La educación en Colombia. Precariedad e improvisación
Escrito
por Carlos Eduardo Maldonado*
Los dos polos de la educación
La forma más evidente de ser un conservador progresista consiste en
reconocer abiertamente que los cambios del mundo son forjados mediante la
educación –de los individuos, las comunidades y la sociedad–. Un planteamiento
semejante es políticamente correcto, socialmente aceptado, pero mentalmente
retardatario y científicamente problemático.
La educación se mueve entre dos extremos: de un lado, el mundo del trabajo,
y de otra la capacidad de potenciar y desarrollar las capacidades humanas. En
el país esta dúplice circunstancia tiene un resorte social, psicológico y
cultural evidente, enunciado hacia la segunda mitad del siglo XX por el padre
de las matemáticas en Colombia, el profesor Y. Takeuchi: un colombiano piensa
mejor que un japonés, o gringo o europeo, pero dos japoneses (o gringos o
europeos) piensan mejor que dos colombianos.
Es decir, todo parece indicar a lo lago de la historia la importancia de
las capacidades, las ganas y el empuje individual de los colombianos. Pero las
inmensas dificultades para cooperar, convivir, para ayudarse y existir en
términos de solidaridad y de políticas sociales y públicas.
Pues bien, la principal preocupación del mundo de la educación en general
es la deserción, escolar o universitaria, traducida en el plano del trabajo
como desempleo. Esta es una ecuación lineal: la deserción se traduce de inmediato
en desempleo, individual y social.
Y por su parte, el principal aliciente de la educación consiste en la
potenciación de la innovación, la investigación y la formación de talento
humano de las mayores capacidades. Este aspecto, sin embargo, merece una mirada
más cuidadosa.
Un país sin política pública de educación
Las sociedades del pasado se caracterizan por los sectores clásicos de la
economía. Como es sabido, estos son el sector primario –agricultura y
ganadería–, el sector secundario-manufactura e industria, y el sector terciario
–servicios–. Visto con los ojos del pasado, la educación –al igual que la
salud–, forma parte del sector servicios. De esta suerte, lo que hacen
los colegios y universidades, los institutos técnicos y medios es considerar a
los estudiantes como clientes. De manera exactamente análoga a la salud. La
salud y la educación, que son los dos pilares de cualquier política social. En
otras palabras, así las cosas, los colegios y universidades, por ejemplo,
prestan un servicio social, y en Colombia, deben obtener ganancias por dicho
servicio; de una forma o de otra.
Pues bien, lo cierto es que el mundo cambió, y con él, a pesar suyo,
también el país. Algo de lo cual el actual gobierno y quienes le antecedieron
no han tomado nota.
En efecto, tanto en lo cultural como en lo sociológico, en lo político como
en la economía, el mundo –e incipientemente el país–, inició el tránsito
hacia el cuarto sector de la economía, el mismo que tiene dos momentos: la
economía de la información y, posteriormente, la economía del conocimiento. De
esta forma, la sociedad de la información y la sociedad del conocimiento –dos
fases de un mismo proceso y tendencia–, constituyen dos expresiones de las
sociedades del futuro. Un futuro que ya comenzó y se encuentra alrededor
nuestro.
Como es sabido, en la economía de la información la industria de la
educación constituye un capítulo nuclear y uno de sus rasgos más distintivos.
Una expresión puntual de la base material de la economía de la información son
las TICs (tecnologías de la información y el conocimiento), un concepto que en
rigor procede de los años 1970.
Por su parte, en la sociedad del conocimiento, la industria de la educación
se integra en un capítulo más amplio que lo comprende y lo hace posible: la
industria del conocimiento. En correspondencia, una expresión de la base
material de la economía del conocimiento son las tecnologías convergentes (no
ya las TICs). Las tecnologías convergentes son las tecnologías: NBIC + S. Esto
es, la nanotecnología (y la nanociencia), la biotecnología, las tecnologías de
la información, las tecnologías del conocimiento, y la dimensión social de las
tecnologías (que es a lo que se refiere la letra S).
En el marco de la sociedad de la información y del conocimiento la
educación –al igual que la salud– ya no forma parte del sector servicios. Por
el contrario, mucho mejor, forma parte justamente del sector información,
definiéndose de manera precisa por el conocimiento, respectivamente.
