domingo, 30 de octubre de 2016

Trabajo final cultura y sociedad 2016-2

Trabajo final cultura y sociedad 2016-2

Ustedes deben leer los cinco textos que aparecen en este documento. Todos ellos nos hablan de la problemática educativa. Sólo se permite grupos hasta de tres personas. Deben escribir un documento de 1500 palabras como mínimo y en él deben expresar cinco factores de las principales problemáticas de la educación en Colombia. En el texto, y de manera obligatoria, deben aparecer referencias y citas de los textos leídos. Bajo ninguna circunstancia se permitirá copia de textos de internet. Cualquier copia anulará su trabajo.


Al oído de la academia
María Elvira Bonilla

Un estudiante de doctorado de la famosa Escuela Politécnico de Lausana en Suiza, donde estaba a punto de obtener su título doctoral en ciencias exactas, desistió de hacerlo y en su defecto le envió esta carta abierta a su universidad, que circula en las redes sociales.
Se trata de un cuestionamiento al rol de la academia y su propósito, que a veces termina desvirtuado y enredado en la multiplicación de posgrados que terminan por aceitar la máquina registradora, olvidado su fin último, el de enriquecer el conocimiento. Aunque es una extensa carta la que escribe Gene Bunin, este es el corazón de su preocupación:
“He perdido fe en el mundo académico de hoy como algo que debería traerle un beneficio positivo a la sociedad en la que vivimos. En cambio, estoy empezando a pensar en él como una gran aspiradora de dinero que se lleva subvenciones y escupe resultados nebulosos, impulsada por personas cuya principal preocupación no es avanzar en el conocimiento con las positivas consecuencias que esto acarrearía, sino agrandar su currículum con el fin de conservar posiciones o ascender en el cerrado mundo universitario. (…)
Empiezo por respetar la premisa de que el objetivo de la ciencia y la investigación académica es la búsqueda de la verdad para mejorar la comprensión del universo que nos rodea y utilizar ese entendimiento para impulsar transformaciones que aseguren un futuro mejor para la humanidad. En ese orden de ideas, uno como investigador tiene que ser brutalmente honesto, sobre todo con uno mismo y con la calidad del trabajo que realiza.
Pero no, lo que se te enseña va en contravía a estos supuestos con los que uno ingresa a la vida académica. Se te enseña a “vender” tu trabajo, a preocuparte de tu “imagen” y a ser estratégico en tu vocabulario y en la manera de utilizarlo. Prevalece una buena presentación sobre el contenido y se estimula perversamente a hacer contactos para asegurar un futuro laboral. El criterio comercial se impone sobre el rigor que debería mandar en el trabajo del doctorado.
Anualmente, el rector nos manda un correo electrónico con el ránking en el que está ubicada la Escuela. Yo siempre me pregunto: ¿Por qué habría de preocuparle esto a científicos e investigadores? ¿Para qué? ¿Para elevar nuestros ya hinchados egos? ¿No sería mejor un reporte anual del rector informando sobre la manera positiva como el Politécnico está afectando el mundo o contribuyendo a resolver problemas importantes? En cambio, se nos dan estos estúpidos números que indican a qué universidades podemos mirar con desprecio y a cuáles aún debemos rebasar.
No tengo la solución a estas inquietudes. Abandoné mi doctorado. Simplemente es una decisión personal, desesperada. Lo que sí quiero impulsar es un tipo de conciencia y responsabilidad. Pienso que hay muchos de nosotros, ciertamente de mi generación, a quienes nos gustaría ver a la academia como un sinónimo de conocimiento, capaz de arrojar resultados concretos, transformadores. Los académicos deben tener un compromiso con la sociedad, más allá de inflar sus ya hinchados egos. Sé que a mi me gustaría, pero he renunciado a ello, así que buscaré a la ciencia verdadera desde otro camino”.
Una reflexión que debería poner a pensar a más de uno
"Colombia es una cenicienta que quiere ir al baile de los países desarrollados"
 Rodolfo Llinás, uno de los científicos más importantes del país, critica un sistema educativo que no respeta a los niños y no les enseña lo que necesitan. 
SEMANA: Usted lleva 52 años fuera de Colombia, pero nunca ha faltado a una cumbre como la que se realizó esta semana para hablar de educación. ¿Por qué?

