sábado, 19 de marzo de 2011

Evolución de las sociedades humanas

EVOLUCIÓN DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
Alfredo Ramos


Tomado de: Macionis y Plumer, Sociología. Editorial Prentice Hall

Sociedades de cazadores y recolectores
Son sociedades que disponen de tecnologías simples que les sirven para cazar animales y recolectar alimentos. Desde el origen de la especie humana hasta hace unos doce mil años, todas las sociedades eran sociedades de cazadores y recolectores. hace pocos siglos este tipo de sociedad era todavía relativamente frecuente en algunos territorios, pero hoy en día quedan pocas sociedades de este tipo: Los aka y los pigmeos de África central, los bosquimanos de África suroccidental, los aborígenes australianos, los indios kaska del Canadá noroccidental, y los batek y semai de Malasia.
Sin tecnologías que les sirvan para producir alimentos, los miembros de estas sociedades están continuamente buscando comida en su entorno natural. Se dividen en pequeñas bandas nómadas y se desplazan siguiendo la ruta de animales migratorios o cuando han agotado los recursos naturales de la zona.
Están organizadas por vínculos de parentesco. La familia obtiene y distribuye los alimentos, protege a sus miembros más débiles y enseña a los niños las habilidades básicas de la supervivencia. Los más jóvenes y los más viejos contribuyen en lo poco que pueden. Los adultos sanos tienen la responsabilidad de obtener los alimentos. De la recolección de frutos y alimentos vegetales se suelen encargar las mujeres, y los hombres suelen especializarse en la caza. A pesar de esta división del trabajo y de responsabilidades, hombres y mujeres tienen una posición social semejante.
No existe un poder político formal. En la mayoría de ellas existe la figura del chaman, un líder espiritual que puede tener cierto prestigio en el grupo. El chaman no recibe ningún tipo de beneficio o compensación material por serlo, y tiene que colaborar en la búsqueda de alimentos como cualquier otro miembro de la comunidad. También, aquellos que parecen más hábiles en la caza o en la búsqueda de alimentos pueden tener más prestigio social, pero en realidad la organización de este tipo de sociedades es relativamente simple e igualitaria.
Estas sociedades no suelen ser sociedades guerreras, las lanzas, las flechas o los cuchillos de piedra se usan para la caza, pero no para la guerra. Muchos mueren en los primeros años de vida y, quizá, la mitad no llegue a superar los veinte años de edad.
A lo largo del siglo XX, muchas de estas sociedades se han visto fuertemente amenazadas por otras sociedades tecnológicamente más complejas, que las han arrinconado en espacios cada vez más reducidos y dañado seriamente sus entornos naturales.

Primeras sociedades agrícolas y ganaderas
Hace diez o doce mil años nuevas tecnologías transformaron muchas antiguas sociedades de cazadores y recolectores. Se desarrolló, en primer lugar, una tecnología agrícola rudimentaria, que permitía la producción de alimentos en pequeña escala. Las herramientas más características en este período son la azada, para remover la tierra, y todo tipo de utensilios utilizados para cavar y plantar las semillas. Parece ser que se empezó a utilizar estas herramientas en las tierras fértiles de Oriente Medio. Por un proceso de difusión cultural, estas nuevas técnicas agrícolas ya se habían extendido en la mayor parte del mundo hace unos seis mil años.
También hubo otras sociedades, en particular las que habitaban regiones más áridas o montañosas, que no encontraron grandes beneficios en las nuevas técnicas agrícolas. Estos grupos, sin embargo, desarrollaron otra tecnología, la del pastoreo, y que consiste en la domesticación de animales. También hubo sociedades que combinaron las dos tecnologías. Hoy, en día, hay sociedades de este tipo en América del Sur, África y Asia.
La domesticación de animales y el cultivo de pequeños terrenos aumentó rápidamente la producción de alimentos. Esto permitió que las sociedades pudieran aumentar de tamaño, al ser posible alimentar no a docenas, sino a centenares de personas. Las sociedades especializadas en el pastoreo siguieron siendo nómadas, pues tenían que mudarse constantemente en busca de pastos frescos para el ganado. Las agrícolas comenzaron a crear asentamientos más o menos permanentes, que se abandonaban cuando los campos dejaban de rendir lo suficiente.
La posibilidad de producir alimentos implicó la creación de un excedente material, esto es, se obtenían más recursos de los necesarios para la supervivencia diaria. Estos excedentes permitieron que algunas personas pudieran dedicarse a otras actividades de la producción de alimentos, como la fabricación de herramientas, el comercio, la interpretación de señales divinas, etc.
Las creencias religiosas también sufrieron ciertos cambios. Mientras que los miembros de las sociedades de cazadores y recolectores solían pensar que el mundo estaba habitado por espíritus, los de las sociedades agrícolas practicaban el culto a los antepasados y solían pensar en la figura de Dios como el creador. Las sociedades de pastores dieron un paso más y pensaban que Dios intervenía directamente en el destino de la comunidad. La metáfora de Dios como el “pastor” de la comunidad (que era su rebaño) la comparten el cristianismo, el judaísmo y el Islam, tres religiones que nacieron en Oriente Medio y a partir de las creencias religiosas de las sociedades de pastores.
Un mayor nivel de especialización y de complejidad en la organización social también produce un mayor nivel de desigualdad social. Siempre había familias o clanes que podían producir más que otros, con lo que obtenían más prestigio social y poder o influencia sobre el resto de la comunidad. Las alianzas con familias o clanes de igual prestigio o posición social servían para reforzar la preeminencia social de esas familias y garantizar su transmisión a sus herederos. Con ello emergieron los sistemas formales de desigualdad social. Y así también sistemas políticos de dominación (gobiernos rudimentarios) que, respaldados por una fuerza militar, tenían como finalidad proteger la posición social y económica de las familias o clanes más favorecidos. En un principio eran gobiernos que sólo podían tener autoridad sobre un territorio pequeño y un número bastante limitado de personas. Hubo avances tecnológicos, ciertamente, pero esos avances también dieron paso a instituciones como la esclavitud o a situaciones de guerra permanente.

