jueves, 26 de noviembre de 2015

La fragilidad del bien

La fragilidad del bien

Con ese bello título, Martha Nussbaum publicó su libro sobre fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega.
Por: Rodolfo Arango
El libro inicia con la afirmación de Píndaro: “Pero la excelencia humana crece como una vid, nutrida del fresco rocío y alzada al húmedo cielo de los hombres sabios y justos”. Y es que “la peculiar belleza de la excelencia humana reside precisamente en su vulnerabilidad”, nos recalca la autora. Sirva lo anterior no sólo para hacer un homenaje a una de las filósofas vivas más influyentes del mundo, quien en buena hora recibirá pronto un doctorado honoris causa de la Universidad de Antioquia, sino también para reivindicar la importancia de las artes, la literatura y, en general, las humanidades en la formación de personas dispuestas a cultivar el bien en la vida personal y de la comunidad.
Colombia pide a gritos una contrarreforma en su pensamiento de lo público y en la dirección política. En los albores del posconflicto no podemos ya más escudarnos en un pasado violento, oprobioso, que exigía toscos líderes y habilidosos estrategas, para justificar la trampa y la violación de la ley desde las altas esferas del poder, todo en aras de arribar a una ilusoria paz. Tampoco el pragmatismo desarrollista, de inversión extranjera ciega y sorda a las penurias campesinas, resulta viable como faro y guía de la política agraria en tiempos de reconciliación. Menos aún la competitividad y la productividad deben orientar la educación superior en un pueblo necesitado no tanto de insertarse en la economía internacional, sino de reconstruirse en su tejido moral luego de siglos de ignominia y desprecio de la fragilidad humana.
El país necesita con urgencia una renovación de sus ideales y representaciones políticas; más humanismo y menos pragmatismo. Explicablemente la más influyente dirigencia ha identificado el desarrollo sólo con carreteras, puentes, edificios o ciudades con ríos canalizados. Aunque comprensible la premura en igualar bienestar con saneamiento básico e infraestructura para el comercio, no debería escapar al Gobierno que la estabilidad política depende finalmente de la cultura, del cultivo de la humanidad, del cuidado de lo que hace valiosa una existencia, para lo cual la literatura, el arte, la historia, la filosofía o la música son indispensables. La misma Nussbaum advierte, al igual que lo hiciera Carlos Gaviria Díaz en vida, sobre la principal función de la universidad: formar buenos ciudadanos. Y eso sólo es posible mediante el cultivo de la sensibilidad para cuidar de la fragilidad del bien.
Y es que el estrechamiento de los fines humanos es cada día mayor. Quizás el estrés, generado por el aumento de la población y la destrucción de los recursos naturales no renovables, empuja la carrera global por apropiar tierra y trabajo humano, poniéndolos a producir al máximo para acumular las ganancias que permitan defenderse en un mundo crecientemente hostil. Y en esta carrera enloquecida por asegurar a propios y amigos, ¿podremos todavía salvar la conciencia crítica y la capacidad de descentrarnos, de adoptar la posición del otro y de respetar la diferencia? La miopía en la dirección política del mundo se hace aún más manifiesta cuando a la sinrazón de un aparato económico depredador se enfrentan el fanatismo y el fundamentalismo suicida: un occidente obtuso engendrando a sus sepultureros. Junto a la efímera búsqueda de autosuficiencia y al intento de desterrar la contingencia de la vida humana, nos recuerda Nussbaum, siempre hubo en la filosofía griega igualmente “un vivido sentido de la especial belleza que atesora lo contingente y lo mudable, un amor al riesgo y a la vulnerabilidad de la humanidad empírica que se expresa en numerosos relatos sobre dioses enamorados de mortales”.

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