La guerra de los pobres
Soldados y guerrilleros son lo mismo:
pobres campesinos colombianos.
Por: María Elvira Bonilla
Los 12 militares y 40 guerrilleros
que han muerto en esta guerra absurda, que es urgente acabar, terminaron allí
atrapados por circunstancias que no escogieron libremente. Sus historias
personales, como seres humanos, coinciden en un origen común de intentos
fallidos de familias campesinas por sacar adelante a unos hijos cultivando
precarias parcelas nacidas de aperturas de colonos hechas a punta de hacha y
machete en la lejana Colombia o sobrevivientes del rebusque que van dejando
hilachas de miseria en pueblos y tugurios urbanos.
La composición social del ejército
colombiano es muy revelador. Según un informe publicado en Las2orillas.com, con datos oficiales de las Fuerzas
militares, de los 100 mil colombianos que conforman el grupo de soldados
regulares y campesinos y policías que prestan el servicio militar obligatorio,
el 80% proviene de familias con ingresos bajos, estratos 1, 2 y 0 que son
familias que están por debajo de la línea de pobreza. El 19.5 % son de clase
media, mientras que de familias acomodadas de los estratos 4 y 5 no son más del
0.5 %. El estrato 6 ni siquiera se toma en cuenta porque son éstos los jóvenes
que logran escapar a la triste suerte de tener que arriesgar sus vidas en una
guerra ajena.
El grueso del ejército y la policía no está compuesto por quienes
voluntariamente quieran empuñar las armas. Son jóvenes que terminan en el campo
de batalla sin alternativa porque a los 18 años no tienen posibilidades de
estudiar, que ya de hecho marca un destino desigual. El cuerpo de oficiales que
conforman la cúpula que maneja el poder económico y jerárquico dentro de las
Fuerzas Militares, los que ordena los bombardeos y los movimientos de la tropa
que pone el pecho en el territorio cuya voz se escucha con rudeza a través de
Acore —oficiales de la reserva activa— son quienes han escogido voluntariamente
la carrera militar. Pocos, también, de las élites del país.
La decisión del presidente Santos de
ordenar la identificación por parte de Medicina Legal de los guerrilleros que
caigan en los bombardeos o en los combates de tierra para entregárselos a sus
familias, permitirá constatar sus orígenes que ya empiezan a ventilarse a
través de quienes están en La Habana. Vidas, como la de tantos colombianos,
rodeadas de muerte, muchas con origen en la violencia partidista de los años
50, como contó Jairo Martínez, el comandante del
frente 14 que cayó en el bombardeo al campamento de las Farc en Guapi, en una
entrevista al periodista Miguel Suárez, de Radio Café Estéreo cuando estaba en
Cuba como parte del equipo negociador. Relató el horror que vivió siendo niño
en Planadas, Tolima, cuando presenció el asesinato del papá y todos sus
hermanos, forzado a huir con su mamá tras el incendio de la casa y crecer en un
tugurio en Ibagué.
Se trata de una guerra entre pobres cuyas consecuencias directas también
las padecen las regiones abandonadas de Colombia. De allí que resulte tan
sencillo pontificar, azuzar y encender los ánimos contra los diálogos de La
Habana desde oficinas y restaurantes en los centros urbanos del país. Porque
los muertos los ponen otros y las bombas no se sienten en Bogotá.
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