El mediocre crecimiento de Colombia
El crecimiento en
2013, 4,3%, fue exactamente igual al promedio de todo el siglo XX, insuficiente
para alcanzar el pleno empleo de la fuerza de trabajo.
Por: Salomón
Kalmanovitz
Las mejoras en los índices de desempleo, informalidad o pobreza, tan
pregonados en la campaña reeleccionista, no cambian mucho el panorama abrumador
de una población que mayoritariamente mal vive en la precariedad.
A pesar de una bonanza
de precios de materias primas que se prolongó por más de una década, sólo en
2006, 2007 y 2011 crecimos por encima del 6,5%, jalonado por la minería. La
industria lleva dos años seguidos contrayéndose y el crecimiento reciente fue
liderado por la construcción de vivienda de interés social y de las obras
civiles, en sectores típicamente no transables que presionan más a la
revaluación del peso. Me explico: una forma de medir la tasa de cambio es un
índice entre los bienes transables (importaciones y bienes que compiten con
ellas) y los no transables. Así, un aumento de los costos internos por la
expansión de sectores no transables lleva a una pérdida de competitividad de
las exportaciones y de la producción nacional. El anunciado cierre de Mazda es
una muestra elocuente de la situación macroeconómica del país.
El gasto público para
reelegir a ciertos políticos en Sahagún, por ejemplo, es no sólo ineficiente,
sino que viola principios elementales de justicia tributaria. Los
contribuyentes nacionales no tenemos por qué financiar la pavimentación de
calles ni la construcción de andenes del municipio aludido, pues esa es
responsabilidad de las administraciones locales y de la tributación de los
ciudadanos que se benefician con las obras. En este sentido, el gasto público
nacional no produce un átomo de desarrollo económico.
Otros países
latinoamericanos, como Perú y Chile, aprovecharon mejor la bonanza de materias
primas, lo cual tuvo que ver con la calidad de sus políticas públicas. Colombia
mantuvo déficits fiscales durante todo el período que se expresaron también en
faltantes crónicos en su balanza de cuenta corriente. El país estaba
consumiendo e invirtiendo por encima de sus capacidades, lo cual se cubrió con
endeudamiento público y con inversión extranjera, ambos fuente de divisas que
contribuyeron a la revaluación del peso. En los países aludidos hubo, por el
contrario, ahorro público y eliminación de la deuda externa, permitiendo que
sus sectores transables pudieran no sólo crecer, sino también exportar.
La bonanza en Colombia
fue aprovechada para que el gobierno les permitiera a los ricos tributar menos.
Si sustraemos los ingresos fiscales que provee Ecopetrol, el recaudo tributario
del gobierno central es menos de 13% del PIB, dato escandaloso muy inferior al
recaudo chileno, por ejemplo, que es del doble. En su visita reciente el FMI
criticó el hecho del reducido recaudo tributario frente a las necesidades del
gobierno y de la sociedad.
La deuda externa del gobierno ha seguido creciendo a
pasos agigantados.
De la minería a dónde?
DESPUÉS DE UNA DÉCADA DE DISFRUtar un premio seco de la lotería de las
materias primas, nos vemos abocados a una pérdida considerable de riqueza.
Por: Salomón Kalmanovitz
En los noventa también
tuvimos una bonanza con el hallazgo de los pozos petroleros de Arauca y
Casanare. En ambos casos, nos cayó la enfermedad holandesa: cayeron las
exportaciones distintas a las mineroenergéticas, mientras que la industria y la
agricultura fueron acorraladas por importaciones baratas.
La actividad minera nos
proveyó una renta que no ahorramos y que invertimos mal. Noruega, Chile y
Perú salieron mejor librados que nosotros por la caída de los precios de las
materias primas pues ahorraron en fondos externos y sus gobiernos obtuvieron
excedentes que se pueden gastar ahora. Antes de eso, Canadá y Australia se
dotaron de un sistema de educación de alta calidad con las rentas de sus
exportaciones mineras. Acá aumentamos la cobertura más no la calidad educativa.