Colombia, un país promisorio, miembro del grupo de países Civets (que es el
acrónimo del grupo de países conformado por Colombia, Indonesia, Vietnam,
Egipto, Turquía y Suráfrica) –esto es, la segunda fila de los países más
promisorios económicamente hacia futuro, detrás de los Bric–; un país que
aspira a ingresar a la Ocde, uno de los puntos de referencia, por lo menos,
regionales, en materia de crecimiento y desarrollo –Colombia en sus políticas
públicas, gubernamentales y de Estado aún no se entera del nuevo marco de
circunstancias. En efecto, el ministerio correspondiente se llama el Ministerio
de las TIC –lo que en la punta del conocimiento y de las política son el mundo
constituye un verdadero arcaísmo–, y desde Presidencia hasta el Ministerio de
Educación, hoy tanto como ayer, se proyecta la idea de que la educación –como
la salud– forman parte del sector servicios.
Una perfecta muestra de desactualización, ausencia de formación, y falta de
conocimiento sólido por parte del Gobierno y el Estado, por decir lo menos.
Lo cierto es que en Colombia jamás ha contado con una política social
seria, decidida y comprometida, y por consiguiente, jamás ha existido ni una
política de salud ni tampoco una política pública de educación. Más allá de los
documentos (el papel todo lo aguanta), las proclamas y las palabras mismas. En
la historia de este país, de manera tradicional siempre se han hecho cosas con
palabras, y las palabras han terminado muchas veces siendo confundidas con las
cosas mismas. Algo que un historiador conspicuo –M. Deas– ha denominado como
las relaciones entre gramática y poder.
Políticas retóricas de un lado, falta de compromiso social por parte del Estado
y los gobiernos, de otro.
Las políticas sociales comprenden radicalmente políticas liberales en el
más fuerte de los sentidos, y se proyectan hasta las mejores prácticas
socialdemócratas y del Estado de Bienestar en muchos de los países de la Ocde.
Y ello para no hablar de ideas de transformación y de cuño socialista, por
ejemplo. De manera tradicional, las burguesías nacionales en Europa, Japón y
los E.U. tuvieron siempre una preocupación auténtica por su propia población,
por su bienestar y desarrollo humano. Algo que en nuestra historia nacional
suena a socialismo y comunismo, por ejemplo.
El miedo a la innovación
La sociedad de la información corresponde, históricamente, a las sociedad
de los años 90 del siglo anterior. Sin duda, la mejor radiografía de la misma
la encontramos en La sociedad de la información. Economía,
sociedad y cultura, de M. Castells, quien argumenta que de la
sociedad de la información emerge una nueva clase social (para la cual, en
rigor, carecemos aún de nombre o concepto). Esta nueva clase social se
caracteriza por que no tiene la propiedad de los medios de producción, y no
necesita (ni quiere) tenerlos. Es ella, la generadora de las nuevas condiciones
de bienestar, de calidad de vida, y de desarrollo social y humano, uno de cuyos
pilares fundamentales es al educación (tanto como la salud).
En la sociedad del conocimiento esta nueva realidad social y política se
radicaliza y profundiza, dando lugar a nuevas formas de organización del
conocimiento, tanto como a nuevas formas de organización social del conocimiento.
La economía política de la sociedad de la información y de la economía del
conocimiento se ocupa exactamente por la forma como se produce, circula,
distribuye, consume y se acumula el bien que caracteriza a la riqueza de un
país o de una nación. Pues bien, en las sociedades del futuro –que ya están entre
nosotros–, este bien es justamente la información, y el conocimiento. Así, en
contraste con los tres sectores tradicionales de la economía, lo verdaderamente
importante en el nuevo marco social y cultural ya no es el campo y el ganado,
las máquinas, empresas y fábricas, por ejemplo, sino, mucho mejor, el conocimiento que se tiene sobre ellas. Esto se
caracteriza de dos maneras, como el know that y
el know how.
En otras palabras, la información y el conocimiento son los bienes –¡inmateriales, no-fungibles!– que determinan,
literalmente, el crecimiento y el desarrollo de un país o de una nación, tanto
como, de forma determinante, la calidad de vida a nivel individual y colectivo.
Así, a nivel individual o social, el bienestar humano y colectivo es directamente proporcional a la información y al
conocimiento que en la sociedad se produce, distribuye, circula, consume y se
acumula. En el nuevo marco cultural de los pueblos, la calidad de vida tanto como la dignidad humana son cada vez más directamente
proporcionales a la información y al conocimiento existente en una comunidad,
grupo o colectividad. El mundo ha cambiado de manera significativa.
Pues bien, exactamente en este marco y en estas nuevas condiciones, el
factor más determinante de la información y el conocimiento es la innovación,
del cual, de manera básica, cabe distinguir dos clases: la incremental y la
radical. Aquella consiste en el mejoramiento gradual de un bien o servicio.