RODOLFO LLINÁS: Es muy sencillo, es mi patria. La recuerdo con enorme cariño. La patria es como la primera novia que uno tiene: totalmente inolvidable. 

SEMANA: ¿Y entonces por qué se fue?  

R. LL: Porque no había posibilidades en Colombia.

SEMANA: ¿Posibilidades para hacer qué?

R. LL: Para la ciencia, que era lo que yo quería hacer. 

SEMANA: ¿Y cree que hoy, 52 años después, sí hay esas posibilidades? 

R. LL: No. Hay muy pocas. Mucha de la gente que va a especializarse y regresa tiene que devolverse porque en Colombia no hay posibilidades. Otros acaban teniendo un trabajo en el que no practican lo que estudiaron y muchos terminan de políticos o haciendo otras cosas. ¿Imagínese uno de físico qué puede hacer aquí?

SEMANA: ¿Cómo lee a un país que no valora la ciencia ni a sus científicos?

R. LL: Es un país que está retrasado intelectualmente. Un país no valora la ciencia porque nadie les ha enseñado  a sus ciudadanos su valor. Y si los dirigentes no lo entienden es porque no les interesa. A muchos lo único que les importa es tener dinero, tener viejas, tener poder. 

SEMANA: Usted viene en un momento muy importante para este debate. Muchos dicen que la educación en Colombia está en crisis. ¿Qué piensa?

R. LL: Yo creo que no hay ninguna crisis. Una crisis ocurre cuando algo malo pasa. Pero cuando es crónico ya no es crisis. Es simplemente el estado triste de Colombia. Cuando hicimos la reunión de los sabios yo dije: “Colombia es una Cenicienta que quisiera ir al baile de los países desarrollados”. 

SEMANA: ¿Qué quería decir con eso?

R. LL: Cualquier otro grupo humano daría lo que fuera por tener la tierra colombiana. ¿Se imagina? Con dos océanos, con agua dulce, con todo prácticamente… La vida en Colombia es demasiado fácil. No hay invierno, la gente no se muere de desnutrición. Hay una frase en inglés que describe eso “Such is life in the tropics” (“Así es la vida en el Trópico”). Por eso yo siempre he dicho que Colombia tiene mejor tierra que gente.

SEMANA: Esa es una frase muy cruda. 

R. LL: No lo es. Colombia tiene una posición fantástica en el globo terráqueo. Pero la gente que vive ahí, precisamente porque vive en un lugar fantástico, no tiene que competir para vivir. Salen y se comen su plato de comida sin problema. Entonces la gente cree que la vida es para gozar. 

SEMANA: ¿Y si no es para gozarla, para qué es?

R. LL: No es para gozarla, es para pensar, que es una manera más sofisticada de gozar. Es decir, a mí me parece sumamente interesante que la gente quiera, como me decía un amigo, es “rumbear todo el tiempo”. ¡Qué cosa tan aburrida! No podemos pasárnosla de cha, cha, cha hasta la muerte. 

SEMANA: ¿Y usted por qué cree que queremos solo vivir para rumbear?

R. LL: Porque no hay educación. 

SEMANA: Se cumplen 20 años de esa Misión de Sabios que reunió a los más importantes intelectuales, incluido Gabriel García Márquez, del país a hablar de educación. ¿Qué balance tiene de ese esfuerzo? 

R. LL: Hicimos gran cantidad de libros, yo escribí uno que se llama El Reto. Llegamos a toda clase de conclusiones que nunca nadie leyó. Se habló de que se invirtiera en ciencia y tecnología por lo menos el 1 por ciento del PIB y que lo deseable era que fuera más. Hoy esa inversión no alcanza a ser ni el 1 por ciento que deseábamos en esa época. 

SEMANA: ¿Qué más siente que falta por hacer? 

R. LL: Primero hay que reconocer la importancia de la educación. Colombia no será nada hasta que no eduque su gente. El problema siempre ha sido que no se optimiza a los individuos, no se les da la posibilidad de llegar a lo mejor que pueden ser. Eso solo se logra con educación pues al fin y al cabo esta se trata simplemente de optimizar las capacidades cerebrales. ¿Cómo hacemos para optimizar? Hay que trabajar más porque la gente entienda, que la gente sepa algo. El saber es simplemente poder poner en contexto lo que uno sabe. 