Sociedades agrarias
Hace alrededor de unos cinco mil años se produjo en Oriente Medio una nueva revolución tecnológica que transformó la historia de la humanidad. Se trata nada y nada menos que el descubrimiento de la agricultura a gran escala, facilitada por la invención del arado y el empleo de animales de tiro. La importancia de este avance tecnológico, junto con la invención de la rueda, de los sistemas de irrigación, la escritura, la numeración y el uso cada vez más extensivo de los metales marcan claramente un período de la historia de la sociedad.
El uso del arado permitió el cultivo de extensiones de tierra mucho más grandes que lo que permitía la azada u otras herramientas semejantes. Con el arado, además, se podía remover y airear la tierra mucho mejor que con la azada, con lo que, además de aumentar el rendimiento del suelo, se consiguió prolongar la fertilidad del suelo. Esta tecnología permitió a las sociedades agrarias cultivar las mismas tierras durante varios decenios, y así crear asentamientos permanentes. Los excedentes alimentarios, y la posibilidad de transportarlos en carros tirados por animales, supuso la creación de sociedades de grandes dimensiones, en términos de población y territorio. Y también, de grandes imperios. Se ha calculado que, en su período de esplendor, vivían en el Imperio Romano unos setenta millones de personas, en una extensión de cinco millones de kilómetros cuadrados.
Como ya había sucedido en la etapa anterior, un mayor excedente de recursos produjo un mayor grado de complejidad social. Algunas tareas que antes acaso todo el mundo realizaba (como abrir campos o conservar o custodiar alimentos) se convirtieron en ocupaciones especializadas. La especialización hizo obsoleto el viejo sistema de trueque, y así no tardo en aparecer el dinero. A su vez, la invención del dinero facilitó el comercio y consecuentemente, el desarrollo de las ciudades, que eran el centro de las transacciones comerciales.
Las sociedades agrarias eran también sociedades profundamente desiguales. En el extremo inferior estaban los esclavos y los campesinos, la fuerza de trabajo de las élites. Libres de trabajo manual, las élites de estas sociedades podían dedicarse a la filosofía y las artes; y, por supuesto, al gobierno de la sociedad.
Si bien en las sociedades de cazadores y recolectores y, hasta cierto, en las agrícolas las mujeres tenían un papel fundamental en la provisión de alimentos, con la invención del arado las mujeres fueron relegadas a tareas subsidiarias o secundarias.
La religión reforzó el poder de las élites. Las creencias religiosas reforzaron la idea de que las personas estaban obligadas moralmente a ejercer aquellos trabajos que les correspondieran según su posición en la jerarquía social. Muchas de las maravillas del mundo antiguo, como la muralla china o las grandes pirámides de Egipto, fueron posibles porque emperadores y faraones ejercían un poder absoluto sobre grandes contingentes de personas, obligadas a trabajar en las peores condiciones y sin esperanza de mejora.
Para mantener el control de los imperios se hizo necesario formar y reclutar toda suerte de burócratas y servidores, encargados de administrar y controlar los dominios. De esta forma, junto con unas economías florecientes, emergieron los aparatos políticos y administrativos como esfera aparte o separada de la vida social.