Ésta, por el contrario, consiste en la introducción de un bien o servicio por
primera vez en la historia de la humanidad, traducido en bienestar y
desarrollo.
Lo anterior, sin embargo es algo que se dice fácilmente pero que social y
políticamente es altamente difícil e incluso peligroso. En verdad, lo cierto es
que mientras que los colegios y las universidades, las empresas y el gobierno
hablan por doquier de innovación, todos ellos le tienen pánico. Esto se traduce
y expresa, de manera puntual, en la educación.
La investigación como el cuello de botella de la educación
En ausencia de una política gubernamental seria y consolidada de educación
–lo cual no es sino una manera de decir que no existe ni ha existido, en
absoluto, una política social por parte del gobierno o del Estado–, lo hecho en
educación depende de dos factores principales: de un lado, análogamente a la
ley de la selva, todo depende de las capacidades, medios y modos de cada quien,
lo que se traduce de inmediato en privatización de las iniciativas, capacidades
y planes de educación. Al mismo tiempo, y como consecuencia de lo anterior,
todo queda a la deriva de las vicisitudes “del mercado”. Un contraste marcado
que resalta al confrontar la situación colombiana con otros países de la
región, y muy especialmente con Ecuador y Brasil, por ejemplo, que sí tienen
claras políticas educativas, de investigación y de innovación. O bien, en otro
plano, con Chile, que tiene avances en materia de cubrimiento, gracias a las
conquistas sociales del reciente movimiento de estudiantes.
En otras palabras, el mundo de la educación se dirime como la tensión entre
dos puntas. De una parte, la principal preocupación que debería movilizar a los
entes oficiales es, hoy por hoy, la altísima deserción –escolar y
universitaria, traducida en el mundo del trabajo, como ya lo anotamos, en alto
desempleo, o como la existencia y crecimiento de empleo informal.
De otro lado, está la investigación, como el verdadero nutriente –en
términos de información y conocimiento– de la educación. Pues bien, en Colombia
no han existido políticas en este campo –esto es, en el sentido primero de la
palabra, de ciencia y tecnología-, que promuevan de manera activa, sistemática
y de forma continuada la innovación, la producción de nuevo conocimiento, en
fin, el cambio de la sociedad gracias precisamente al papel activo y explícito
del conocimiento.
La deserción escolar y universitaria es el resultado de la ausencia de
políticas sostenidas en el tiempo que cubren, en toda la línea de la palabra,
políticas sociales y de bienestar. Esto es, por ejemplo, becas y subsidios,
alimentación y nutrición de calidad, acceso a libros y revistas de calidad
internacional, la digitalización de la sociedad, es decir, convertir a internet
en un derecho humano y en un bien común, como ya sucede en los mejores países
del mundo, el bilingüismo y la movilidad de estudiantes y profesores, por
ejemplo.
Lo que se hace en el país es, de un lado excepcional, y de otra parte, el
resultado de iniciativas privadas. El Estado parece permanecer ajeno al tema.
Todo ello conduce, abierta o tácitamente, a la privatización de la educación
(matrículas elevadas en los niveles de pregrado y postgrado, un sistema de
selección y competitividad dominante antes de cooperación y solidaridad,
etcétera).
De manera puntual, aún no existen en el país universidades de
investigación, todas son de docencia en las que la investigación, sin los
presupuestos y disposiciones de tiempo necesarios, es abordada como una
actividad más. La masificación de los cursos, de las cargas administrativas y
otras responsabilidades rutinarias en numerosas universidades, son una
expresión de lo anterior. La (poca o mucha) investigación encarada en el país
es el resultado de fortalezas y capacidades individuales y de grupo, gracias en
muchas ocasiones a incentivos selectivos diversos, antes que de políticas de
promoción e incentivación desde el gobierno y el Estado. De manera puntual,
Colciencias jamás llegó a ser lo que se pretendió en el Sistema Nacional de
Ciencia y Tecnología formulado en 1991, y a la postre se convirtió, en el mejor
de los casos, en un mecanismo de contención y control, de medición y
autosostenimiento. Colombia se encuentra muy lejos de alcanzar y desarrollar un
Ministerio, unos institutos y centros nacionales de investigación y desarrollo,
algo que sí existe en numerosos países de la Ocde, por ejemplo.
La verdad es que la innovación no se lleva a cabo en Colombia, por regla
general, dentro de las universidades, sino a pesar de ellas. En otras palabras,
la innovación en estos centros de estudio es más bien la excepción antes que la
regla, pues lo cierto es que la mayoría de las innovaciones suceden hoy en día
por fiera de las universidades.