SEMANA: Usted ha dicho que la educación es tan necesaria como el agua…

R. LL: Sí. La educación más que importante es esencial. Si no se le da al cerebro la capacidad de optimizar seremos individuos de segunda clase que no alcanzamos todo lo que podíamos ser. La ventaja de la educación es que si se hace bien mejora la calidad del individuo, por eso digo que es como el agua o una buena comida. 

SEMANA: ¿Cree que los niños y niñas colombianos tienen hoy un buen menú en ese sentido?

R. LL: El problema con los niños es que no los quieren, no los respetan y no les ponen atención. Los niños sí saben lo que quieren, pero esto es muy distinto a lo que les dan en la escuela. Entonces hay rebeldía intelectual, no aprenden, se jartan. Se requiere una postura diferente del sistema de educación que entienda que los niños son seres pensantes y sumamente inteligentes. Hay que saber qué es lo que les gusta, porque lo que les gusta es lo que saben hacer mejor. 

SEMANA: Si tuviera que hacer un diagnóstico de los problemas de la educación en Colombia, ¿cuáles serían sus conclusiones? 

R. LL: Para mí el problema es de la metodología y de la estructura de los profesores. Los profesores quieren tener una posición no de guía, sino de maestros en donde solamente ellos mandan. Son ellos quienes les dicen a los niños qué tienen que aprender y si pasan o no pasan. Así es imposible. No son instructores, sino personas que quieren tener poder, poder de rajar y de expulsar de la escuela. 

SEMANA: ¿Y la metodología?

R. LL: Es muy sencillo. Tiene que ver con los cursos y las cosas que se enseñan: geografía sin historia, matemáticas sin geografía. Se enseñan cosas por separado. ¿De dónde sale la geometría si no hay un contexto histórico? Lo único que importa es saberse las propiedades de los triángulos para obtener una nota. 

SEMANA: ¿Cómo debería ser entonces? 

R. LL: ¿Para qué sirven los triángulos? Por ejemplo, los mayas, los aztecas, los egipcios hicieron pirámides. Si las miramos encontramos que están preciosamente organizadas con respecto al universo. ¿Cómo hicieron para construir eso? Se requieren tres cosas: las líneas rectas, una piola y un peso. Nada más. Entonces para esas culturas la geometría era una herramienta para hacer agricultura. Cuando uno entiende así, todo es muy diferente. La escuela enseña la ubicación de los ríos, pero jamás explica la importancia del agua. Somos un baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto. De ahí nuestra dificultad para aplicar el conocimiento en la realidad. 

