sábado, 19 de marzo de 2011

Las transformaciones sociales

EL SURGIMIENTO DE LA SOCIEDAD DE CLASES
Alfredo Ramos

Hasta el siglo XVIII, la sociedad estaba dividida en estamentos, grupos prácticamente cerrados a los que se accedía por nacimiento. A cada uno le correspondía desempeñar un papel distinto en la sociedad: la defensa militar correspondía a la aristocracia, la función espiritual, que incluía la cultura y la enseñanza, era desempeñada por el clero, y la función de proporcionar la manutención, derivada del trabajo, era atribuida al denominado tercer estado.
Esta división tripartita tenía carácter legal y en los parlamentos (también, llamados Cortes o Estados generales), a cada estamento le correspondía un voto.
Sin embargo, la auténtica división social era dual: privilegiados y no privilegiados, existían, además, leyes diferentes para cada grupo. Así, por ejemplo, los estamentos privilegiados, aristocracia y clero, no pagaban impuestos y además podían cobrarlos en beneficio propio; no podían ser sometidos a tormento -práctica habitual en la época para obtener confesiones- ni ajusticiados mediante horca o garrote, penas que eran consideradas infamantes. En caso de ejecución, debían ser decapitados.
Las sucesivas oleadas revolucionarias y los cambios económicos provocarán intensas transformaciones. Las leyes particulares para cada estamento desaparecerán y, con ellas, los estamentos, pues todos los individuos serán considerados iguales ante la ley. Incluso ante la muerte: la Revolución francesa difundió el sistema de decapitación mediante la guillotina, que igualaba en el cadalso a reyes y miserables, a aristócratas y plebeyos. Sin embargo, las diferencias de riqueza se hicieron cada vez más acusadas. La sociedad quedó dividida en clases, y mientras los grupos superiores se enriquecían considerablemente y llevaban una vida de lujo, la mayoría de la población vivía en condiciones deplorables, al límite de la subsistencia. Entre ambos, un grupo, la clase media, atendía negocios familiares en las ciudades o explotaciones propias en los campos. Así, la nueva sociedad quedaba dividida en tres grandes grupos: clases superiores, medias y bajas.

Clases superiores. Estaban formadas por dos grupos de distinto origen: la aristocracia y la alta burguesía. La nobleza, aun perdiendo privilegios y derechos señoriales, se había visto beneficiada por la consolidación y ampliación de sus propiedades tras las desamortizaciones y cercamientos.
El término burguesía aludía en esta época a los grupos dedicados a los negocios (finanzas, comercio o industria), de los que eran propietarios total o parcialmente. Á la alta burguesía pertenecían los grandes banqueros, los constructores del ferrocarril, los empresarios del sector textil, la minería o la siderurgia, los propietarios de compañías navales y de astilleros, los especuladores enriquecidos con la construcción inmobiliaria, etc. Entre aristócratas y burgueses enriquecidos se fue produciendo un acercamiento, cada vez mayor, intensificado por los lazos familiares por vía matrimonial y la identificación económica e ideológica: eran partidarios de la defensa de la propiedad, el orden social, una, moral conservadora de fundamento católico e, incluso, llegaron a tener gustos y costumbres afines.
Aristocracia y alta burguesía eran los únicos grupos que ejercían sus derechos de participación política, si exceptuamos los cuadros militares superiores y las profesiones liberales (catedráticos, médicos, abogados). Todos ellos componían el bloque con el que se formaban los gobiernos y los restringidos parlamentos del liberalismo moderado.
Clases medias. En ellas se incluyen los grupos de la llamada pequeña burguesía, formada por tenderos y comerciantes, de telas y ultramarinos principalmente. Estos últimos sustituyeron al comercio artesanal de los talleres y la venta ambulante. En las décadas finales de siglo aparecieron, en algunas grandes ciudades como Paris, los primeros grandes almacenes, que pondrían en peligro la continuidad de los pequeños tenderos. También se incluían en este grupo los propietarios de negocios de tipo familiar, con un reducido número de trabajadores, dedicados sobre todo a objetos de consumo, como pequeñas empresas textiles, de calzado, confección, mueble o alimentarías (harinas, aceite, corcho ... ).
Por su nivel de renta, también deberían incluirse aquí las profesiones liberales y los cargos militares de alto rango, salvo por la peculiaridad ya señalada: gozan de derechos políticos en un sistema de sufragio restringido. En las zonas rurales, corresponderían también a las clases medias los trabajadores que labraban sus propias tierras y que, ocasionalmente, emplean trabajadores agrícolas. A menudo se trata de herederos que se hacen cargo de las tierras familiares mientras que el resto de los hermanos busca trabajo en las ciudades.
Clases bajas. Los trabajadores constituían la mayor parte de la población, como había sucedido siempre. La novedad fue, sin embargo, la aparición del proletariado, constituido por los emigrantes rurales convertidos en obreros de las fábricas, las minas o la construcción, y cuyo único sustento proviene de su fuerza de trabajo, alquilada a cambio de un salario. La única seguridad para su futuro es su prole, es decir, el número de hijos que tengan, muchos de los cuales trabajan desde cortas edades. Ante la precaria situación laboral, un accidente, un despido, el cierre de la fábrica o la vejez, pueden significar la ruina de las familias
El antiguo sistema de organización del trabajo artesanal se basaba en los gremios, asociaciones obligatorias para los artesanos de un mismo oficio existentes en cada ciudad. Los maestros, dueños de los talleres, fijaban la duración de la jornada, los salarios, las condiciones de aprendizaje... En los talleres gremiales convivía el maestro con sus aprendices y oficiales (asalariados). La producción se hacía por encargo y el artesano elaboraba íntegramente el objeto manufacturado. La supresión de toda reglamentación laboral, impuesta por el liberalismo mediante la supresión de los gremios, y el establecimiento de la libre contratación (libre empresa), así como la prohibición de formar asociaciones obreras -Ley Chapelier (1791) en Francia, Combination Acts (1799-1800) en Gran Bretaña- abocaron al empeoramiento y degradación de las condiciones laborales: extensas jornadas (de 14 o más horas), subempleo femenino e infantil, descenso de salarios, despido libre... En la fábrica, como un engranaje más de una enorme máquina, el obrero realiza siempre la misma parte del proceso de producción. La rentabilidad es mucho mayor, como observa el economista escocés Adam Smith, pero no se tienen en cuenta las consecuencias sociales.


