¿Usted quién se
cree?
Mauricio García
Villegas
En la madrugada del domingo pasado, en
las calles de Barranquilla, la policía detuvo el senador Eduardo Merlano.
El hecho fue filmado y
en el video se observa cómo el
senador se niega a practicarse una prueba de alcoholemia que la policía le
exige. “¿Cómo me van a tratar ustedes así?”, les dice Merlano a los policías.
“Yo soy senador de la República y saqué 50 mil votos; 50 mil personas votaron
por mí ¿y ustedes me van a faltar al respeto? Por Dios, ¿eso qué es?”. Y para
rematar, Merlano finaliza con esta perla: “es que ustedes no conocen realmente
lo que es el sector público”. Arrinconados, los policías terminan implorándole
que se haga la prueba: “colabórenos, senador”, le dice un agente. Pero éste no
hace caso y, como dice el cuento, orondo se va.
Escenas como esta, en
donde un poderoso se burla de la policía, se han vuelto familiares para los
colombianos. En realidad, siempre lo han sido, desde los tiempos inmemoriales
de la colonia. La única diferencia es que ahora muchos de esos hechos se
filman. ¿Recuerdan al concejal de Bogotá Álvaro Caicedo cuando invadió el
carril de Transmilenio con el argumento de que estaba de afán y tenía gripa?,
¿o al célebre “padre Chucho”, que hizo todo lo posible por evadir una requisa
policial con el argumento de que tenía que imponerle los santos óleos a un
enfermo?
Dos siglos de
independencia republicana (y de cháchara sobre la igualdad de los ciudadanos
ante la ley) no han sido suficientes para acabar con una sociedad colonial y
jerarquizada, en donde las personas valen por la posición social que ocupan, no
por ser personas. No es que los poderosos (o buena parte de ellos) nieguen la
existencia de las leyes. No, las leyes existen, sólo que ellos creen estar por
fuera de su radio de aplicación, es decir, creen que tienen un fuero, un
privilegio, tal como sucedía en la sociedad colonial. El ideal de un
congresista como el señor Merlano es tener un fuero total, es decir, una ley
personal (con copia en el bolsillo) que diga lo siguiente: el senador fulano de
tal está autorizado para hacer lo que se le dé la real gana. No sé si no lo
hacen por pudor o porque simplemente no necesitan de esa ley, dado que, de
hecho, ya la aplican.
En Colombia no sólo la
igualdad está mal repartida; también lo está la libertad. Aquí, mientras más
poderoso es alguien, más fueros tiene, es decir, más autorizaciones para no
obedecer. A medida que se desciende en la escala social, en cambio, la gente va
perdiendo privilegios y ganando obligaciones. Como en la colonia, la obediencia
a la ley es inversamente proporcional a la jerarquía social. En este país la
gente quiere ascender socialmente, no tanto para obtener dinero y confort, sino
para que nadie lo mande y poder mandar.
Hay dos tipos de
sociedades, decía el antropólogo Roberto Da Matta: aquella en donde predomina
la expresión ¿Sabe usted quién soy yo?, y aquella en donde reina la frase
¿Usted quién se cree? La primera es la nuestra; una sociedad en donde lo que
vale es el estatus social. La segunda es una sociedad igualitaria, en dónde
todos se someten a la ley; quien intenta salirse de esa regla lo interpelan con
un ¿y usted quién se cree?
Cuando Merlano se niega
a obedecer a los policías (sí, a los policías), a éstos no se les ocurre
reaccionar diciendo ¿y usted quién se cree?; al contrario, dicen por favor,
senador, colabórenos. Y me temo que, ante el evidente desacato a la autoridad
protagonizado por Merlano, las demás autoridades (empezando por la
Procuraduría) harán lo mismo.
JUAN PABLO CULMA RODRIGUEZ
ResponderEliminarLo que paso estuvo muy mal, porque todos somos iguales; las leyes son para todos sin importar quienes seamos