Educación sin importancia

Jorge Orlando Melo

En los exámenes de Pisa, que miden el nivel académico de los jóvenes del mundo al terminar la escuela básica, Colombia quedó otra vez, en el 2012, en los últimos lugares. En lectura, matemáticas y ciencias, nuestros estudiantes de 15 años tienen el nivel de los niños de Shanghái de 9: es como si hubieran estudiado seis años menos, como si hubieran perdido seis años yendo a escuelas inútiles. De 1.000 niños colombianos, en matemáticas, apenas 3 llegan a los dos niveles superiores, 750 están en los dos más bajos y los 250 restantes en los dos intermedios. En Shanghái, más de 500 están en los dos grupos mejores.
Y el resultado promedio colombiano, con puntajes que en el 2012 fueron algo más bajos que en el 2009 –Colombia había mejorado lentamente hasta ese año y ahora, por primera vez, desmejoró–, esconde grandes desigualdades: los niños de los mejores colegios privados, los de las grandes ciudades, suben los resultados; malísimos en los colegios públicos y en las ciudades pequeñas y medianas. Los niños que van a los 100 colegios con mejores resultados de Colombia están casi con seguridad por encima del nivel medio de los europeos. Son niños que han crecido en casas con libros y estímulos intelectuales, ido a guarderías carísimas y bien dotadas, estudiado en colegios con buenos maestros y buenas bibliotecas. Irán a las mejores universidades, tendrán empleos bien pagos y serán más creativos que los demás. En el otro extremo están los niños que han crecido en el abandono, la pobreza o el maltrato, han ido a guarderías infantiles sin recursos y estudiado en colegios públicos sin libros (aunque en el futuro, con ‘tabletas’, con las que jugarán más y aprenderán menos) y con maestros desanimados y mal escogidos. Irán a universidades malas a conseguir un cartón que les permita emplearse en la servidumbre tecnológica del futuro. La peor desigualdad del país, la que garantiza que por décadas seguiremos siendo un país muy desigual, es la educativa, que define desde los 3 o 4 años de edad el futuro plano y aburrido que les tocará a casi todos los niños.
Nadie sabe qué hacer, aunque todos digan que hay que mejorar la calidad. Algunos lamentan que hacia 1957 o 1958 el país se hubiera embarcado en dar educación a todos, en vez de concentrarse en mejorar la calidad de la educación de las minorías. En efecto, el Gobierno decidió que la mayor parte de los recursos iría a la educación primaria, en vez de gastarlos, como hasta entonces, en la educación media y universitaria de una pequeña parte de la población. En realidad, tuvo que transar: la plata se repartió entre una educación básica que ya llega a todos, pero es mala, y una educación universitaria algo mejor y que ha crecido mucho. Como en toda América Latina, orientar el gasto a la escuela básica y dejar que la educación superior la pagaran sus beneficiarios era políticamente imposible en un país en el que las clases medias, que llenan las universidades públicas, son la base del electorado. Hoy las presiones para que aumenten los presupuestos de las universidades son más fuertes que las que hay para mejorar la educación básica, que requiere políticas de largo plazo, costosas y bien diseñadas, y a la que no van los hijos de nadie que tenga algo de poder.
Lo más seguro es que nada cambie, y hay pocas propuestas concretas. Yo creo en buenas bibliotecas y buenos maestros, y programas más exigentes (más conocimientos y menos “competencias”, que nadie sabe qué son), pero seguramente nos iremos por el camino ilusorio de la innovación tecnológica.
Afortunadamente, los niños no parecen sufrir con esto: los colombianos, aunque no aprendan mucho, son, en todo el mundo, los que pasan más contentos en la escuela.

El güinche y las locomotoras

Jorge Orlando Melo
Sabemos que hay que invertir más en ciencia y tecnología, pero no cómo cambiar una cultura que no valora el trabajo industrial o manual
Con frecuencia aparecen en revistas y periódicos enumeraciones entusiastas de los grandes inventos colombianos, de nuestras contribuciones a la ciencia y la tecnología. Casi siempre figuran la válvula de Hakim, los aportes de Reynolds al marcapasos, la vacuna de Patarroyo o las técnicas de cirugía de córnea de Barraquer y las bolsas de basura aromatizadas.

Unos pocos casos, algunos discutibles, que más bien mostrarían que en Colombia ha habido pocos inventos, a pesar de la inteligencia y creatividad que se atribuyen a los colombianos y a que hace medio siglo se creó Colciencias y se reformaron las universidades para que se convirtieran en instituciones basadas en la investigación y creadoras de ciencia y tecnología.

Es verdad que sabemos poco de la historia de desarrollo tecnológico en el país, de los descubrimientos científicos que resultan aplicables, o de los pequeños cambios que los trabajadores hacen en fincas, talleres o fábricas, y que mejoran una herramienta o una forma de hacer las cosas. Muchos inventos fueron mejoras de herramientas preexistentes. Tal vez el invento local de más impacto en la economía fue el 'güinche', un tipo de guadaña de doble filo que duplicaba la eficiencia en el corte de helechos, inventado por un anónimo herrero de Sonsón a finales del siglo XIX. Sin embargo, no he encontrado nada sobre su historia, no hay muestras en ningún museo, nada aparece en Internet. A su lado, podrían mencionarse las mejoras en las locomotoras sugeridas por P. C. Dewhurst a los fabricantes europeos a comienzos del siglo XX. Y, como lo muestra el fascinante libro de Alberto Mayor Inventos y patentes en Colombia, 1930-2000, la mayor parte de los inventos patentados tuvo que ver con técnicas y herramientas para la minería y el café.

Por supuesto, Mayor, aunque no incluye en su maravillosa y barroca lista la invención del hielo que nos contó García Márquez, sí registra el visionario descubrimiento de una bebida alcohólica de maíz y azúcar, patentado en 1932, o las mejoras en la fabricación de la chicha, o, en años más recientes, el salero para climas húmedos.