Ahí están las dobles
calzaditas de Uribe sin terminar, el túnel de La Línea, inaugurado varias
veces, o el acueducto de Yopal, reconstruido en tres ocasiones y cuyo exiguo
líquido contiene bacterias. Se construyeron algunas buenas carreteras en los
llanos y en otras regiones, con grandes sobrecostos. La más necesaria de todas,
que debía comunicar el puerto de Buenaventura con el resto del país, está lejos
de terminarse. La ciudad portuaria está llevada por la criminalidad del
narcotráfico que acosa a una población sin futuro. Todas las autopistas del
país se estrellan con calles estrechas o la ausencia de vías perimetrales al
llegar a las ciudades.
Tenemos un problema de
economía política sin resolver y las bonanzas sólo lo exacerbaron, aunque nos
aseguran que nos hemos tornado en un país de clase media y que seremos
cada vez más prósperos. La riqueza se crea mediante el trabajo cada vez más
productivo y eso aplica menos a las materias primas, aunque nuestra bonanza
reciente resultó de la aplicación de nuevas tecnologías a la recuperación
secundaria de crudos pues no se encontraron nuevos depósitos.
El conflicto interno
prohijó la expropiación de cientos de miles de labriegos y debilitó los
derechos de propiedad de todos los ciudadanos. El crimen organizado capturó
partes del Estado, el sistema de justicia se corrompió y los intereses de los
grupos económicos se impusieron sin barreras sobre la sociedad. Nada de esto
apoya el desarrollo económico.
El capitalismo compinchero
campea por doquier: en la producción de biocombustibles, a la que se le
compartió la renta petrolera con los altos precios internos de la gasolina y el
diesel, y con los oligopolios que hacen acuerdos que expolian a los
consumidores del mercado interno cautivo sin preocuparse por exportar. Algunas
empresas se han vuelto maquiladoras y empacadoras de bienes importados.
Hace falta una política
pública que aumente la productividad de la industria y de la agricultura, tarea
difícil después de 20 años de rentismo. También hace falta una política
de competencia que presione a los productores locales a trabajar con márgenes
bajos y conduzca al aumento de los volúmenes producidos. La agricultura podría
reaccionar más rápido, pero habría que sacar de nuevo al clientelismo del
ministerio respectivo.
Pero desde hace bastante tiempo habíamos convivido
con desequilibrios subyacentes que se solventaban con nuestra prosperidad, al
parecer ilimitada. Uribe devolvió impuestos y disipó el ahorro público. Los
déficits fiscales se financiaban con crédito barato y abundante. Los déficits
frente al resto del mundo se cubrían con nuevas entradas de capital que iban a
la minería y al petróleo o a las inversiones en papeles del Gobierno y en
acciones. Pero el capital que entra sale más tarde acompañado de sus crías, más
aún cuando hay una parada súbita de sus flujos, y ese es un riesgo que nos
acecha.
El mundo del dólar barato, de las materias primas
caras y del crédito abundante anuncia su final. Se nos acabó una década de
prosperidad que pensamos nos sacaría del subdesarrollo, pero estamos lejos de
eso. Nuestras instituciones no cambiaron mucho: siguen basadas en el
clientelismo, la escasa competencia política y en la corrupción que se apropia
de buena parte de los recursos públicos, que es lo que impide la construcción
de una buena infraestructura o hace que la educación y salud sean de mala
calidad o que la justicia no llegue.
Los países que prosperan son aquellos que asignan
sus recursos a educar toda su población en las ciencias y las humanidades, que
combinadas permiten innovar en todos los sectores de la economía. Son aquellos
que privilegian la producción industrial y agrícola y los servicios complejos,
para no depender de las loterías de las materias primas. Nosotros prosperamos sólo
cuando contamos con buena suerte. No tenemos cómo cabalgar sobre el desarrollo
de nuestras capacidades. Quizás una mayor competencia política que surgiría de
un acuerdo de paz podría cambiar nuestras instituciones un poco y para bien.
El año que comenzamos es de peligro. Una nueva
quiebra de Rusia o de Indonesia, una implosión de Venezuela nos puede
arrastrar, como ya pasó en 1998, cuando se dio una corrida de capital por
doquier.
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