De la minería a dónde?
DESPUÉS DE UNA DÉCADA DE DISFRUtar un
premio seco de la lotería de las materias primas, nos vemos abocados a una
pérdida considerable de riqueza.
Por: Salomón Kalmanovitz
En los noventa
también tuvimos una bonanza con el hallazgo de los pozos petroleros de Arauca y
Casanare. En ambos casos, nos cayó la enfermedad holandesa: cayeron las
exportaciones distintas a las mineroenergéticas, mientras que la industria y la
agricultura fueron acorraladas por importaciones baratas.
La actividad minera nos proveyó
una renta que no ahorramos y que invertimos mal. Noruega, Chile y Perú
salieron mejor librados que nosotros por la caída de los precios de las
materias primas pues ahorraron en fondos externos y sus gobiernos obtuvieron
excedentes que se pueden gastar ahora. Antes de eso, Canadá y Australia se
dotaron de un sistema de educación de alta calidad con las rentas de sus
exportaciones mineras. Acá aumentamos la cobertura más no la calidad educativa.
Ahí están las dobles calzaditas de
Uribe sin terminar, el túnel de La Línea, inaugurado varias veces, o el
acueducto de Yopal, reconstruido en tres ocasiones y cuyo exiguo líquido
contiene bacterias. Se construyeron algunas buenas carreteras en los llanos y
en otras regiones, con grandes sobrecostos. La más necesaria de todas, que
debía comunicar el puerto de Buenaventura con el resto del país, está lejos de
terminarse. La ciudad portuaria está llevada por la criminalidad del narcotráfico
que acosa a una población sin futuro. Todas las autopistas del país se
estrellan con calles estrechas o la ausencia de vías perimetrales al llegar a
las ciudades.
Tenemos un problema de economía
política sin resolver y las bonanzas sólo lo exacerbaron, aunque nos aseguran
que nos hemos tornado en un país de clase media y que seremos cada vez
más prósperos. La riqueza se crea mediante el trabajo cada vez más productivo y
eso aplica menos a las materias primas, aunque nuestra bonanza reciente resultó
de la aplicación de nuevas tecnologías a la recuperación secundaria de crudos
pues no se encontraron nuevos depósitos.
El conflicto interno prohijó la
expropiación de cientos de miles de labriegos y debilitó los derechos de
propiedad de todos los ciudadanos. El crimen organizado capturó partes del
Estado, el sistema de justicia se corrompió y los intereses de los grupos
económicos se impusieron sin barreras sobre la sociedad. Nada de esto apoya el
desarrollo económico.
El capitalismo compinchero campea por
doquier: en la producción de biocombustibles, a la que se le compartió la renta
petrolera con los altos precios internos de la gasolina y el diesel, y
con los oligopolios que hacen acuerdos que expolian a los consumidores
del mercado interno cautivo sin preocuparse por exportar. Algunas empresas se
han vuelto maquiladoras y empacadoras de bienes importados.
Hace falta una política pública que aumente la productividad de la
industria y de la agricultura, tarea difícil después de 20 años de
rentismo. También hace falta una política de competencia que presione a los
productores locales a trabajar con márgenes bajos y conduzca al aumento de los
volúmenes producidos. La devaluación ayuda pero no es un panacea: muchas
industrias se redujeron de tamaño o simplemente cerraron sus puertas. La
agricultura podría reaccionar más rápido, pero habría que sacar de nuevo al
clientelismo del ministerio respectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario