miércoles, 3 de junio de 2015

¿Qué pasará después de la minería?

De la minería a dónde?

DESPUÉS DE UNA DÉCADA DE DISFRUtar un premio seco de la lotería de las materias primas, nos vemos abocados a una pérdida considerable de riqueza.
Por: Salomón Kalmanovitz
En los noventa también tuvimos una bonanza con el hallazgo de los pozos petroleros de Arauca y Casanare. En ambos casos, nos cayó la enfermedad holandesa: cayeron las exportaciones distintas a las mineroenergéticas, mientras que la industria y la agricultura fueron acorraladas por importaciones baratas.

La actividad minera nos proveyó  una renta que no ahorramos y que invertimos mal. Noruega, Chile y Perú salieron mejor librados que nosotros por la caída de los precios de las materias primas pues ahorraron en fondos externos y sus gobiernos obtuvieron excedentes que se pueden gastar ahora. Antes de eso, Canadá y Australia se dotaron de un sistema de educación de alta calidad con las rentas de sus exportaciones mineras. Acá aumentamos la cobertura más no la calidad educativa.

Ahí están las dobles calzaditas de Uribe sin terminar, el túnel de La Línea, inaugurado varias veces, o el acueducto de Yopal, reconstruido en tres ocasiones y cuyo exiguo líquido contiene bacterias. Se construyeron algunas buenas carreteras en los llanos y en otras regiones, con grandes sobrecostos. La más necesaria de todas, que debía comunicar el puerto de Buenaventura con el resto del país, está lejos de terminarse. La ciudad portuaria está llevada por la criminalidad del narcotráfico que acosa a una población sin futuro. Todas las autopistas del país se estrellan con calles estrechas o la ausencia de vías perimetrales al llegar a las ciudades.

Tenemos un problema de economía política sin resolver y las bonanzas sólo lo exacerbaron, aunque nos aseguran  que nos hemos tornado en un país de clase media y que seremos cada vez más prósperos. La riqueza se crea mediante el trabajo cada vez más productivo y eso aplica menos a las materias primas, aunque nuestra bonanza reciente resultó de la aplicación de nuevas tecnologías a la recuperación secundaria de crudos pues no se encontraron nuevos depósitos.

El conflicto interno prohijó la expropiación de cientos de miles de labriegos y debilitó los derechos de propiedad de todos los ciudadanos. El crimen organizado capturó partes del Estado, el sistema de justicia se corrompió y los intereses de los grupos económicos se impusieron sin barreras sobre la sociedad. Nada de esto apoya el desarrollo económico.

El capitalismo compinchero campea por doquier: en la producción de biocombustibles, a la que se le compartió la renta petrolera con los altos precios internos de la gasolina y el diesel,  y  con los oligopolios que hacen acuerdos que expolian a los consumidores del mercado interno cautivo sin preocuparse por exportar. Algunas empresas se han vuelto maquiladoras y empacadoras de bienes importados.

Hace falta una política pública que aumente la productividad de la industria y de la agricultura, tarea difícil después de 20  años de rentismo. También hace falta una política de competencia que presione a los productores locales a trabajar con márgenes bajos y conduzca al aumento de los volúmenes producidos. La devaluación ayuda pero no es un panacea: muchas industrias se redujeron de tamaño o simplemente cerraron sus puertas. La agricultura podría reaccionar más rápido, pero habría que sacar de nuevo al clientelismo del ministerio respectivo.


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