Entre tanto invento, sin embargo, no aparecen ni diez patentes concedidas a universidades colombianas, y esto apunta a un problema de fondo: en Colombia, como decía en 1879 el rector de la Nacional Manuel Ancízar, la escuela es enemiga del taller. La formación de los niños y de los jóvenes es teórica y abstracta, sin vínculo con ningún oficio práctico, ni en la primaria ni la secundaria, y todo el prestigio va a los profesionales que no se ensucian las manos. Aunque desde 1936 presidentes y ministros de Educación han dicho que lo importante es la educación técnica y tecnológica, poco ha cambiado, y los jóvenes que se gradúan en estas áreas ganan mucho menos y tienen mayores tasas de desempleo que los profesionales de ramas afines. En las universidades, la ciencia y la investigación avanzan, pero en la mayoría de los casos (y las excepciones tienen que ver con algunos productos agrícolas y unas pocas industrias) no tienen mucho que ver con lo que pasa en talleres o fábricas: casi nunca los grandes proyectos de investigación llevan a patentes o a usos industriales, y raras veces las industrias buscan en la universidad la solución de sus problemas.

Sabemos que hay que invertir más en ciencia y tecnología, pero no cómo cambiar una cultura que no valora el trabajo industrial o manual, cómo romper el muro entre la cultura académica y la cultura del trabajo, cómo hacer que los científicos piensen en el trabajo y los trabajadores tengan un espíritu científico. Y si no hay cambios en este sentido, más dinero a la investigación académica hará que se publiquen más artículos en revistas internacionales, pero no que cambien las técnicas en la finca, el taller o la casa.

El pelo de los osos

Un interesante artículo publicado hace algún tiempo en este diario nos cuenta que en el pelo exterior de los osos perezosos de tres dedos los científicos descubrieron diversas clases de hongos, cuyos extractos sirven, entre otras cosas, para enfrentar el parásito que causa la malaria y para combatir el cáncer de mama y el T. cruzi, elemento responsable de la enfermedad de Chagas.
Por: Piedad Bonnett – El Espectador- Febrero 15 de 2014
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Solemos hablar de “los científicos” o “los investigadores” como quien se refiere a una entelequia, que sólo toma rostro de manera esporádica cuando aparecen los nombres de los premios Nobel, por ejemplo. Y poco nos preocupamos por saber cómo nacen sus descubrimientos. A veces se dice que como obra del azar o de la casualidad. Pero en estos casos la explicación es incompleta: si ese azar no es registrado oportunamente y en todo su significado, pues el sentido de lo descubierto sencillamente se les escaparía. En el caso del pelaje de los perezosos, la noticia es tan curiosa que nos lleva a preguntarnos: ¿y a quién se le ocurrió espulgar al oso?
Pues a la doctora Sarah Higginbotham, microbióloga del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales de Panamá y directora del proyecto, quien explicó que cuando supo que las algas verdes viven en el pelaje de los perezosos y que éste “absorbe el agua como una esponja”, se preguntó qué más habría ahí y comenzó a investigar. La sencilla confesión de la doctora Higginbotham nos da la clave: para que el conocimiento avance se necesitan curiosidad e imaginación. Las mismas que llevaron a Marie Curie a ir más lejos de donde había llegado ya y descubrir el polonio y el radio, o a Fleming a fijarse en el moho que apareció en una escudilla y mató una muestra de bacterias, o a Mendel a descubrir las leyes de la genética en una planta de guisantes, en medio de incredulidad y mofas generalizadas.
Formar seres curiosos e imaginativos es lo que pretende la educación: niños y adolescentes que luego sean adultos con ganas de leer, con mente crítica, capaces de poner en duda las verdades reveladas, recursivos e indagadores. Todo lo contrario de los estudiantes colombianos, esos evaluados como mediocres en las pruebas Pisa, que además consideran, en su gran mayoría, que copiar —de un libro, de Wikipedia, de cualquier parte— no es grave, porque lo más importante es mejorar la nota o salvar un promedio.
Sus respuestas señalan, entre otras cosas, un sistema docente perezoso, que sigue pegado a la nota como única medida del logro y que en buena proporción no se actualiza ni está en capacidad de promover caminos de búsqueda individuales; y una sociedad que valora el fin independientemente de los medios, que celebra la actitud del pícaro y justifica la trampa, y que desdeña el proceso porque todo lo mide con el rasero del éxito económico y social. Una sociedad a la que, estoy segura, le parece estúpido preguntarse qué puede crecer entre el pelo del oso de tres dedos.








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