La distinción, suficientemente conocida, entre investigación formativa e
investigación científica se define en el centro de la tensión entre deserción
escolar y universitaria con el consecuente desempleo y desmejoramiento de las
condiciones de vida de los individuos, y de los esfuerzos aislados y episódicos
de innovación, producción de conocimiento, investigación y desarrollo.
En pocas palabras: Colombia parece haber comenzado a ingresar a la sociedad
de la información a partir del año 2001 hasta el presente, pero siempre de
forma limitada y tímida. La historia de la riqueza y la pobreza, la equidad o
las injusticias, en fin, el bienestar y el desarrollo es ante todo la historia
misma de la tierra, y la lucha por ésta, aún hoy. De acuerdo con varias
fuentes, a partir del 2001, la economía de la información aportaba el 2,01 por
ciento del PIB y para el año 2014 rozaba alrededor, tan solo, del 3 por
ciento**. Un factor aún incipiente. La mayor parte de la riqueza o bienestar
del país procede de la tierra, como ha sido históricamente el caso: quina,
tabaco, café, flores, petróleo, minería extractiva… En una palabra, la riqueza
y el bienestar en Colombia ha sido hasta la fecha gracias a la tierra y contra
ella.
Ahora bien, de cara a la sociedad del conocimiento, el país se encuentra
aún bastante lejos de ingresar a ella, lo cual no impide reconocer que ya
existen individuos y grupos que sí han logrado tal ingresado.
Nuevamente: la sociedad de la información y del conocimiento
Como en tantas otras ocasiones y en numerosos planos, el mundo se le metió
al país. En materia de educación, muy notablemente, se trata de la cienciometría,
entendida como ciencia de segundo orden, encargada de medir la forma como se
hace ciencia en un país, la misma que está regida por criterios, estándares y
políticas internacionales. Todo comienza en 1961, desde la Ocde, y se condensa,
hasta la fecha en diversas herramientas: el Manual de Frascati, el Manual de
Oslo, el Manual de Canberra, el Manual de Bogotá, iniciativas públicas y
privadas en torno a la elaboración, seguimiento y alimentación de escalafones
de diverso tipo, en fin, la elaboración de indicadores de calidad en muchos
planos, sobre excelencia educativa y de investigación.
De manera puntual, existen diversos rankings internacionales que miden a
las universidades –públicas y privadas; ellas, a pesar de creer que hacen lo
suyo como una empresa propia con justificaciones diversas–; se elaboran
rankings de los mejores investigadores de cada país, de manera creciente
(registrados, notablemente en Webometrics); se
compara y elaboran políticas educativas de nivel internacional en diversos niveles,
midiendo el desarrollo social de un país en acuerdo con ellas; también se
elaboran escalafones de los mejores tanques de pensamiento (Think Tank), privados, mixtos o públicos.
El mundo se le metió al Estado y al gobierno, y lo mejor que ellos pueden
hacer es ajustarse a los nuevos ritmos y requerimientos. En otras palabras,
hemos dejado de pensar simplemente en términos de identidad y soberanía
nacional, legitimidad de las instituciones, historia y geografía. El mundo se
tornó magníficamente complejo.
A los indicadores clásicos de la sociedad y del país –tales, por ejemplo,
como los indicadores Gini, el ingreso per cápita, el consumo de energía, y
otros–, ahora tenemos, de manera superpuesta, indicadores de desarrollo humano:
felicidad, satisfacción e integración con el ambiente, excelencia de la
educación, investigación y desarrollo, en toda la línea de la palabra, como
indicadores de desarrollo y crecimiento, por ejemplo.
Pues bien, un Estado y un gobierno que no estaban preparados para ellos, lo
mejor que pueden hacer es improvisar, adaptar las cargas en el camino, en fin,
desviar su propio camino en el sentido de las nuevas
realidades. En un país tradicional y sempiternamente conservador y atrasado,
las nuevas realidades se traducen como avances sociales y garantías de
bienestar individual y social.
La verdad es que en las nuevas condiciones, el gobierno y el Estado en
Colombia deben implementar, por primera vez en toda la historia, políticas
serias, transparentes y sostenidas de educación, de conocimiento e
investigación y desarrollo. Puesto que se trata de imposiciones, demandas o
requerimientos internacionales. De todo ello, sólo puede beneficiarse
inmediatamente la población nacional. A pesar de que en la foto sólo salgan los
funcionarios y gobernantes.
** Maldonado, C E., (2005). CTS + P. Ciencia y tecnología
como política pública y política social. Bogotá: Universidad
Externado de Colombia/Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología, pp-
1-225.
*Profesor titular. Facultad de Ciencia Política y Gobierno. Universidad del
Rosario
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