Sociedades industriales
Una nueva transformación tuvo lugar con el desarrollo de la tecnología industrial, basada en el empleo de maquinaria especializada por medio de fuentes avanzadas de energía. Hasta la época industrial, la principal fuente de energía había sido la energía muscular del hombre y los animales de carga. Al inicio de la Revolución Industrial, que podemos datar a mediados del siglo XVIII, se empezó a generalizar el uso de la energía hidráulica en talleres y fábricas. Más adelante se empezó a emplear el vapor, lo que permitió el empleo de maquinaria más grande, pesada y eficiente.
La invención de estas tecnologías disparó un proceso de cambio social inimaginable hasta entonces. En el trascurso de cien años, las sociedades que incorporaron estas tecnologías cambiaron mucho más de lo que habían cambiado en miles de años en el pasado. En el siglo XIX, los ferrocarriles y los barcos de vapor revolucionaron los transportes. Al poco tiempo, en algunas ciudades se empezaron a construir rascacielos que, haciendo pequeñas las viejas catedrales, simbolizaban muy bien la llegada de una nueva era.
En los inicios del siglo XIX, el motor de combustión transformó aún más las sociedades, y la electricidad cambiaría drásticamente la vida cotidiana de las personas. El teléfono, la radio y la televisión explican la emergencia de lo que se llama la “cultura de masas”. Estos medios de comunicación fueron recortando gradualmente la importancia de las distancias geográficas, haciendo el mundo cada vez más pequeño. Los avances en la aeronáutica permitieron viajar a una velocidad mayor que el sonido, e incluso traspasar los límites de la tierra. La energía nuclear también ha cambiado el mundo en forma irreversible. Y el uso cada vez más extensivo de ordenadores, que han multiplicado de forma inimaginable la capacidad de procesar información, ha originado a su vez una revolución informática.
También el trabajo se ha transformado radicalmente. Si en las sociedades agrarias la mayoría de las personas trabajaban en el campo o en sus casas, en la sociedad industrial la mayoría de las personas comenzó a trabajar por cuenta ajena y en fábricas, instaladas en las proximidades de las fuentes de energía. Con ello perdieron importancia los vínculos de parentesco, los valores tradicionales, las creencias y las costumbres propias del mundo rural.
La industrialización creó sociedades enormemente prósperas. Si bien al principio las condiciones sanitarias en las ciudades y núcleos industriales de Europa y Norteamérica eran bastante malas, las nuevas tecnologías y conocimientos médicos y la mejora del nivel de vida de la población provocaron un descenso notable en la incidencia de enfermedades infecciosas. Aumento así la esperanza de vida y, con ello, el tamaño de la población. La industrialización produjo también fuertes movimientos migratorios del campo a la ciudad, donde se concentraban las fábricas. Así, mientras que en las sociedades agrarias sólo una de cada diez personas vivía en la ciudad, en las sociedades industriales tres de cada cuatro personas viven en centros urbanos.
El nivel de especialización ocupacional, que como hemos visto ha ido aumentando gradualmente en el transcurso del tiempo, ha alcanzado su máximo nivel en la sociedad industrial. En las sociedades industriales, el prestigio de una persona depende de su ocupación o profesión, y no de su pertenencia a un clan, una familia o una red clientelística, como ocurría en las sociedades agrarias. La movilidad geográfica y laboral genera a su vez una mayor conciencia de individualidad y, con ello, una mayor diversidad cultural.
La industrialización ha transformado también la institución familiar. El papel de la familia como agente de socialización (esto es, como lugar donde se trasmiten conocimientos, valores y creencias de generación a generación) se ha visto bastante erosionado. También, las familias han dejado de ser unidades de producción para ser unidades de consumo. Además el cambio tecnológico está produciendo la aparición de nuevos modelos de familia monoparentales, las uniones de homosexuales, etc.
En los inicios de la industrialización sólo un reducido número de personas pudo rentabilizar y beneficiarse de los avances tecnológicos, viviendo la mayoría de la población en condiciones de pobreza. Con el tiempo, sin embargo, toda la población pudo beneficiarse del aumento de los recursos que produjo la Revolución Industrial. Ciertamente, la pobreza sigue siendo un problema importante en las sociedades industriales, pese al mejoramiento del nivel de vida de muchas personas.
Mientras que en las sociedades agrarias la mayoría de la población es analfabeta, las sociedades industriales dedican una parte importante de sus recursos a la educación de sus miembros, que tienen, además, una serie de derechos políticos, que antes no poseían.

Sociedades posindustriales
Muchas sociedades industriales están entrando en una nueva fase de desarrollo tecnológico. Nuevas tecnologías están orientando la economía a la producción y transmisión de información y conocimientos y, así, transformando de nuevo las sociedades. Si las sociedades industriales se caracterizaban por sus fábricas y maquinarias, que sirven para la producción de bienes a gran escala, las sociedades posindustriales son sociedades caracterizadas por el uso extensivo de las tecnologías que sirven para procesar, almacenar, transmitir información y conocimientos.
En estas sociedades ha disminuido el número de trabajadores que requerían dominar habilidades Mecánicas y aumenta el número de personas que procesan información (Trabajadores de oficina, ejecutivos, científicos, profesores, relaciones públicas, etc.).

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