La manera como se practica hoy la fabricación de alfileres, no sólo la fabricación misma constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos ( ... ) Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos Iguales, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza ( .. ) En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas ( ...) (en una fábrica con diez obreros) podían hacer cada día, en conjunto, más de 48. 000 alfileres, cuya cantidad, dividida entre diez, correspondía a 4.800 por persona. En cambio, si cada uno hubiera trabajado separada e independientemente, y ninguno hubiera sido adiestrado en esta clase de tarea, es seguro que no habría podido hacer veinte, o tal vez, ni un solo alfiler al día ( ... ) Este aumento considerable en la cantidad de productos que un mismo número de personas puede confeccionar, como consecuencia de la división del trabajo, procede de tres circunstancias distintas; primera, de la mayor destreza de cada obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que comúnmente se pierde en pasar de una ocupación a otra, y por último, de la invención de un gran número de máquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor de muchos ( … ). (A. Smith: La riqueza de las naciones (1776). Citado en: Artola, M.: Textos fundamentales para la historia. Madrid, Alianza, págs. 520-521.)

La misma degradación se produjo en sus condiciones de vida. Desarraigados, repartían su tiempo entre las agotadoras jornadas en la fábrica, el desempleo y la taberna. Sobrevivían en casas sombrías y húmedas, sin agua ni retrete, compartiendo cocina, cohabitando con algunos animales domésticos comunes entre la gente necesitada ante la inseguridad que suponía el paro forzoso, los despidos o los accidentes laborales. Las habitaciones en las que se hacinaban familias enteras, mal ventiladas, eran parte de casas que daban a calles sin pavimentar, encharcadas, con un ambiente irrespirable consecuencia del humo de las fábricas y de la descomposición de basuras y excrementos.
Importancia creciente adquiere la masa de sirvientes domésticos, (grupo en el que era mayoritaria la población femenina). En el campo, los jornaleros, auténticos obreros agrícolas, que eran especialmente numerosos en la Europa mediterránea, estaban sometidos frecuentemente al paro estacional junto a ellos, los pequeños propietarios que, incapaces de subsistir con sus parcelas, se emplean también como jornaleros.

LA LUCHA POR LA IGUALDAD
El siglo XIX fue pródigo en la luchas por el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores. En Europa alimentados por las ideologías socialistas y anarquistas, y por la organización sindical, los trabajadores lograron: reducir la jornada laboral, mejorar las condiciones higiénicas y de seguridad en las empresas, aumentos salariales, pagos del servicio de salud, seguridad social, sistemas pensionales, etc.
Lo anterior no significa que las sociedades occidentales hayan logrado un sistema igualitario, todas siguen siendo sociedades desiguales. Los ricos controlan gran parte de la riqueza, tienen los mejores colegios y universidades, utilizan mejores médicos y consumen la mayor parte de bienes y servicios. La pobreza se mantiene y es mayor en los países cuyo nivel de desarrollo es menor. Por ejemplo, en América Latina si bien la clase media ha crecido con el desarrollo del capitalismo, sobre todo del sector servicios, los pobres tienen niveles de vida que rayan con la indigencia. En Colombia, por ejemplo, de los 44 millones de colombianos, 25 millones viven en la pobreza y 11 de esos 25, viven en la indigencia. En África la situación es más calamitosa. En Europa se ha logrado que la población goce de los beneficios básicos de la sociedad contemporánea.
Logros jurídicos
1. En las sociedades occidentales se defiende la igualdad ante la ley, aunque no necesariamente siempre es así.
2. Las sociedades occidentales valoran la autonomía y el esfuerzo personal. Esto no necesariamente se cumple a cabalidad, pues muchas veces el talento, el trabajo y las capacidades se ven superadas por el nacimiento y la posición social.
3. Las sociedades actuales se dividen en sociedades de la abundancia como Europa Occidental, Norteamérica y Japón, sociedades en vía de desarrollo, con graves problemas sociales, como América Latina, y sociedades paupérrimas como muchas africanas: Tanzania, Togo, Chad, Mauritania, Malí, etc.
4. Normalmente las personas viven cerca de las personas que son de su misma clase social.

Medidas de clase social
1. El prestigio: es la consideración social que tienen algunas profesiones u oficios.
2. La renta: Incluye los ingresos salariales más los beneficios que se derivan de las inversiones.
3. El patrimonio: Es el valor total de los bienes muebles e inmuebles, deduciendo las deudas pendientes.

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