíz y azúcar, patentado en 1932, o las mejoras en la fabricación de la chicha, o, en años más recientes, el salero para climas húmedos.
Entre tanto invento, sin embargo, no aparecen ni diez patentes concedidas a universidades colombianas, y esto apunta a un problema de fondo: en Colombia, como decía en 1879 el rector de la Nacional Manuel Ancízar, la escuela es enemiga del taller. La formación de los niños y de los jóvenes es teórica y abstracta, sin vínculo con ningún oficio práctico, ni en la primaria ni la secundaria, y todo el prestigio va a los profesionales que no se ensucian las manos. Aunque desde 1936 presidentes y ministros de Educación han dicho que lo importante es la educación técnica y tecnológica, poco ha cambiado, y los jóvenes que se gradúan en estas áreas ganan mucho menos y tienen mayores tasas de desempleo que los profesionales de ramas afines. En las universidades, la ciencia y la investigación avanzan, pero en la mayoría de los casos (y las excepciones tienen que ver con algunos productos agrícolas y unas pocas industrias) no tienen mucho que ver con lo que pasa en talleres o fábricas: casi nunca los grandes proyectos de investigación llevan a patentes o a usos industriales, y raras veces las industrias buscan en la universidad la solución de sus problemas.
Sabemos que hay que invertir más en ciencia y tecnología, pero no cómo cambiar una cultura que no valora el trabajo industrial o manual, cómo romper el muro entre la cultura académica y la cultura del trabajo, cómo hacer que los científicos piensen en el trabajo y los trabajadores tengan un espíritu científico. Y si no hay cambios en este sentido, más dinero a la investigación académica hará que se publiquen más artículos en revistas internacionales, pero no que cambien las técnicas en la finca, el taller o la casa.
El pelo de los osos
Un interesante
artículo publicado hace algún tiempo en este diario nos cuenta que en el pelo
exterior de los osos perezosos de tres dedos los científicos descubrieron
diversas clases de hongos, cuyos extractos sirven, entre otras cosas, para
enfrentar el parásito que causa la malaria y para combatir el cáncer de mama y
el T. cruzi, elemento responsable de la enfermedad de Chagas.
Por: Piedad Bonnett
– El Espectador- Febrero 15 de 2014
7
Solemos hablar de “los científicos” o “los investigadores” como quien se
refiere a una entelequia, que sólo toma rostro de manera esporádica cuando
aparecen los nombres de los premios Nobel, por ejemplo. Y poco nos preocupamos
por saber cómo nacen sus descubrimientos. A veces se dice que como obra del
azar o de la casualidad. Pero en estos casos la explicación es incompleta: si
ese azar no es registrado oportunamente y en todo su significado, pues el
sentido de lo descubierto sencillamente se les escaparía. En el caso del pelaje
de los perezosos, la noticia es tan curiosa que nos lleva a preguntarnos: ¿y a
quién se le ocurrió espulgar al oso?
Pues a la doctora
Sarah Higginbotham, microbióloga del Instituto Smithsonian de Investigaciones
Tropicales de Panamá y directora del proyecto, quien explicó que cuando supo
que las algas verdes viven en el pelaje de los perezosos y que éste “absorbe el
agua como una esponja”, se preguntó qué más habría ahí y comenzó a investigar.
La sencilla confesión de la doctora Higginbotham nos da la clave: para que el
conocimiento avance se necesitan curiosidad e imaginación. Las mismas que
llevaron a Marie Curie a ir más lejos de donde había llegado ya y descubrir el
polonio y el radio, o a Fleming a fijarse en el moho que apareció en una
escudilla y mató una muestra de bacterias, o a Mendel a descubrir las leyes de
la genética en una planta de guisantes, en medio de incredulidad y mofas
generalizadas.
Formar seres
curiosos e imaginativos es lo que pretende la educación: niños y adolescentes
que luego sean adultos con ganas de leer, con mente crítica, capaces de poner
en duda las verdades reveladas, recursivos e indagadores. Todo lo contrario de
los estudiantes colombianos, esos evaluados como mediocres en las pruebas Pisa,
que además consideran, en su gran mayoría, que copiar —de un libro, de
Wikipedia, de cualquier parte— no es grave, porque lo más importante es mejorar
la nota o salvar un promedio.
Sus respuestas
señalan, entre otras cosas, un sistema docente perezoso, que sigue pegado a la
nota como única medida del logro y que en buena proporción no se actualiza ni
está en capacidad de promover caminos de búsqueda individuales; y una sociedad
que valora el fin independientemente de los medios, que celebra la actitud del
pícaro y justifica la trampa, y que desdeña el proceso porque todo lo mide con
el rasero del éxito económico y social. Una sociedad a la que, estoy segura, le
parece estúpido preguntarse qué puede crecer entre el pelo del oso de tres
dedos.
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